El Pireo: en busca del Egeo

Cuando aquella soleada mañana de septiembre partimos de la estación de metro de Petrálona –el barrio de Atenas donde se hallaba nuestro cuartel general– en dirección a la estación término de El Pireo, nada sabíamos de Temístocles.

Era nuestro cuarto o quinto día bajo el calor sofocante de la capital de Grecia y un anhelo se alzaba por encima de cualquier otra consideración: ver el mar, zambullirnos en el mar. En el Egeo, concretamente.

Antes de coger el metro desayunamos en una de las abundantes cafeterías de Petrálona. Un desayuno frugal, dos capuchinos y dos empanadas templadas, a las que llaman tiropitakia. Se suelen tomar –es uno de los más populares– como aperitivo (mezzes o mezédes) y son triángulos de empanadilla rellenos de queso feta, que forman parte del recetario tradicional griego.

Tiropitakia

Tiropitakia.

Durante el trayecto de unos 20 minutos por la línea 1 fuimos maquinando nuestro plan de la jornada.  Conoceríamos el famoso puerto y nos informaríamos acerca de precios y horarios para visitar en próximos días alguna de las múltiples islas griegas. Después nos perderíamos en la primera de las maravillosas playas que debían andar por allí cerca.

La estación de metro de El Pireo, coqueta y acogedora, linda con el caos y la vitalidad. Obras de conexión con el puerto, vendedores de pescado, puestos de frutas y verduras, un buen número de tavernas y sitios de comida rápida, innumerables ferreterías y una tenaz muchedumbre yendo y viniendo.

El barrio portuario de Atenas, nos dijimos, pues aún desconocíamos que El Pireo –en sus orígenes una isla– es en realidad una ciudad con carácter propio e independiente de Atenas desde 1835, de unos 200.000 habitantes y, entre otras cosas, sede del club polideportivo Olimpiakós.

El Puerto de El Pireo es enorme y peculiar. Pertenece –desde hace un par de años– casi en su totalidad a una naviera china, y está formado –desde sus orígenes en el IV a.C.– por tres bahías naturales: Kantharos, Zea (o Pasalimani) –puerto deportivo– y Mikrolimano (o Munichia) –el más pequeño y con mayor embrujo, por sus barcos pesqueros y tavernas de pescado fresco.

Kantharos

Kantharos.

Nos encontrábamos en Kantharos, el puerto principal. Interminables filas de noráis a un lado y a otro.  Atascos de coches para entrar y salir de los ferris. Formidables cruceros, colosales buques de mercancía, tremendas terminales de contenedores. En la de pasajeros nos resultó imposible enterarnos de nada, tal cantidad de calor, oficinas, carteles y gente había.

Decidimos que ya lo intentaríamos vía Internet y, así pues, comenzamos a andar, convencidos de que más pronto que tarde daríamos con una playa.

En nuestro paseo pudimos contemplar el recién rehabilitado Teatro Municipal, en la plaza de Koraí. Un edificio neoclásico, bello, inspirado, al parecer, en la Opéra Comique de París. Hoy en día acoge la Pinacoteca Municipal y el Museo Panu Aravantinú. No muy lejos nos sorprendió la Iglesia de Santa Trinidad, sublime muestra de arte bizantino, por su estilo arquitectónico y por su riqueza decorativa.

El agobiante calor nos invitó a realizar una parada y tomar un refrigerio. Nada mejor que un yogurt griego helado, toda una exquisitez, que sirven en tarrinas de diferentes tamaños.

Después anduvimos un rato algo perdidos, con la verja de la terminal de cruceros a nuestra derecha, y arribamos, perdidos del todo, a un lugar con una aduana y una pareja de guardias de seguridad, o algo así, que nos miraron entre divertidos y pasmados.  Nos comunicamos con ellos en nuestro inglés gestual y nos hicieron ver que no, que a la playa no se iba por ahí. Tras un rato de calurosa y plúmbea espera –o desespera– apareció como por arte de magia uno de esos autobuses turísticos de sube y baja. Subimos.

El viaje en bus fue una locura de curvas y contra curvas a una velocidad nada turística que, finalmente, nos dejó en pleno puerto de Zea.

Kalamarákia

Kalamarákia.

Se trata, como dijimos, de un puerto deportivo donde atracan los yates más grandes y lujosos. El paseo marítimo, repleto de bares, tiendasrestaurantes y terrazas, convierte la zona en un lugar de lo más animado. Al final del paseo, junto a unas instalaciones algo desangeladas del Olimpiakós, por fin, una playa. Una pequeña cala, con más piedras que arena.  Sin demora, nos lanzamos de cabeza al maravilloso azul turquesa del Egeo. Aunque, al poco de chapotear, descubrimos sospechosas manchas negras a nuestro alrededor que, al mirar con más atención hacia las rocas y la arena, se confirmaron como auténtico chapapote.  Ya de noche nos enteraríamos de que, hacía unos días, un petrolero se hundió frente a la isla de Salamina, cercana a Atenas.

Con nuestro gozo en un pozo, pero el apetito intacto, o incluso acrecentado, regresamos al paseo marítimo y, entre toda la variedad de restaurantes, nos decantamos por Souvlaki Pierro, quizás por la evocación greco–italiana del nombre. Era un asador con pinta de pertenecer a alguna cadena, con oferta de hamburguesas, kebás y bastante variedad de platos. A la hora en que llegamos, las cuatro o las cinco de la tarde, no había más clientela que nosotros. El servicio fue eficiente, claro. La comida, sabrosa. Pedimos, para los dos, un saganaki (sencillo y tradicional plato de la cocina griega, basado en queso kefalotyri de oveja, frito en aceite de oliva, con huevos, morcilla, tomates cherry, pimiento y especias) y kalamarákia (calamares fritos, aunque quizás fuesen chipirones).

Apuntes del ‘Cuaderno de Altamira’:

De vuelta a nuestro cuartel general de Petrálona, estábamos tan agotados que, tras limpiarnos concienzudamente los restos de chapapote, aplazamos para otro día la cuestión de Temístocles.

José Rasero Balón

Autor/a: José Rasero Balón

José Rasero Balón (Alhucemas, 1962). Soy autor de los blogs 'E la nave va!' y 'Humanos' (www.joserasero1.com) con fotografías realizadas en Holanda, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Austria, Italia, Alemania y diversas poblaciones de la geografía española. He publicado las novelas 'Laila' (1997), 'Badián no es un anís' (2012) y 'Áticos y viento' (Ediciones Mayi. 2015), así como el poemario 'Brochazos' (2001). Vivo en La Viña.

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