“Que trata de cómo menudearon sobre don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras”. Por mi parte, vagando por los renglones del Caballero de los leones, título noble autosumado a su nómina caballeresca ya que, como un San Mamés (Don Quixote hubiera sido hoy de los leones del Athletic de la Bizcaia), tuvo su relación con estas fieras cuando eran portadas en un carro por esos caminos que transitaba y a los que dominó. Bueno, dicen más bien que perezosos, los félidos, no mostraron interés por el manojo de huesos que se le presentaba enfrente.
Pues vagando con el cansino andar de los felinos (que como mi gato Odín recorre la casa y el jardín como si tuviera que recorrer grandes distancias o hubiese venido de grandes batallas), del mismo modo este año Cervantes da mucha pereza. Si pudiera decir algo Cervantes o alguno de sus supuestos huesos encontrados en el Convento de las Trinitarias (no se puede asegurar nada ya que no tenemos restos de ADN de ningún familiar del manco), creo que adoptaría el tiento de Jordi Savall cuando renunció al Premio Nacional de Música –que no dudo habrán tildado algunos, si no muchos, de ingrato antiespañol- : “Recibir la noticia de este importante premio me ha creado dos sentimientos profundamente contradictorios y totalmente incompatibles: primero, una gran alegría por un tardío reconocimiento a más de cuarenta años de dedicación apasionada y exigente a la difusión de la música como fuerza y lenguaje de civilización y de convivencia y, al mismo tiempo, una inmensa tristeza por sentir que no podía aceptarlo sin traicionar mis principios y mis convicciones más intimas.”.
No quiero comparar al Señor Savall con Cervantes, pero sí quisiera saber cuántos Cervantes han sido, siguen y seguirán siendo, en la nuestra querida España de Cecilia, solo objeto de adorno político-cultural, olvido continuo, desprecio, humillación y, en cuanto se pueda, alguna acusación de heterodoxo, o mejor hereje, porque aún tenemos sentimientos y emociones de Inquisición que se llaman Copla. De vagos y envidiosos nos tildan a los «españoles» como dos cualidades perversas que nos destruyen, y que como un Prometeo (incluso con su águila y sus flechas) volvemos a hacer recorrer la bilis por nuestro ser de nuevo, en un renacer continuo pero inocuo (“algo más y menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza”, que dijo Machado) hasta que aparece otro Cervantes o sus efemérides.
Solo habría que recorrer la historia de los últimos doscientos años para ver, en ese retrato de Dorian Grey que somos, la verdadera imagen que va quedando como recordatorio de las felonías que se han cometido en el Ruedo Ibérico. Cervantes, Unamuno, Quevedo, Giner de los Ríos, Goya, filósofos, músicos, ingenieros militares, etc., veían como se construía esta patria y avisaban, siguen avisando: “Lamento tener que comunicarles pues, que no puedo aceptar esta distinción, ya que viene dada de la mano de la principal institución del estado español responsable, a mi entender, del dramático desinterés y de la grave incompetencia en la defensa y promoción del arte y de sus creadores. Una distinción que proviene de un Ministerio de Educación, Cultura y Deportes responsable también de mantener en el olvido una parte esencial de nuestra cultura, el patrimonio musical hispánico milenario, así como de menospreciar a la inmensa mayoría de músicos que con grandes sacrificios dedican sus vidas a mantenerlo vivo” (30 de octubre de 2014. Carta remitida por Jordi Savall al Señor José Ignacio Wert, Ministro de Educación, Cultura y Deportes).
Saturno continúa devorando a sus hijos. Y no debo cerrar este encuentro con el de la Triste Figura sin citarle, porque parece escrito hoy: “¡Basta! —dijo entre sí don Quijote—, aquí será predicar en desierto querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud alguna, y en esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más”.