CriSSis

La noticia en los periódicos y televisiones ha sumido al país en un nuevo escándalo: Trajano Bermúdez, a quien todos suponían asesinado hace semanas, está vivito y coleando en Londres. Nadie se explica qué ha sucedido. Sólo la policía, encubridora del falso asesinato, es consciente de que la investigación en curso acaba de irse a la mierda.

 Capítulo 57. Escándalo.

El presentador del debate de mediodía, guapo, joven, simpático e irónico, insistía una y otra vez en el tema, mientras en el centro de la pantalla partida a tres (la tertuliana progre a la izquierda, el vergonzante tertuliano de derechas en su justo sitio), repetía en bucle, una y otra vez, imágenes de Trajano Bermúdez paseando por Londres como si no tuviera otra preocupación en el mundo.

—¿Estamos, entonces, en un nuevo escándalo? ¿Una corruptela más en este país donde las corruptelas ya no asombran porque estamos, por qué no decirlo, empachados de ellas? Porque ese señor que se ve en las fotos, es el propio Trajano Bermúdez, ¿verdad? No consta que tuviera ningún hermano gemelo.

—A lo mejor es un clon —tomó la palabra la tertuliana pelirroja, que además de llevar una carrera literaria modesta, como la mayoría de las carreras literarias de este país, tenía amigos que se dedicaban a escribir novelitas simpáticas de ciencia ficción.

—O su primo el de Zumosol, no te jode —intentó comentar con humor el calvo de derechas. Cincuentón largo, con halitosis y una dentadura que daba pena, nunca había querido darse cuenta de que en toda su vida tuvo ni puta gracia.

—¿Pero por qué hacen esto? ¿Para evadir impuestos? ¿Para mantenernos entretenidos?

—De corruptela en corruptela hasta el desfalco final.

—¿Nos encontramos ante una nueva moda? “¿Muerte y resurrección del político/empresario español?”

—De todo esto yo saco una conclusión distinta —intervino el otro tertuliano que, siendo derechón como el que más, iba por la vida de ecuánime y moderado, como el Adolfo Suárez  a quien imitaba. Excomisario de policía, nadie había reconocido o recordado todavía que salió del cuerpo escopetado en una trama olvidada de chanchullos anti-yihadistas—. Todos nos hemos escandalizado durante meses por el asesinato de Trajano…

—Supuesto asesinato —dijo con retintín el tertuliano podemita, sentado en el extremo izquierdo de la mesa y, quizá por ambos motivos, apartado casi siempre de la imagen en directo.

—Supuesto asesinato, sí. Rogaría que no me interrumpas porque…

Ilustración de Manuel Martín Moragado.

Ilustración de Manuel Martín Moragado.

—Porque vas a decir lo que todos tenemos en la punta de la lengua.

—No sé tú, hija, porque lo que es yo no tengo ni idea —interrumpió ahora el calvo del mal aliento y la calva López Vázquez.

—Me alegra que lo reconozcas.

—A lo mejor es que sé cuál es mi sitio, no como otras. Y…

—Por favor, por favor —medió el presentador, con una sonrisa socarrona, mientras en la imagen central Trajano Bermúdez repetía por décima vez su paseo por las calles de Londres.

—Lo que quería decir, si nadie vuelve  a interrumpirme —dijo el excomisario, repeinado y galante, quién sabe si echando en falta poder hacer callar a todos estos berzotas a punta de pistola—, es que la muerte de Trajano Bermúdez, por llamarlo muerte, cuando estamos viendo que no lo fue, tuvo que ser certificada por un equipo forense…

—Y por la policía —acusó la pelirroja.

—Y por la policía, en efecto —reconoció el excomisario, sin mover una ceja—. Nadie se muere de manera espectacular, sale en todos los periódicos y todas las teles e inicia otra vida tan pancho en otra parte.

—Y además ahí al lado. Anda que si yo me largara con un millón de euros me iba a quedar en Londres. Los mares del Sur, como poco.

—Estás dando por hecho que Trajano Bermúdez ha delinquido… —defendió, como era habitual en él, el tertuliano de derechas. Uno de los grandes misterios de esta pseudodemocracia transmitida en directo por tertulias y púlpitos de papel era que nadie investigara las cuentas bancarias de todos aquellos supuestos periodistas que brotaban como setas y que, en realidad, solo tenían por misión poner pegas a los argumentos contrarios y defender unas siglas políticas concretas.

—Nadie se muere y resucita si no tiene algo muy gordo que ocultar. Y es que….

Con visible cabreo, Aranda apagó el televisor. Más que nunca se le apeteció un cigarrillo. O una copa. Toda la investigación, toda la trama de infiltración en el grupo terrorista se les había ido al carajo.

A su lado, con el mismo cabreo que él, Galiardo cortó la llamada y arrojó con desesperación el teléfono móvil sobre la mesa. La imagen de una Blanca García más joven, sonriente y enamorada, desapareció de la pantalla cuando la conexión volvió a la pantalla de inicio.

—Nada. La hija de puta no lo coge.

—Tampoco tú has respondido sus llamadas desde hace una semana. Ojo por ojo.

—Nos ha levantado el caso por una mierda de exclusiva.

—Pues si toda España se ha enterado, como es de suponer, Castro puede tener por delante cinco minutos de vida.

—El coche patrulla está esperando —informó un policía uniformado, con chaleco antibalas y aspecto de estar deseando hacer algo diferente por una vez en su vida.

—Vamos cagando leches —masculló Galiardo—. El chaval nos necesita.

Rafael Marín

Autor/a: Rafael Marín

Novelista, articulista, traductor, guionista y teórico de historieta. Hombre orquesta, bullita. Además canto bien.

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