‘Labios rojos, chocolate y una rosa’. Varios autores. Prólogo de Rosa Montero. Ediciones EyC. Madrid, 2020. 213 pp.
Me gustan las antologías de relatos porque me permiten conocer a autores que, de otro modo no sería posible. Últimamente han llegado a mis manos unos cuantos: Era del 48 de la fila, ella lo sabía (ExLibric), Granta en Español 23 de jóvenes narradores en español (Candaya), Ecuador en corto (Ed Carlos Ferrer) y el que hoy voy a comentar: Labios rojos, chocolate y una rosa (Ediciones EyC).
La idea de hacer una antología me parece magnífica y más si es el resultado de un ejercicio de creatividad compartida surgido durante la pandemia, “en pleno corazón de las tinieblas”, como dice Rosa Montero en su prólogo.
Todo empezó a raíz de los encuentros que Rosa Montero organizó en Facebook durante el confinamiento decretado a causa de la COVID19 en marzo del año pasado y que acabaron convirtiéndose en un verdadero taller literario en el que participaron cientos de personas de todos los rincones del mundo. La autora planteó a las personas participantes que definieran a un personaje con una o dos frases. De entre las cuatrocientas respuestas, escogió seis que, a su vez, fueron votadas por los participantes quedando solo dos: un personaje que se pintaba los labios antes de acostarse y otro, un bicho raro asiduo a las azoteas y alérgico a las personas y al chocolate. El reto era escribir un relato mezclando ambos. Cientos de personas participaron y, al final, tras un concurso cuyo jurado lo formaban Beatriz Meyer y Alicia Flores, se eligieron la mayoría de los relatos que conforman esta antología (otros los eligió personalmente Rosa Montero).
La propia Rosa confiesa que se sintió superada por esta explosión de creatividad. Me lo creo porque, realmente, en estos relatos se respira entusiasmo, diversidad, calidad y, de algún modo, aunque no me pregunten cómo, sincronía, a pesar de lo distintos que son. Porque todos, a su estilo, trasminan amor, dolor, vulnerabilidad, ansia de aceptación, deseo de hallar la felicidad, miedo…
El estilo de los relatos es muy diverso: los hay clásicos, de terror (“Luna”), basados en hechos históricos (“Pasos en la azotea”), de ciencia ficción (“La Memoria y el vientre”), violentos (“Saliéndose de los límites”), fantásticos (“No va más”), intimistas (“El sonido de los años”), eróticos y profundos (“Insomnio sin lluvia”). Todos buenos y todos diferentes, hasta el punto de sorprenderme cómo apenas dos frases que definen a los protagonistas han sido capaces de activar el resorte de la creatividad de maneras tan distintas.
Como digo, todos los relatos merecen la pena, pero siempre hay algunos con los que tienes más feeling. Me atreveré a decir cuáles son mis preferidos, sin que ello desmerezca, en absoluto, al resto.
“Acompasados” de Dela Uvedoble, un relato sobre la soledad, y los encuentros que salvan, escrito con un ritmo pausado que, sin embargo, no te da un respiro en el camino de descubrir a los seres solitarios y tristes que lo pueblan.
“El viaje” de Patricia Bermúdez, un relato macabro con un punto de ternura que lo equilibra en el que se llama la atención sobre el descubrimiento tardío de los placeres que hacen daño por temor al daño, aunque, en ocasiones, la ausencia de placer sea el mayor daño.
“Apenas un cuerpo” de Andrea Centeno, relato intimista, donde se respira ausencia, soledad, desadaptación, pero, por encima de todo, deseo de vivir lo no vivido y de poder elegir lo que se quiere ser en la vida, cueste lo que cueste.
“Arequipa” de Ana Cecilia Wadworh, una preciosa historia de amor entre dos inadaptados, dos solitarios que se refugian en los votos religiosos para protegerse y cuyo amor trasciende a las prohibiciones y al tiempo.
“El sonido de los años” de Purificación García, un entrañable relato en el que la autora reflexiona sobre la vejez, y la desinhibición que proporciona el paso del tiempo y el deseo de seguir seduciendo a pesar de la edad.
“La cigüeña” de Valeria Villa, un relato fantástico sobre cigüeñas que traen niños al mundo, sobre el valor de las mujeres para argamasar la familia y la hermosa, y agónica, espera de un niño que no ya no puede esperar nada.
“La memoria y el vientre” de María Eva Ferrod, una historia distópica donde el recuerdo es un lujo y el futuro, una quimera para los desposeídos que viven ‘en la zona gris’ y cuya esperanza es, simplemente, sobrevivir un día más.
“La mujer imperfecta” de Rosario Martínez, la bella historia de un anticuario que descubre la belleza en la imperfección de una mujer en contraposición con la perfección que busca en los objetos antiguos.
“Sonrisas rojo Carmín” de Carmen Matagón Enrique, un relato sobre la geografía de la memoria, de cómo la vida del protagonista se va despoblando de los seres que ama hasta quedar reducida al ritual de una madre que se pinta los labios con un gusto exquisito.
“Libre de cargas” de Elena Fuentes Ibañez, relato paranormal en el que una familia trata de recomponerse en el hogar que un día habitó y del que la arrancó un trágico suceso.
“No va más” de Thais Gamaza, un excelente relato sobre la inocencia infantil que carga con una culpa que no le corresponde por no haber echado una carta al cajón que se traga las cosas.
“Primera cita” de Malú Avellana, perturbador relato sobre el choque entre el empuje juvenil de un enfermero y la sordidez que encuentra en una casa de reposo para ancianos.
“Tropicana dreams” de Roxana Mercado Rodas, una estupenda historia sobre el precio que ha de pagar un homosexual en Cuba a causa de su orientación sexual.
Y por último, “Viaje circular” de Pilar F. Bravo, un estremecedor relato en el que se aborda la violencia de género, las oscuras relaciones familiares y la capacidad que tenemos para elegir ser quienes somos.
En fin, treinta relatos “llenos de matices y de posibilidades”, en palabras de Rosa Montero, que nos harán maravillarnos ante las infinitas formas que la creatividad adopta con solo espolearla un poquito. Un libro muy recomendable cuyos beneficios están, íntegramente, destinados a la ONG Families4Peace. Otra razón para leerlos.