Ave Fénix

Cuando me decidí a dar el paso, todo se volvió oscuro. Tras los primeros instantes de confusión, sentí mi cuerpo elevarse en medio de una grisácea niebla. Hacía frío, tanto que lograba petrificar al mismísimo silencio que parecía reinar en ese extraño lugar. No se divisaba nada en el horizonte, ni una isla, el negro cubría por completo aquel espacio sin límites. La soledad era abrumadora, y yo, como quien acepta un trato, me dejaba llevar, al son del gélido aire. Expectante a lo que pudiera suceder de un momento a otro.

De pronto, un trueno, un destello de luz abrió un boquete a pocos metros de mi cabeza. El estruendo había sido tal que un agradable temblor recorrió mi cuerpo, dejando escapar un ligero gemido. Bajo mis pies, una poderosa llamarada surgió de la nada, alzándose peligrosamente. Invadida por un extraordinario arrojo, ése que durante tanto tiempo permaneció sepultado bajo la losa de la inseguridad, decidí nadar hacia lo luminoso. Ignoraba lo que había al otro lado. Pero, si de algo estaba segura, era de que no debía tenerle miedo. Las soluciones a los problemas hay que buscarlas, siempre, hasta en los lugares más insospechados. Eché un instante la vista atrás, las lenguas de fuego habían adquirido una forma que me resultaba familiar. Sabía quién era, cómo se llamaba y conocía palmo a palmo su anatomía, pero no iba a retroceder. ¡Ahora no, estaba cerca, ya casi, enseguida, un poco más… un poco más… un poco más… un poco más!

Ilustración de Manuel Martín Morgado.

Desperté, justo cuando creía que iba a ser engullida por la abrasadora hoguera. Al principio todo estaba blanco, impoluto, carente de imperfecciones. Pero a medida que transcurrían los segundos, iba distinguiendo el sillón, la mesita, una botella de agua y las apagadas cortinas. Me sentía pesada, como si sobre mi cuerpo se hubiese librado una gran batalla, y mis dedos paralizados por un cansancio que se me antojaba eterno. De pronto, un grito de júbilo inundó la resplandeciente estancia.

-¡Ha despertado! – escuché decir.

La voz me resultaba conocida, pero no lograba ponerle rostro. Al instante, una mano reposó sobre mi mejilla, dibujando una reconfortante caricia. Una segunda persona intervino.

-Hola Carla. Bienvenida al mundo.

Las siluetas borrosas, poco a poco, se tornaron más nítidas. Mi madre y mi padre, uno a cada lado de la cama, contemplaban con alegría la culminación de una larga lucha. ¡Parecía tan lejano, y yo lo deseaba tanto! Se acabó el acoso, el sufrimiento y la incomprensión. Por fin iba a vivir siendo yo misma, despojándome de ese incómodo disfraz que llevaba acompañándome desde el primer llanto. Resurgí, cual ave fénix, batiendo sus alas en un vuelo sin límites. En aquellos instantes, en los que mis ojos se llenaron de emocionadas lágrimas, fui consciente de que Carlos había muerto, y que Carla iba a comerse el mundo.

Andrea Moliner

Autor/a: Andrea Moliner

Andrea Moliner Ros (Valencia,1993). Graduada en Historia y Máster en Historia Contemporánea por la Universidad de Valencia. Es la única administradora del blog de reseñas literarias 'Jimena de la Almena'. Así mismo, ha colaborado con diversos artículos para revistas digitales como 'EmBLOGrium', 'Blasting News' o 'La Soga Revista Cultural'. Perteneciente al colectivo Las Mujeres del Libro, lucha por visibilizar el papel de las mujeres en la creación literaria.

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