Nyumba Ntobhu

Nyumba Ntobhu es un rito social hoy vigente en la aldea de Kiagata (Tanzania); su traducción literal sería “Mujer casa con mujer”. Cuando una mujer vive sola —porque no ha encontrado marido, porque ha sido maltratada y/o abandonada por el esposo o porque ha quedado viuda— puede acudir al Nyumba Ntobhu y pactar la convivencia con otra mujer de más edad, que se compromete a ayudarla física, emocional y económicamente y —si es el caso— a colaborar en la crianza de los hijos. El lazo entre ambas mujeres es familiar, pero no sexual, de manera que una y otra son libres para mantener relaciones eróticas fuera de ese matrimonio.

El práctico remedio a la soledad y el desamparo de las mujeres de Kiagata puede que nos suene antiguo, nuestra intrahistoria está plagada de soluciones de este tipo: viudos con hijos que pusieron fin a su tristeza acudiendo a la compañía secreta de la hermana de la esposa difunta (consuelo en la cama y madre postiza); sacerdotes que aliviaron la desolación de la castidad con amas, criadas, sacristanes y monaguillos; nodrizas rurales que paliaron la melancolía del cabeza de familia ofreciéndole, en la nocturnidad, los mismos pechos con los que, de día, amamantaban a sus hijos; novios eternos de la España cenicienta a los que la miseria de la postguerra arrebató ilusión, juventud y cualquier posibilidad de futuro; amantes, en fin, que —como la Fortunata galdosiana— fueron la alegría y el sustento amoroso y vital de tanto varón rico y malcasado.

Dos mujeres de Kiagata unidas por el Nyumba Ntobhu.

Remedios todos para la soledad, cierto, pero con una diferencia obvia: mientras que el pacto entre las mujeres de Kiagata es público —y por ello saludable—, los “arreglos” de nuestra intrahistoria familiar solían ser secretos, zurcidos torpes, pues, que narran una sociedad macilenta, enferma de falsas apariencias y sometida a dictados morales de ascendencia divina y resultados inhumanos.

Como en el “mundo civilizado” evolucionamos a golpe de moda y no a razón de progreso, los convulsos nuevos tiempos han traído rituales que quieren enmendar esas prácticas oscuras del amor. Uno de los más interesantes es la sologamia, a saber, la celebración de nupcias con uno mismo, una ceremonia en la que el único contrayente se promete fidelidad eterna, proclamando que no hay amor más inquebrantable que el que conjuga el verbo amar en reflexivo. ¿De verdad creen que es imposible la traición a uno mismo? El rito ha empezado a hacerse popular en Italia, Inglaterra y Estados Unidos y, a juicio de los observadores, amenaza con hacerse viral ya que el número de personas en el mundo que viven solas se ha duplicado en los últimos veinte años y, en el caso de España, por ejemplo, más del venticinco por ciento de los hogares son unipersonales. Naturalmente, estas bodas centrípetas han prendido con mucha más fuerza —al menos en Europa— entre las mujeres, para eso estamos en plena efervescencia de las políticas de empoderamiento y cualquier síntoma que a ello remita nos deslumbra.

Las sológamas tienen una lección que aprender de las mujeres de Kiagata, como tantas veces ocurre con las culturas que desde nuestra soberbia ilustrada consideramos “primitivas”. Nuestro feminismo no se ha desembarazado del todo del modelo “feminazi”, magistralmente interpretado en la España cateta por la Sección Femenina, y el rechazo a rendir idolatría al hombre suele resolverse, muchas veces, encumbrando la propia autoestima a niveles irreales, amándose una misma en exclusiva (¡cuántas veces habremos escuchado ese consejo!), y atentando contra el idioma pues, ¿no supone, sobre todo, un enorme empobrecimiento lingüístico despojar de su hermosa transitividad al verbo amar?

María Jesús Ruiz

Autor/a: María Jesús Ruiz

María Jesús Ruiz es doctora en Filología Hispánica, profesora de la Universidad de Cádiz, ensayista y narradora. Es especialista en literatura de tradición oral y patrimonio cultural inmaterial. Sus últimos libros publicados sobre el tema son 'El mundo sin libros', ensayos de cultura popular (2018) y 'Lo contrario al olvido', de memoria y patrimonio (2020).

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2 Comentarios

  1. José Luis Piquero

    En este caso es una costumbre saludable y seguramente benéfica. Pero ese tono de «nosotros los occidentales dándoles lecciones a las sanas tribus primitivas» me horroriza. En nombre de ese planteamiento se ha hecho dejación de combatir otras costumbres mucho más bárbaras como la ablación, tan tradicionales como esta pero mucho menos inocentes. El mundo occidental tiene mucho, muchísimo, de lo que avergonzarse, pero mucho, muchísimo, que hacer en otras cuestiones. Esa visión primitivista de los pueblos inocentes e intocados es perversa. Lo que queremos para nosotros y nuestros hijos (progreso, respeto a la integridad, etc.) no lo queremos para esos pueblos primigenios. Todo lo que citas es la Sección Femenina, como si aún estuviéramos en ese momento. Interesante la información pero muy errado el planteamiento. Un saludo.

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    • María Jesús Ruiz

      Por favor, si es tan amable ¿podría leer con algo más de detenimiento el artículo? Es probable que una lectura algo precipitada del mismo lo haya llevado a interpretarlo en sentido del todo contrario. Gracias

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