Pilar del Río Urbieta, una mujer de pequeña estatura de 52 años, vive en un pequeño piso de treinta y ocho metros en San Sebastián de los Reyes, uno interior, el sol nunca ilumina las escasas pertenencias, solo puede contemplar un pequeño trozo de cielo, una diminuta porción de eternidad, cuando mira a través de la ventana que da al patio comunitario, con el suelo sucio de colillas arrojadas y vieja ropa interior caída hace mucho que nunca nadie reclamó.
Trabaja desde hace veinticinco años como auxiliar de contabilidad en Saneamientos Argüeta y lleva veinte días encerrada a solas en esos treinta y ocho metros cuadrados, mientras la plaga se va extendiendo inmisericorde. Ya han comenzado a aparecer raíces canas en su pelo teñido de rubio platino, algo pasado completamente de moda, pero a ella le gusta parecerse a Kim Novak en Vértigo. Tiene en la pared de su diminuto dormitorio, amueblado con un par de muebles desvencijados que compró en el rastro, ese cuadro de Hopper, Sol matutino, recortado de El País Semanal, y a veces mira al infinito, a la nada, como la mujer en el cuadro, y piensa que una vida muy distinta a la suya es posible en algún lugar muy lejos de allí. Otras veces contempla su cuerpo desnudo en el sucio espejo del armario; los pechos caídos y marchitos una vez fueron hermosos, el vientre, ahora hinchado y prominente. Hace más de veinte años que las manos de un hombre no recorren ese cuerpo, que su aliento cálido no acaricia sus labios. Pero Pilar del Río Urbieta hace mucho tiempo que ha dejado de llorar, ahora simplemente, ve la televisión, y lee a Dostoievski, mientras una vieja gata gris llamada Safo se le enreda entre las piernas.
Y siguen llegando cadáveres de ancianos enjutos y con el pelo ralo y blanco como la nieve en un poema de Bonnefoy al Palacio de Hielo, y los alinean cuidadosamente, esa perfecta geometría de la muerte.
Y dicen que todo aquello, la plaga, terminará pasando tarde o temprano, que el fin de la cuarentena está cerca. Pero nadie espera tras el final a Pilar del Río Urbieta, nadie abrazará su cuerpo y podrá sentir el calor de la vida. Todos los días seguirán siendo iguales unos a otros en esa vieja y sucia soledad.