‘Las ventanas del tiempo’. Ana Isabel Alvea Sánchez. Maclein y Parker. Sevilla, 2022. 96 pp.
Desde el espacio de la poesía uno puede asomarse a la fatalidad, a la oscuridad, a lo inhóspito del mundo, pero también a la belleza, a la luz, a ese potencial que todos podemos ver porque lo llevamos dentro. Nada menos que la vida. Es en la última entrega lírica de Ana Isabel Alvea Sánchez, Las ventanas del tiempo (Maclein y Parker) desde donde se nos invita a asomarnos desde una perspectiva plural, cuatro esquinas, de cuatro personajes que nutren la profundidad de la realidad. Poesía que aprende de la realidad y se lanza a ella.
Para Ana Alvea la lectura forma parte indeleble de su identidad creativa. Tras La pared de caracol (2020), la escritora, crítica literaria y activista cultural en Sevilla, nos entrega en esta quinta entrega lírica un libro depurado con un aparato textual que debe tenerse en cuenta para la interpretación total de estos poemas, pues en algunas citas se sintetizan una visión poética que se articulará en cada uno de los textos siguiendo diversas modulaciones. En la apertura del libro leemos la hermosa cita de Olvido García Valdés: “¿Dónde vivimos?… No dónde se nos ve, se nos encuentra, sino dónde nos sentimos vivir”. La fuerza de vivir, el coraje de hacernos ver, el punto de encuentro con nuestros sentimientos. Podemos imaginar un paisaje rebosante de emoción, aunque se espacio vital perfectamente podría ser dentro de un libro.
Las ventanas del tiempo está afinadamente cohesionado, fruto de un pensamiento: un poema prólogo y un poema epílogo protegen los cuatro capítulos, de extensión similar, pertenecientes a cuatro miradas dentro de un mismo bloque de pisos, las cuales logran ofrecer un examen profundo de la realidad. Tanto es así que comparten el mismo hueco a la realidad, como puede verse en los poemas “Desde la ventana” y “Aspiraciones” reinterpretados en cada personaje desde el bloque quinto de la calle Ángel González. Se dan estas y otras correspondencias entre los bloques, como un guiño al lector para que tire del mismo hilo, como reflejo de lo que podíamos ver y la incertidumbre cuyo futuro se nos desdibujaba.
En el capítulo primero, el mundo zarandea al primer personaje, Virginia. Contiene versos que nos arañan, íntimos, atemporales, así concluye “Mercado laboral”: “En tu ausencia los meses se escriben sin ti / y nos habituamos”; y así se cierra “En el estado de alarma”: “sin saber si en la distancia / nuestros nombres en el buzón / nos entierran o renacen”. Hay en el tono de estos poemas una propuesta por salir de todos los embates de la realidad, una valentía por no hundirse y permanecer pese a todo. “Sacúdete tu pena Ariadna”, nos dice.
Nos trae algunos de los poemas centrales del libro el segundo capítulo titulado “Desde la ventana”, que se inicia con la interpretación metafórica del libro como lugar al que mirar cuando el mundo nos es hostil: “Una ventana crece y te asomas a ti // cuando abres un libro”. La opción de habitar es seductora. Un lugar inabarcable, que no deja de asombrarnos. Y no es un lugar muerto, como se apresura en afirmar en “Horas de lectura”: “El eco de la vida de los otros / restalla en los oteros de mi vida”. Los libros, la lectura y la escritura fueron las formas de vida que tuvimos hace tres años; allí encontrábamos la vida que se nos negaba.
El tercer capítulo se nos llena de obras de arte. Pablo se refugia en las reproducciones pictóricas (Hooper, Friedrich…), en obras cinematográficas (Lazos, de 2020) y también, como no podría ser de otra manera, literarias. Es muestra de la incertidumbre que nos condenó el titulado “12 de mayo”, y el desafío ondeaba suspendido en el aire: “quién se atreve a navegar mar adentro / quién vive en la verdad / quién no mira la vida / desde un túnel”. Esa era la fe a la que nos agarrábamos, la tabla de salvación con la que huíamos en volandas de noticias tan negativas en las que convivíamos y sobrevivíamos.
No nos importa que la autora se haya decidido a eliminar los signos de puntuación en algunos textos, pues el ritmo es mantenido, y nada enturbia la tonalidad armónica de sus versos imparisílabos. Despliegan eso sí varias paradojas, fruto de la incertidumbre, extrarradio del encierro. Así en “Zona fronteriza”: “Como un ser fronterizo / habito una vida obligada / y sueño con la opuesta / su reverso // desvanecido entre mis límites”; o en “Desde la ventana” (p. 61): “Miramos la hierba arrancada / lo que se espera de la vida / y lo que la vida nos da”.
El capítulo cuarto convoca la ilusión, cierto optimismo y esperanza. Ya desde el primer poema que abre Laura, “Futuro”, con el que verso rotundo de cierre “amanecemos”. Las analogías se extrapolan a un “Paraje Natural Protegido” o nuevamente en el mar. Sin embargo ese paisaje humanizado se trastoca, y el fino erotismo de aquellos se transforma al acercarse al hueco de la vivienda, como leemos en “Hontanar”, donde la incertidumbre se apodera de la ilusión: “bajo la luz de una ventana / de la que da terror salir / y se deja acunar en su regazo / abanderando planes de futuro”. El mundo es hostil para la espera de un hijo, y con tanta desazón el olor a la derrota que vertebra “En la espera”; un poema tan tierno como brutal y valiente en su exposición.
En suma, en Las ventanas del tiempo Ana Alvea logra atestiguar un momento de desazón vivido, cuya experiencia se convierte en profunda desde cuatro miradas, complementarias, donde en la última página aún reverberan sus versos: “así nos alzamos insistentes / hacia la vida / frente al dolor y la guadaña / tenaces”.
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