Dicen del hombre que estaba loco. O que lo volvieron loco sus lecturas, esa predilección suya por las novelas de caballería. Lo dicen porque pertrechó a su Rocinante y se atavió con peto y espaldar, y porque una bacía de barbero le lucía tan estilizado y seguro como el yelmo de Mambrino, ni más ni menos. También dicen que la historia del hombre es una historia triste. Porque de aquellas, a los locos, era broma engañar ahondando en la fantasía de sus percepciones, ya fuera con una ilusión, ya con el hachazo implacable de la realidad.
Todo eso dicen. Pero el hombre no marchó solo en su misión de desfacer entuertos y dar consuelo a los agraviados. A su vera, más bien achaparrado, cortito en saberes y con el sentido común que da el hambre y la huerta, cuenta también la historia, caminaba Sancho, de apellido Panza, motivado por la inverosímil promesa de una ínsula que gobernar y todos los privilegios del cargo. La enloquecida odisea de los asendereados caballero y escudero no tardó en propagarse, no solo por la piel de toro en la que vinieron a nacer, sino por todo el orbe cristianizado, llegando a ser, la historia, locura misma de traductores y lectores, ¿qué había de cierto en las andanzas de quien solicitó a ventero casual ordenar como Don Quijote de la Mancha, Caballero de la Triste Figura?
Parece ser que más versado en desdichas que en versos, quien primero cuenta la historia del ya loco ilustre -si no fue el historiador Cide Hamete Benengueli, que quién sabe-, don Miguel de Cervantes, conoció la victoria y el padecimiento en Lepanto contra el turco, así como el presidio en el moro, y cabe decir que muy probablemente mil amores y no pocas aventuras por la Italia del Renacimiento tardío. Escribió la triste -insisto, dicen que es triste- historia del loco y lo hizo como nadie, ni siquiera como un tal Avellaneda lo intentó. Así que Cervantes no solo pasó a la Historia de la literatura por hacer ilustre al loco, lo hizo inaugurando un arte, abriendo un abanico, derribando el cercado que contenían a los contadores de historias. Después murió pobre y mal, como todo español merecedor de respeto. Y lo olvidamos. Y de ese olvido no se le recupera más que cuando de sacar cuartos se trata, que también es muy de español.
Pero aquí interesa el loco. La historia del Ingenioso Hidalgo aunó ingenuidad y osadía en el Quijotismo, esa transfiguración de la realidad que a veces resulta simpática pero que no queda libre de sus más que posibles consecuencias, esto es, molimientos y manteos; empresas que huelen a lo adverso, a grano de molino mezclada con el aroma de la cal recalentada por el sol, y quienes se empeñan en acometerlas con ánimo de caballero. Es curioso, ¿qué puede resultar más quijotesco que la acción de escribir y hacerlo de forma honesta y esperar…? «Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago, y otras cosas a éstas adherentes…« ¿Y qué hay de Panza, que, la necesidad e ignorancia obligan, se esfuerza una y otra vez en creer -verbo tremendo, creer- en lo necesario y justo de los manifiestamente disparatados lances de su amo, como buen escudero? Daría para otra y no menor parrafada como esta. Resulta que a veces el loco no está tan loco. Su comprensión de las relaciones humanas y su vasto conocimiento de las ciencias asombran a cuantos son sorprendidos por sus lúcidos discursos. Será que en algunos casos la locura solo es transitoria, o que, la lucidez, como el oro en el légamo, brilla de vez en vez, y con la luz adecuada. En definitiva, Miguel de Cervantes -que sabía más que el latín, la hiel y los frutos de la aventura que es la vida- escribió una historia triste (no olviden que es lo que dicen) en la que un loco -con mimbres de sabio-, acompañado de un españolito común -cristiano y pobre, básicamente-, no es capaz de ver la realidad tal y como la percibe una sociedad que sobrevive a duras penas a la narración de su propia Historia, sino que se sumerge en el mundo de la ficción caballeresca para vivir. Lo que se dice un loco, ciertamente. Pues va a ser que no.
Don Quijote de la Mancha es probablemente el hombre más cuerdo de los que he conocido; y su creador, sobre todo lo demás, un enorme poeta, ya que, «el poeta puede contar, o cantar las cosas, no como fueron, sino como debían ser». Alonso Quijano se levantó de buena mañana o tal vez amaneció entre las páginas de un Amadís o de cualquier otro y eligió la senda más difícil, y aquí con valor impropio de español, prefirió la quijotada al hastío, a la realidad que nos acomoda filosófica y espiritualmente. No traían sus lances más que bañarle los dientes en sangre. Y aun así, el más valeroso de los caballeros que han cabalgado entre La Mancha, Andalucía, Aragón y Cataluña, se levantaba, con fuerzas renovadas, en busca de otra aventura en la que saborear la victoria de la carne, post tenebras spero lucem. Insisto, «¡Oh señora de mis acciones y movimientos, clarísima sin par Dulcinea del Toboso! Yo voy a despeñarme, a empozarme y a hundirme en el abismo que aquí se me representa, sólo porque conozca el mundo que si tú me favoreces, no habrá imposible a quien yo no acometa y acabe«.
No es un libro triste este de El Ingenioso Hidalgo. El humor en él se antoja atemporal; es a veces una media sonrisa, otras una carcajada, y durante toda su lectura, la mueca que se forma en los labios cuando uno entiende que el loco no tiene de loco ni la mitad de lo que los cuerdos no saben que es su -y ésta sí- triste locura (locura que ha perdurado hasta nuestros días).
Cuando por fin el juego se le presenta insostenible, don Quijote no mengua sino que cae en la incertidumbre para renacer una vez más y con nuevos bríos. Si no puede ser caballero andante, más que nada que por considerar su falta -que hasta en eso se pesan los hígados-, por la lealtad a unos valores, será pastor, para seguir vagando -siempre con Sancho a su lado-, esta vez con rebaño y sin armadura; y para componer versos, a su eterna Dulcinea, de la que no me cabe la menor duda que es la más hermosa flor de cuantas han nacido sobre la tierra.
Dicen del hombre que estaba loco. Que lo volvieron loco los libros. Yo digo que bendita su locura, si el estar cuerdo, no es ser caballero andante. Y lo dicen porque no le quedaba bien a Rocinante los estribos, ni al hombre en su brazo la adarga. Dicen de su historia que es triste, cuando es la historia de esperanza mejor contada, una historia para el ahora, imposible de nacionalizar. Y lo dicen, triste historia, porque era engañado en la broma. Sin saber que no hay broma mayor ni mejor risa que aquella que dura siglos, tan fresca y sonora como los cascos del jamelgo sobre las llanuras manchegas. Palabra de caballero.