La suerte de Cádiz es la tercera –y puede que la última– aventura de Benito Bram. José Rasero es un hombre generoso, capaz de escuchar y entender. Una vez más, ha asumido el riesgo de quedarse a solas con Benito y poner negro sobre blanco lo mucho que tiene que decir. El camino no debe haber sido nada fácil. No se escriben novelas como La suerte de Cádiz sin enfrentarse a un arduo proceso, el que supone la comunión perfecta con un personaje complicado, de aristas imprevistas, que ha ido creciendo gracias –y en ocasiones a pesar– de su autor. No se hurga en los pensamientos y en las emociones de Bram sin sufrir las consecuencias: la tibia venganza de un perseguidor deslenguado.
Las aventuras de Benito Bram son siempre viajes iniciáticos que requieren un espacio de revelación marcado por un hito meteorológico: el viento desgarrador en Áticos y viento, la lluvia persistente de La novela de Flor Parodi. Un tórrido interludio en pleno mes de diciembre marca la secuencia de pocos días en la que se desarrolla esta novela. El tiempo cambia el humor de los gatos, hace que piquen las viejas heridas y aturde las mentes que sobreviven en raro equilibrio. Benito Bram, héroe desasistido, comparece, sigue el rastro de los ecos amargos de tres Gracias obtusas. Una de ellas –traje floreado al vuelo– se lleva la palma, juega un papel crucial, se asoma al corazón del viejo detective y construye en su azotea un espejismo de hogar. Hada y hechicera, mujer poderosa, se hace acompañar por un ceceante duende embaucador: niña en bicicleta. Bram sigue su rastro, se deja llevar por su insolencia. Ella es una Alicia de barrio que en el gaditano país de las maravillas ha asumido las prisas del conejo. El viejo detective resbala por el inevitable laberinto de su inocencia. Desarmado por un señuelo imposible –la posibilidad de un encuentro insólito con el responsable de que todos conozcamos los entresijos de su vida–, Benito se juega a doble o nada su integridad moral y física.
Bram sigue siendo ese bebedor impenitente, ese locuaz conversador que a solas deja mecer sus pensamientos con la cadencia de la música que rememora, aunque nunca habíamos visto al detective bajar la guardia como ahora. Pequeños descuidos de consecuencias imprevistas marcan la deriva de esta novela. Decadente y tarambana, Benito conmueve al lector con su audacia irreverente. Su deambular dibuja el mapa de una ciudad prácticamente reducida al laberinto hipnótico de uno de sus barrios más característicos, aunque lleguen acordes de escenarios ajenos a ese pequeño mundo enrarecido por el calor sofocante.
Marco único y diverso, Cádiz asume la conjunción precisa de esplendor y decadencia. Se presentan ante el lector sus particulares habitantes. Algunos son viejos fantasmas del pasado que toman forma al ser nombrados con su santo y seña. Rasero no le tiene miedo al lector desacostumbrado a estos pagos, por eso no se pliega a concesiones. La trama de La suerte de Cádiz, su prosa brillante y sus vibrantes hallazgos lingüísticos marcan la diferencia. El escenario es único, las consecuencias de lo que esta novela relata lo trasciende sin lugar a dudas.
Aquel tipo larguirucho dispuesto a todo por descubrir el paradero de un saxofón, aquel que bebió los vientos por una belleza de un solo ojo verde parece estar ahora en un punto sin retorno. El “juntaletras” responsable de su destino tiene en sus manos la suerte del detective. Pero no adelantemos acontecimientos. Es mejor sumarse a lo inevitable.
Sigamos otra vez los pasos de Benito Bram por las calles de Cádiz. Descubramos con él la realidad desnuda, aquella que esconden los noticiarios, que no interesa a los políticos biempensantes. Subamos al cielo de las azoteas, bajemos al infierno de los partiditos con vistas al patio de una casa de vecinos donde se cuece el eterno puchero de la miseria. Detengámonos en la esquina donde los vendedores de caballas pregonan su mercancía… Prestemos atención al viejo perro, alma tutelar, sombra acogedora, compañero inusitado.
Benito está en horas bajas, resopla como un animal herido, se sume en la inconsecuente aventura de desentrañar la maraña una vez más. Al final del hilo puede estar su particular Ariadna. ¿Será capaz de afrontar su azaroso sino? La suerte del lector es poder descubrirlo.
Del prólogo de La suerte de Cádiz. José Rasero Balón. Ediciones Mayi. Cádiz, 2022.