Nacidas para el comercio, han derivado en sevillanas, al menos en el Sur y el Oeste. Con sus diferencias –siempre hay que marcar las diferencias para ser rentables– ahora el beneficio solo es, prácticamente, para la hostelería. En su esencia siempre han sido un negocio, pero me da que -y la Historia lo corrobora- las ferias eran algo más. Un cruce de caminos con mercancías, también de ideas, de vidas, de tratos y hasta de culturas. Ahora, todo fagotizado por la globalización y mcdonalizado, es una gran horterada llena de ruido y de tipismo: queremos ser lo que piensan de nosotros y nuestra fiesta, no lo que somos realmente. Ya sabemos que la Andalucía actual es un invento de músicos extranjeros y viajeros románticos del XIX y, más recientemente, de la Radio Televisión Andaluza. Todo tan diferente a la poética que nos da Miguel Hernández en su Romancillo de Mayo: “Por fin trajo el verde mayo / correhuelas y albahacas / a la entrada de la aldea / y al umbral de las ventanas”.
No vamos a remontarnos a la prehistoria, ni a asirios, griegos, fenicios y romanos, aunque también. Dice su majestad Google que “los mercados comenzaron a desarrollarse en lugares donde prevalecía la paz y la seguridad y donde se podía intercambiar libremente lo que se producía”. Al final de la Edad Media las ciudades crecen gracias al comercio, se viaja y las economías locales y de subsistencia amplían horizontes. Empiezan las ferias de ganado, de artesanía, como las que se intentan emular ahora con mercadillos medievales o andalusíes. Pero eso tiene otro artículo, como también lo tienen las recreaciones “históricas” que ahora proliferan por nuestra tierra, al modo yanqui de la batalla Gettysburg (Grazalema, Algodonales, El Bosque, Chiclana…).

‘Feria de abril de Sevilla, 1936’, de Ramón Muñoz. Publicada en el libro ‘Cádiz 1900’, de Julián Oslé.
Bueno, pues este impulso económico arrastra a lo social y en torno a la economía surgen las atracciones que –como su propio nombre indica– pretendían seducir para atraer más clientes, además de divertir y distraer. Podemos decir que ahí surge el feriante, indisolublemente unido hoy a las ferias, a los niños y las familias, y que con esos monstruosos aparatos (en el sentido de grandes, no piensen mal) han quitado poética a las cunitas.
Sin perder el hilo de la conversación, a diferencia del mercader, los periféricos de las ferias no vendían vacas o especies, sino algo que después ha venido a llamarse Fiestas en nuestros ayuntamientos, e incluso –por qué no– Cultura.
En el siglo XIX, se empiezan a celebrar las primeras exposiciones universales (la primera en Londres, 1851) como escaparates de los avances de las Revoluciones Industriales, que acertadamente define Daniel Canogar: “En su interior, la ciudad y sus conflictos sociales se desvanecían. El refugio del ciudadano bajo su burbuja cristalina era un retroceso onírico al mundo acogedor del estado fetal, un mundo templado y protegido de las amenazas exteriores”. Los organizadores de ferias y feriantes van tomando nota. Y poco a poco las ferias son como una promenade por un parque temático donde no eres solo un visitante, sino que participas como un figurante con vestuario, maquillaje, atrezzo y demás elementos que requiere una puesta en escena.
Es interesante también la transformación que a partir de los años sesenta y setenta, en el tardofranquismo y la transición, se produce en las ferias. Con la permisividad del sistema, la llegada de la electrónica a las masas y los conjuntos yeyés y pop (estuve bailando en una caseta a ritmo de Concha Velasco y del Dúo Dinámico… “Quisiera ser…”) todas las ferias hacen más ruido y hablar comienza a ser imposible, incluso pensar. Ahora retumba todavía en mí la Macarena de ayer, de dos tipos (mejor verlos en Primer Aplauso (1965), programa de TVE presentado por Joaquín Prat) que se han hecho de oro desde 1993 copiando la música de un rock clásico de los hermanos Carpenters. Después me salta el microsurco en la cabeza, como aquellas viejas máquinas de poner discos, and the Oscar is para “Algo se muere en el alma….” Rayado total, como dicen ahora, ¿o ya está pasado de moda?
Será tener una edad, haberlo vivido y tener memoria.