«La Oficina Europea de Policía (Europol) estima, según sus previsiones más conservadoras, que al menos 10.000 niños refugiados han desaparecido nada más llegar a Europa. Algunos de ellos han acabado con familiares sin conocimiento de las autoridades, pero otros se encuentran en manos de organizaciones de tráfico de personas, según los oficiales europeos”. Esta terrible noticia ha conducido mi memoria de historiador a recordar un suceso, aún no del todo esclarecido, pero que me hace reflexionar sobre la humanidad. Los que creíamos -quizás por sentirnos hijos de la Ilustración, de la Revolución Francesa y las Revoluciones Industriales- que íbamos hacia un mundo más civilizado estábamos equivocados.
El episodio que evoco es un acontecimiento al que se le denomina «La cruzada de los niños«. En realidad es un conjunto de hechos históricos mezclados con relatos fantasiosos que tuvo lugar en 1212, cuando entre veinte mil y treinta mil niños parten a liberar Jerusalem dirigidos por un pastor o -según otras versiones- un sacerdote, ya que se había extendido la idea, por supuestas apariciones de Cristo a niños, que solo las almas puras podrían “liberar” Jerusalén (“La Ciudad Santa”) de los sarracenos. Fueron hacia el Mediterráneo donde se debían abrir las aguas y como esto no ocurrió dos comerciantes ofrecieron siete barcos para llevarlos hasta Tierra Santa; dos barcos se hundieron y los restantes llegaron a tierras de Alejandría (Egipto), donde dos mil niños fueron vendidos como esclavos.
A veces me pregunto si la distancia temporal de ochocientos cuatro años -de 1212 a 2016- todavía no es suficiente, o simplemente será la ingenuidad de seguir creyendo en Rousseau y en que el hombre es «bueno por naturaleza«. Pero al final llego a la conclusión de que las religiones son malas por naturaleza, pues dan motivo continuo a la muerte de los santos inocentes. Alguien se beneficia siempre de la inocencia. Y suelen ir uniformados, ya sea con hábito o guerrera, entre los que incluyo a todos los que tienen una doctrina, entre ellas el dinero.
La historia se repite. Ahora los niños vienen a la tierra prometida y, al igual que entonces, pagan su inocencia con muerte y esclavitud.
Quede aquí el poema «Parábola« de León Felipe, como protesta del éxodo de los inocentes. Dios los tenga en su gloria: «Había un hombre que tenía una doctrina. / Una doctrina que llevaba en el pecho, / una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo / interno del chaleco. / Y la doctrina creció. / Y tuvo que meterla en un arca, en un arca / como la del Viejo Testamento. / Y el arca creció. / Y tuvo que llevarla a una casa muy grande. / Entonces nació el templo. / Y el templo creció. / Y se comió al arca, al hombre / y a la doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco. / Luego vino otro hombre que dijo: / El que tenga una doctrina que se la coma, antes de que se la coma el templo; / que la vierta, que la disuelva en su sangre, / que la haga carne de su cuerpo… y que su cuerpo sea / bolsillo, arca y templo».