Los cambios sociales y el consumo colaborativo nos hacen pensar a la defensiva, demandando nuevos modos de regulación y no otras opciones de futuro para hacer crecer la economía y el empleo. Pensamos en los negocios y hablamos de innovación, de empleo y de educación con mismo patrón viejo de décadas, como si la revolución tecnológica no hubiera arrasado como un huracán. No han servido de escarmiento los errores, cuando la inversión sin conocimiento provocó efectos inflacionistas y la crisis económica de las puntocoms. De aquella lección solo nos quedamos con una desconfianza permanente hacia la economía digital.
Las empresas siguen invirtiendo en TIC grandes sumas, buscando en los ordenadores la solución a todos los problemas, bajo la influencia del imaginario dominante de los comerciales e informáticos. El perfil de los directivos y de la cultura corporativa es el de personas y grupos que desconfían de la economía digital, que utilizan la tecnología solo como soporte, no como estrategia para cambiar los modos de hacer las cosas y para el logro de los objetivos.
Pero no se trata de las máquinas sino de inteligencia, del uso que les damos (que es en lo que nadie piensa), y en la necesidad de preferir lo útil y sencillo. Y es que, al final, hemos invertido la lógica: no es la tecnología la que está al servicio de las personas o de las empresas, sino las personas y las empresas las que se ponen al servicio de la tecnología.
Las cuestiones básicas están en si la tecnología permite un nuevo desarrollo innovador, la creación de un modelo de negocio no existente hasta el momento, si las empresas se optimizan con el uso de esas herramientas y, sobre todo, si hay una cultura empresarial que aproveche la innovación tecnológica. Los ejecutivos se vuelcan con las metodologías de gestión, de producción, de reducción de gastos, de aumento de ventas, pero apenas dedican un momento al horizonte tecnológico de transformaciones que nos viene cambiando la vida. Con este pensamiento parcial y a corto plazo, las empresas se dedican a sectores que corren el riesgo de desaparecer, desplazados por el próximo avance digital.
No cuestionamos si el pensamiento estratégico ha evolucionado como lo han hecho las posibilidades de innovación. Pero solo con conocimiento y formación en tecnologías es posible diseñar con visión de futuro la estrategia de una compañía, pues esos dos factores figuran entre los de mayor peso para construir una empresa duradera y con beneficios sostenidos a lo largo del tiempo
Los foros innovadores siguen apostando por la repetición de experiencias ya implementadas en otros lugares, aunque muchos tenemos claro que solo despegaremos con lo disruptivo, con la innovación rompedora, con una visión de futuro que transforme las coordenadas dibujadas por la tradición y la experiencia. Las ideas y las empresas que discurran por otro camino correrán el riesgo de ser expulsadas del mercado.