Diez (re)lecturas poéticas para despedir el verano
Todos estos libros se publicaron hace más de un año. Muchos han desaparecido ya de la mesa de novedades y entre todos componen un panorama optimista y plural de la poesía que se ha publicado en España en el último cuarto de siglo. Podrían haber sido otros los elegidos, pero la presente lista no pretende proponer un posible canon, sino un simple punto de partida para que el lector que quiera siga explorando y descubriendo.
Objetos perdidos. José Antonio Muñoz Rojas. Pre-Textos, Valencia, 1997.
Por más de un motivo, la publicación de este libro supuso la vuelta a la actualidad de José Antonio Muñoz Rojas (1909-2009), un poeta que ya había demostrado un exquisito sentido del equilibrio entre tradición y modernidad en sus Cantos a Rosa (1954) y que ocupa un lugar principal en las letras españolas del siglo veinte por Las cosas del campo (1951), uno de los pocos libros de prosa poética que toman dignamente el testigo del inigualable Platero y yo. Objetos perdidos supuso una especie de puesta al día de la poética de Muñoz Rojas, reconvertida al lenguaje conversacional y volcada en la atenta observación de la cotidianidad de un hombre de casi noventa años que se muestra tan lúcido e irónico como certero en su registro de los avatares de la vejez vista como espejo de la condición humana: “Una vez más, Señor, me condenas perdiéndome / las gafas…”.
Hojas de Madrid con La galerna. Blas de Otero. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Madrid, 2010.
No había lector de Blas de Otero (1916-1979) que no estuviera intrigado por conocer la totalidad de este libro, representado desde antiguo en las antologías más conocidas, pero que no vio la luz hasta que se publicó la edición que reseñamos, treinta años después de la muerte de su autor. Mereció la pena esperar tanto: la aparición de este libro no varió, por supuesto, la alta estima que la obra de Blas de Otero ha alcanzado entre los lectores de poesía española, pero sí ha demostrado su plena vigencia. Hojas de Madrid con La galerna se presenta al lector de hoy como una especie de diario poético en el que conviven las anotaciones al hilo de la actualidad con la pura efusión lírica, el apunte en prosa con el soneto o la canción, el lenguaje conversacional y las formas más depuradas de expresión poética: “Salgamos de este mundo a la alta claridad de las estrellas”.
Los campos Elíseos. Pablo García Baena. Pre-Textos, Valencia, 2006.
Aunque de Pablo García Baena (1923) han aparecido recientemente su Poesía completa (Visor, 2008) y al menos tres antologías (en Renacimiento, en la Fundación CajaCanarias y en la Universidad de Salamanca, respectivamente), preferimos encontrarlo en la coherencia y redondez de su último poemario publicado, Los campos Elíseos, que nos lo presenta como un poeta que, al filo de los ochenta años, vuelve sobre su mundo estético y moral y es capaz de ofrecerlo a sus lectores con renovados acentos y una acendrada precisión, no reñida con el lujo verbal, que es marca de la casa desde que su autor renació para la poesía con la publicación de Antes que el tiempo acabe (1978). Viajes, erotismo y religiosidad son las tres aristas más visibles de este pulido diamante que es, ante todo, un canto a la vida y sus dones: “La roja flor de pascua, / la Navidad cercana sonando en las monedas del mendigo, / la tarjeta de talco de los besos / y el pavo que en su grasa cruje en la chimenea / me dicen tu llegada…”.
Juegos de inteligencia (Antología poética). Rosario Castellanos. Renacimiento, Sevilla, 2011.
Muy pocos conocían en España la poesía de la mejicana Rosario Castellanos (1925-1974) hasta que la también poeta Amalia Bautista nos la ofreció en esta certera antología que nos descubrió a una escritora adelantada a su tiempo, tanto por sus actitudes vitales como por su manera de abordar la escritura poética. Lejos de los barroquismos y oscuridades que aquejaron a la poesía que escribieron la mayoría de sus coetáneos, Rosario Castellanos apostó decididamente por la construcción de una voz poética urbana y contemporánea, capaz de expresar la visión del mundo de una mujer lúcida e inconformista que se expresa con humor, ironía y un raro desgarro sobre sus conflictos íntimos y sobre su lugar en una sociedad represiva e hipócrita, con una desenvoltura que no fue moneda común en la poesía de expresión castellana hasta varios lustros después de su muerte: “Me enseñaron las cosas equivocadamente / los que enseñan las cosas: / los padres, el maestro, el sacerdote, / pues me dijeron: tienes que ser buena.”
Reloj de arena. Aquilino Duque. La Isla de Siltolá, Sevilla, 2011.
Presentada como la primera antología de la poesía del sevillano Aquilino Duque (1931), esta selección al cuidado de Abel Feu ofrece una panorámica de una de las trayectorias más coherentes y originales en la creación poética del último medio siglo. Se caracteriza la poesía de Duque por la actualización y puesta en valor de las formas poéticas tradicionales, que en él lucen despojadas de cualquier resabio arcaizante o arqueológico para delimitar una visión del mundo determinada a partes iguales por un cierto optimismo de sólidas raíces religiosas y filosóficas y un prurito de exigencia moral polémicamente enfrentado a los mitos de la modernidad. Literariamente, la poesía de Duque aprovecha la lección de los modernistas y de la vertiente neopopularista de los poetas del 27, así como la de un cierto realismo deudor de la poesía “rehumanizada” de posguerra. Con resultados siempre brillantes: “No es posible que todo salga bien. / La vida es lucha y el pasado un cuento / contado por un tonto. / Uno acierta una vez de cada cien, / y no por ser más rápido o más lento / se sale antes o se llega pronto”.
Una noche en vela (Antología poética). César Simón. Renacimiento, Sevilla, 2006.
“Qué profundidad añadiste / al cielo solitario de la vida”, reza el dístico que constituye el poema “Higuera”, que bien podría servir de emblema de la obra toda del valenciano César Simón (1932-1997): una poesía de raigambre descriptiva y visual, por su atención al paisaje mediterráneo, pero llamada a trascender la mera visualidad en aras de la reflexión moral y existencial, hasta lograr un discurso poético exigente y despojado, tan lúcido como desolador. Con el tiempo, los poemas de César Simón se fueron haciendo cada vez más breves y escuetos, hasta alcanzar la lacerante precisión que los caracteriza: “Sumergirse en la luz / cuando todo se calla, / en un pasado que ahora vuelve. / O quizá algo antiguo / que es más que todo lo que ha sido / y se quedó esperando para siempre.”
Poesía completa. Víctor Botas. La Isla de Siltolá, Sevilla, 2012.
De habernos decidido por un solo poemario del llorado Víctor Botas (1945-1994), quizá hubiéramos apostado por el póstumo y borgiano Las rosas de Babilonia (Renacimiento, 1994), o por su personalísima colección de poemas “recreados” de otros autores, Segunda mano (Aeda, 1981). Ambos están recogidos en esta lujosa compilación, que recorre la obra de un poeta de vida breve y obra intensa, gran parte de ella forjada con los nobles acentos de la tradición epigramática latina o la poesía de Borges, sobre los que se impone siempre la voz inconfundible de su autor, su ironía, su capacidad para el fustazo crítico y su amor a la buena literatura, a la conversación entre amigos y a otros “conatos de felicidad”, como titula un poema de su libro póstumo: “Las páginas de un libro de Baroja / a la sombra de un árbol / en verano (…). / La joven que recorre / la mañana y las calles, con las olas / bramándole en los ojos. (…) / La curiosa mirada de los viejos. / El brillo de la luna…”.
Plática. Fernando Ortiz. Númenor, Sevilla, 2012.
Fue también el último libro de Fernando Ortiz (1947-2014) y una buena muestra de los tonos y asuntos que se combinan en su obra: desde una muy sevillana ligereza a una también muy andaluza gravedad moral, una y otra reinterpretadas siempre en clave personal y aplicadas, con singular desparpajo e ironía, al propio personaje poético, en este caso inseparable del hombre que firma los poemas, en una actitud ante la vida y la poesía que recuerda mucho a la de su paisano Manuel Machado: “Llegué a la Tercera Edad, / cumplí los sesenta y cinco. / Con alifafes, fatal. / Pero choque usted esos cinco…”.
Hilo de oro (Antología poética, 1974-2011). Eloy Sánchez Rosillo. Cátedra, Madrid, 2014.
No debe sorprender encontrar la obra de Eloy Sánchez Rosillo (1948) antologada en una colección dedicada a los clásicos indiscutibles de la literatura española: desde la publicación de su primer libro, Maneras de estar solo (1977) hasta hoy, su voz ha devenido una de las pocas verdaderamente inconfundibles de nuestro panorama poético, y lo ha conseguido con lo que podríamos considerar una actualización inteligente del sermo humilis de Garcilaso: no tanto poesía conversacional –con todos los tópicos expresivos que eso acarrea– como depurada transcripción del lenguaje sencillo con que un hombre habla consigo mismo, normalmente desde ese melancolía connatural a una situación comunicativa en la que no caben los tapujos. De la elegía a la serena celebración de la vida, la poesía de Eloy Sánchez Rosillo ha esquivado las modas para convertirse en un caso único que las trasciende a todas: “Paso deprisa por mi propia puerta: / hoy no quiero encontrarme a ese que soy. / Andar sólo, sin mí, qué maravilla, / cuánta despreocupada libertad. / Y en torno esta mañana del incipiente junio”.
Nostalgia armada. Olga Bernad. La isla de Siltolá, Sevilla, 2011.
Olga Bernad (1969) es, que sepamos, el primer ejemplo español de poeta que se ha dado a conocer antes en Internet que en los libros. Fueron los poemas publicados en su blog Caricias perplejas (que es el nombre, también, de su primer poemario en papel) los que atrajeron sobre ella la atención de un buen número de lectores y de su primer editor. Basta leer sus versos para entender el fenómeno: elocuentes, sonoros y un tanto elusivos, la mayoría de ellos parece incluirse sin dificultad en una especie de sostenido diálogo amoroso que transcurre a medias por el terreno de la celebración y el de la melancolía, asistidos siempre por el don del encanto: “El arcángel borracho de los sueños esconde / un país de cartón debajo de las alas. / Al levantarlas veo una muchacha muerta.”