‘En tierras de ficción. Recorrido por la narrativa contemporánea. De Edgar Allan Poe a Evan Dara’. Robert Saladrigas. Menoscuarto Ediciones. Palencia, 2017. 411 pp.
Acaso un lector correoso, que los hay, podría plantear la siguiente pregunta más o menos capciosa: ¿por qué leer una compilación de reseñas publicadas en periódicos, muchas de ellas hace treinta o cuarenta años y referidas a libros que quizá ya ni siquiera puedan encontrarse en las librerías? Hay muchas respuestas a esa posible pregunta; sin duda, tantas como lectores hayan constatado, al adentrarse en este libro de Robert Saladrigas, su indudable pertinencia.
En tierras de ficción puede leerse, en efecto –independientemente o en unión del título que lo precedió, De un lector que cuenta (2013)–, como el cuaderno de bitácora de un lector impenitente que desea compartir su periplo a lo largo de los años con otros posibles lectores. Como tal, describe un recorrido. Y de ese recorrido cabe deducir que el empeño que justifica la traducción y edición de la narrativa internacionalmente relevante de los últimos doscientos años –de Edgar Allan Poe hasta la más reciente actualidad– nunca queda cumplido del todo, que cada nueva edición es un añadido a un panorama siempre incompleto, y que el crítico es, entre otras cosas, un espectador privilegiado de esa tentativa en proceso y un ojeador atento de las novedades que la van jalonando.
En tierras de ficción da cuenta, en efecto, de no pocas de ellas: desde las que constatan la gradual llegada a las librerías españolas de grupos o tendencias que muchos lectores habrán descubierto precisamente gracias a la labor atenta del crítico en cuestión –véase, como ejemplo, el amplio ciclo de narradores del Sur de los Estados Unidos, desde Flannery O’Connor a Eudora Welty, del que se ocupa Saladrigas en algunas de las reseñas que componen este libro–, a las que señalan acontecimientos concretos en la historia literaria contemporánea. Véanse, a este respecto, las referidas a una fase muy concreta –la correspondiente a la publicación de obras de madurez y compilaciones retrospectivas– de la recepción en España de algunas señaladas obras de los narradores del boom hispanoamericano; al que Saladrigas, por cierto, ha dedicado otro libro ya clásico, Voces del boom (2011); o las que el crítico dedica a la recepción contemporánea de títulos que todavía pueden alegarse como pruebas de cargo en la estimación actual de ciertos escritores en pleno proceso de reevaluación, tales como el todavía discutido Camilo José Cela, de quien Saladrigas cautelosamente reseña Oficio de tinieblas, 5, una de sus novelas más problemáticas.
Bastaría lo dicho, quizá, para entender por qué resulta estimulante leer un libro como éste. Cabe hacerlo, desde luego, con conciencia de recuento: el lector puede recordar, al hilo de las reseñas aquí compiladas, sus propias impresiones de muchos de estos libros. Y puede leerse también, por supuesto, como guía de iniciación a universos narrativos que quizá hayan pasado desapercibidos a un lector menos sistemático. Cabe incluso postular –y puede que sea el caso más común– a un lector intermedio, que conoce los hitos más destacados del panorama que describe Saladrigas y, en función del grado de coincidencia o complicidad hallado en las reseñas referidas a ese territorio compartido, otorga su confianza al crítico para explorar de su mano otros campos. La actitud de Saladrigas, desde luego, favorece el establecimiento de este tácito pacto de confianza: deliberadamente, su tono y sus argumentos rehúyen el lenguaje académico o el alarde erudito, hasta el punto de que, llegado el caso, no le importa confesar haberse sentido superado por algún que otro título –el Ulises de Joyce, por ejemplo– o plantea abiertamente su desconfianza hacia toda una manera de entender la literatura –el abstruso descriptivismo del noveau roman–, o plantea una educada objeción a libros precedidos por una abrumadora apelación a ser considerados objetos de culto: por ejemplo, las memorias de Neruda (Confieso que he vivido), de las que el crítico elegantemente afirma –y casi no hace falta decir más– que “fallan… a nivel testimonial”.
En cualquier caso, y más allá o más acá de las opiniones concretas sobre tal o cual libro, lo que realmente hace que estas reseñas se ganen la confianza del lector es su obediencia a un tácito programa que presupone un modo de concebir la novela –en algún momento confiesa “mi irresistible atracción por las novelas que expresan la ambición de conquistar una supuesta ‘totalidad’ posible”–, así como una manera de entender la totalidad de la obra de un autor concreto –“Estoy convencido de que en la producción de un verdadero escritor (…) todos sus textos están íntimamente relacionados, se apoyan unos en otros, se complementan y aclaran entre sí en su sutil y perfecto entramado intertextual”– y, consiguientemente, un modo particular de ejercer la crítica –“seguir leyendo todos los días como si nada hubiese sido escrito y todos los días nos propusieran una nueva formulación en otros términos de lo que constituye el grueso de nuestra memoria literaria”. Casi ninguna palabra de las citadas –con la excepción, tal vez de “intertextual”– delata al erudito o al crítico de formación académica: describen, más bien, el simple entusiasmo de leer y de compartir el gozo de lo leído; por más que enuncien también algunos principios básicos de la más exigente teoría literaria moderna. Saladrigas, en cualquier caso, antepone la experiencia vital de la lectura al mero ejercicio de exégesis profesoral; y son por ello significativas las ocasiones en las que comenta los ritos y circunstancias que acompañan su modo de enfrentarse a los libros –acompañándose a veces de determinadas músicas, o releyendo alguna que otra página de un autor recién fallecido antes de encarar el consabido artículo necrológico–, así como aquellas en las que refiere, siempre con proverbial discreción, su trato personal con algunos de los autores reseñados.
La respuesta, por tanto, a la pregunta que imaginábamos al principio en boca de un lector desconfiado es obvia: la lectura de este libro puede plantearse como una demorada conversación entre lectores entusiastas. Ninguno negará que la lectura tiene este componente social: exige soledad, pero admite el intercambio gozoso de opiniones y la iluminación mutua entre copartícipes de un mismo entusiasmo. Narrador además de crítico, Saladrigas es uno de los mejores interlocutores que cabe imaginar para esa conversación a distancia.