José Rasero: «La novela negra es un género esponja, capaz de absorber casi todo»

José Rasero Balón acaba de publicar ‘La novela de Flor Parodi. Un nuevo caso de Benito Bram’ (Ediciones Mayi), una segunda aventura del pertinaz, agudo y particular detective gaditano. Nos habla sobre su nueva obra en esta nutrida entrevista.

Cádiz, ¿es una ciudad literaria, literatura o mera ficción? Se lo pregunto a José Rasero Balón. Es nuestro primer café. Una primera cita. A nuestro alrededor toda la trimilenaria bajo el sol, sentados en la terraza del V Centenario de la Plaza San Francisco. Ya nos conocíamos, sin embargo. No sabíamos muy bien de qué. De nunca, en realidad. Tampoco sabíamos —me corrijo, tal vez solo yo lo ignoraba— que, muy cerca de nosotros y acodado en la barra, Benito Bram apuraba de un sorbo su segundo catavinos de coñac.

Yo acababa de leer por segunda vez La novela de Flor Parodi. Un nuevo caso de Benito Bram (Ediciones Mayi, 2019). Todavía no se había publicado. Las circunstancias me conducían irremediablemente a presentar su puesta de largo en la Feria del Libro de Cádiz. Pero nos vimos, como decía, por primera vez, y la conversación prometía.

José Rasero Balón: Cádiz es un escenario maravilloso —abre los brazos con generosidad, sonriente—, bellísimo, repleto de muertos milenarios bajo sus calles. Es historia, es decadencia. Es una mezcla explosiva. Claro que Cádiz es literatura, y, por tanto, ficción. Es decir, realidad que necesita ser contada.

Lo crean o no, su respuesta no llegó tan inmediata como puede parecer aquí. Antes habíamos divagado. Mucho. Si no recuerdo mal ya habíamos pasado del café a la cerveza bien fría. Entre pregunta y respuesta indagamos juntos, él como autor y yo como lector, sobre su nueva obra.

La novela de Flor Parodi es la segunda entrega de las aventuras del detective Benito Bram, el mismo que, antes de que nos percatásemos José y yo, había salido a perderse por el callejón del Tinte vestido con chaleco gris con botones de nácar, camisa negra y pantalones grises de tergal, embozado en una gabardina gris; todo él bajo su sombrero trilby de cuero negro. ¿Qué hace un detective como tú en una ciudad como ésta? Le hubiera preguntado, de poder. La respuesta, imaginé días después, se encontraba en la propia novela. La imposibilidad me llevó a preguntar a José directamente.

Eduardo Flores: Nos encontramos a Benito Bram, tu detective, tal vez, en un peldaño existencial inferior a la primera entrega de sus desventuras, Áticos y vientos. Si bien el personaje es protagonista y sujeto en los argumentos de ambas novelas, ¿qué es Benito Bram, al margen de lo evidente?

JRB. Un epítome —con perdón—, pienso. Representa, más o menos, aquello en lo que ha devenido buena parte de lo que era clase media antes de la crisis. Es un tipo que —a una edad complicada— se ha quedado sin trabajo, su mujer lo ha abandonado. Su vida se ha convertido en una pesadilla. Y ha de empezar de cero, o casi. Reinventarse.

La literatura de José Rasero Balón es, en esencia, divertida. Lo es esta última novela. No se lo digo, ya a la tercera cerveza, el sol al fin en todo lo alto del mediodía. Decir que una novela es divertida, en principio, podría resultar un ejercicio de lectura simplón, una obviedad que sin embargo encierra más de lo que muestra. Rasero rebusca en los recodos de la ficción de tradición policiaca —el policía local del Tomelloso, Plinio, de Francisco García Pavón, se me ocurre—, el espacio más oportuno para el humor, el material menos manejable del mundo. Para mí José Rasero Balón es un niño, tal cual. Y así escribe.

EF. En un argumento policíaco los cánones son de obligado cumplimiento. Tal es el caso, según me parece: lo criminal en relación a lo social. Tú sumas el humor a la ecuación. ¿Por qué? Y sobre todo, ¿cómo llegas a esa forma de trabajar tus novelas?

JRB. Más que una forma de trabajar, lo que escribo es una forma de trabajarme la vida. La vida ya tiene, en sí, bastante de drama. Hay que desdramatizar, en lo posible, y crearnos un valle de sonrisas en el que caminar tranquilos y acercarnos a eso que llaman ser feliz. Si no, no hay quien pueda con esto…

Pero en este caso, las primeras páginas de La novela de Flor Parodi nos relatan un asesinato en la Plaza de las Flores, justo donde José y yo nos encontramos ahora, a los pies de la estatua a Columela. Fue justo así, me decía —algo ido, en otro lugar que no era el que pisábamos— tal y como José lo recordaba. Claro que entonces empezó a llover (ya no deja de hacerlo en toda la historia: es un Cádiz lluvioso). El desconocido enmascarado disparó desde aquí y por allá cayó ese pobre hombre.

Aclaro, un don nadie: un mantero ghanés. Lo que cambiará, de nuevo, la vida de Benito Bram. Le comento a José, ya camino del mercado, tras haber despachado sendos botellines en La Marina:

EF. Me niego a reconocer Áticos y vientos (Ediciones Mayi, 2015), así como La novela de Flor Parodi, bajo la etiqueta de novela negra. Diría que es otra cosa. Pero, ¿cómo te sienta como autor ver tu obra dentro del subgénero, por otro lado moda y por otro pervertido, en mi opinión?

JRB. Los géneros nos sirven para organizar librerías, bibliotecas, libros de texto, y a veces, para organizar nuestras mentes diminutas. Otra cosa es tomárselos en serio, hablar de géneros como algo estanco y delimitado. El escritor debe escribir lo que le venga en gana, según sepa y pueda. Una de las características de la llamada novela negra estriba precisamente en su enorme flexibilidad, en su peculiaridad de género esponja, capaz de absorber casi todo. La Biblia es una novela maravillosamente negra.

Esta última afirmación me desarma. Al mirar hacia el interior de La Marina a través del vacío de la puerta que dejamos atrás caigo en la cuenta de que es justo allí donde nuestro Benito se va a dar con una actriz secundaria que es mucho más que eso: Flor Parodi, ya presente en el título, es una joven, atractiva y transgresora periodista freelance. Alguien con una oferta que Benito no podrá rechazar. O sí.

El autor de 'Áticos y viento'.

El autor de ‘Áticos y viento’.                                                                                                                   Foto: Natalia Bernárdez.

JRB. Flor es un personaje muy principal —afirma vehemente—, al igual que Abdoulaye y Amada. En esta novela me han salido más protagonistas que secundarios. En el caso de Flor Parodi, ella es un eje fundamental de la novela. De ahí el título. Es su alma. Eso sí, nada más puedo adelantar sin la presencia de mi abogado.

Sonríe ahora. Me guiña un ojo, echa un brazo sobre mis hombros y nos sumergimos por entre los puestos de pescado del mercado. José insiste en llevarse una merluza a casa cuando llegue el momento de retirarnos.

Optamos por otro botellín en uno de los puestos que rodean el núcleo del mercado. Sería la hora de comer si no fuera porque entonces todavía no gastábamos apetito alguno. Brindamos. Y me dio por pensar en la poesía, también presente en la literatura de Rasero. En el caso de La novela de Flor Parodi ligado al personaje de Amada. Es precisamente la habilidad en el uso del lenguaje que José Rasero Balón cimenta en sus novelas una estructura sencilla sobre la que erigir un argumento sólido en el que no se hace difícil acomodar la lectura. Como resultado el lector firma con sangre el pacto de la ficción; en la obra de Rasero, a veces, tendente a lo disparatado: lo inverosímil se torna realidad en la aventura de Benito Bram, ya acompañado de Flor Parodi, a modo de binomio cervantino.

Cuando le pregunto por la poesía, motivado por el personaje de Amada y por los puntuales asaltos a modo de grafitis que nos encontramos a lo largo de esta historia, Rasero guarda silencio y nos bebemos el fondillo de nuestros respectivos botellines para salir de nuevo a la calle en una tarde suavizada por la sombra sobre los adoquines en la estrechez del Casco Antiguo.

Antes de llegar a Sagasta me dice: «miro el mundo que nos rodea, el país, la ciudad, la tele, las redes sociales, tengo la sensación de vivir en una sociedad gris en la que siempre llueve y truena. Por suerte, opino, lo espontáneo, la poesía, la palabra, tienen aún mucho que decir. Y en ello andamos».

Hemos llegado al bar La Casapuerta sin saber muy bien cómo y desde el otro lado de la barra Luisa nos sonríe y sirve a nuestros estómagos vacíos otros dos botellines sudorosos.

EF. ¿Hacia dónde se dirige el autor José Rasero Balón?

Queda pensativo. Responde.

JRB. Quiero pensar que adecuadamente.

Reímos los dos. Exaltación de la amistad. Nos abrazamos. Llega José Manuel Serrano Cueto y también lo abrazamos e invita a otra ronda. Ya con un tercero de por medio, lo inevitable: ¿volveremos a encontrarnos con Benito Bram? Pregunto.

JRB. La idea de mi editora y la mía es hacer la trilogía de Benito Bram. Aún no sé si el bueno de Benito morirá o no, pero habrá —seguro— tercera.

Como no podía ser de otra manera José Manuel Serrano Cueto propone un brindis para celebrar la respuesta. Luisa también brinda con nosotros. Mi lengua de trapo a estas alturas no acierta a formular una última pregunta del todo crucial. Así que trato de encerrarme en una gravedad entonces imposible y miro a José fijamente a los ojos (ambos sabíamos que todo esto acabaría en una entrevista).

EF. Tú y yo, es improbable que el lector lo sepa, somos amigos, no sabemos desde cuándo. Entre nuestros más acalorados debates se encuentra la verdadera realidad en la creencia de la resurrección del cangrejo moro. Te pido norte, una vez más, sobre esta cuestión. Su respuesta llega veloz y nos deja a la espera del atardecer en unos agradables puntos suspensivos.

JRB. ¿El cangrejo moro, o Eriphia Verrucosa, no anda para atrás? ¿No tiende su color hacia lo rojizo? ¿Su norte no es el sur? Yo soy moro de nacimiento. Y cangrejo caletero. El cangrejo moro soy yo.

Foto de portada: Antonio Rasero Balón.
Eduardo Flores

Autor/a: Eduardo Flores

Eduardo Flores (Cádiz, 1981). Autodidacta en el mundo literario ha sido soldado, estibador portuario y operativo de seguridad privada en África, entre muchos otros trabajos de lo más diversos. Es autor de los blogs literarios en internet 'La muerte del suspiro' y más recientemente 'La victoria de la carne'. En 2009 sus poemas formaron parte del libro colectivo 'Estrofalario' (Quorum Editores). Con la novela 'Una ciudad en la que nunca llueve' (Ediciones Mayi, 2013) hace su primera incursión narrativa en el mundo editorial.

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