La tercera ciudad de Portugal, Coimbra, aún conserva ese encanto de lo que uno mismo descubre. Extraña que sea, por aquí, tan poco conocida para lo que encierra: edificios de una monumentalidad sobrecogedora a los que, sin embargo, se accede a través de un laberinto de callejas que no han querido perder su tamaño y trato de pueblo pequeño, esa confianza del que aún le desea un bom dia al desconocido con el que se cruza. También aquí hay un barrio Baixo, a orillas del Mondego, y uno Alto, de continuo ascenso por callejones empinados y escaleras estrechas. Aunque otra opción, con buenas vistas, es tomar el elevador junto al Mercado Municipal D. Pedro V (Av. Sá la Bandeira) y aprovechar la visita para aprender los muchos cortes y calidades del bacalao de salazón tradicional. Aquí mismo puede desayunarse un sande (montadito) de tortilla a la portuguesa, con cebolleta y perejil, o una Arrufada de Coimbra, el bollo de leche local.
Muy arriba, la ciudad alberga la Universidad y la Catedral más antiguas del viejo reino luso, del que fue capital durante casi ciento veinticinco años, entre los siglos XII y XIII. Son lugares de visita obligada, llena también de pequeñas sorpresas. En un edificio cercano a la señorial Biblioteca Joanina, un cuarto de millón de libros en estantes revestidos de pan de oro, hay un pasillo superior sobre una sala de azulejos, con mucho de capilla, desde donde espiar una lectura de tesis que no ha perdido su solemnidad medieval, en trajes y protocolos. O que, justo enfrente de la salida de la románica Sé Velha, está la casa donde vivió José Afonso, Zeca, desde los once años. Aquí se licenció en Letras y aprendió a cantar, desde el Orfeón a la tuna, imbuido de ese espíritu universitario de la ciudad, un tercio de su población, y todavía aquí sinónimo de rebeldía.
Si algo llama la atención al deambular por estos barrios de la ciudad alta, son las diversas Repúblicas de estudiantes, viejas casas autogestionadas, independientes entre sí, que sirven tanto de alojamiento o lugar de fiesta como espacio de una intensa actividad social, política y cultural. La tradición arranca del siglo XIV pero es a partir de finales de los cuarenta del siglo XX cuando el Régimen de Salazar, intentando controlarlas, favorece un Consejo y, más tarde, normas internas y códigos de buenas prácticas (praxes). En la actualidad, una amplia mayoría se declara anti-praxes, sin más orden que el respeto mutuo. Entre éstas, la de Kágados (tortuga), Baco, Fantasmas, Rapo-Taxo o la primera de mujeres, rompiendo el obsoleto monopolio masculino, la República das Marías do Loureiro, de militancia feminista. Por estas calles abundan las tabernas, para tomar vino tinto de barril y queijo da Serra, alguna tan antigua como la Tasca de Ermelinda (Rua Fernández Tomás, 59), en la calle que nace cerca del monumento A Tricana, las mujeres que en el siglo XIX bajaban al río a por agua, protagonistas de novelas y fados. Esta música, dicen que de los malos momentos, aquí la visten hombres de sotana corta y capa negra. Se puede escuchar, sin que te asalte la vergüenza del turista, junto a comensales locales en el hermosísimo Café Santa Cruz, con casi cien años, en su momento parte del convento del mismo nombre, del que fue iglesia parroquial.
Muy cerca de esa misma plaza 8 de mayo se puede ascender al barrio judío, por Rua Corpo de Deus, o entrar al barrio Baixo, el de comerciantes y artesanos. Aquí se encuentran, quizás, las mejores tascas. Por destacar una, imprescindible, la Casa Chelense (Rua das Ras, 1), con una entrada de puertas cortadas que recuerda los salones del Oeste. Aquí reina don Manuel Santos, de modo que también la conocen como la Taberna de Manuel, lugar donde uno de los muchos viejos recortes que empapelan las paredes anuncia la celebración, allí mismo, de un encuentro de literatura de cordel. Horario portugués riguroso, cierra pronto por la noche, sobre las ocho y media. En la barra, con unas jarras de vino tinto, se toman lanches (bocadillos) de moelas (mollejas), alheira (embutido ahumado de carne y tocino) o figado (hígado), además de unos petiscos (tapas) de codornices, orelha o pezinhos (manitas) de porco, negalho de cabra (buche y tripas) o de dobrada (estómago de vaca). También platos de lulas o sardinhas fritas, bacalhau asado o desfiado (deshilachado y revuelto con cebolla y huevos). Para comer su espléndido menú popular tiene un pequeño saloncito, casi oculto, detrás de la barra.
Otro local del que tengo grandes referencias, pero me venció la interminable lista de espera, es el Ze Manel dos Ossos. Así que no puedo opinar de esas judías pintas con jabalí y morcilla que vi pasar, delante mía, como un espejismo. Muy cerca, para consuelo de impacientes, está la Casa de Pasto Bizarro (Rua Sargento-Môr, 44), un local acogedor, familiar, barato, casi romántico, donde entonarse con un buen caldo verde, para seguir con un siempre seguro Bacalhau frito y una Chanfana à Aldeäo, un guiso de cabra, hecho al horno, con vino, cebollas, ajo, clavos y laurel.
5 mayo, 2017
Yo también. De momento, tengo la suerte de ir a Coimbra muy prontito… Gracias
4 mayo, 2017
Me apunto el recorrido Manuel. Espero tener la suerte de intercambiar un bom dia en una plazuela perdida.