Una carga de profundidad sobre el estanque de la novela

‘Circular 22’ . Vicente Luis Mora. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2022. 638 pp.

Me imagino en la librería como el Lector de aquella matriosca de Italo Calvino que enlazaba relatos con la excusa de completar un libro defectuoso (Si una noche de invierno un viajero), navegando entre títulos dispersos que atraen tu atención y leyendo las contracubiertas por toda información. En ese mundo en miniatura que es una librería hay sin duda sistemas con sus soles, galaxias cercanas y lejanas de secciones que, como en el relato de Calvino, no tendrás ya tiempo de leer en esta vida tan escasa, campos de asteroides en los que no debes caer porque te llevarás a casa un trozo vacío de literatura, estrellas de fría luz y, a veces, agujeros negros, campos gravitatorios tan densos de cuya lectura no podrás escapar. Circular 22 pertenece por derecho propio a este último tipo.

Toda reseña que se precie (advierto yo también una cierta ironía) debe relacionar la obra en cuestión con otras previas e intentar clasificarla, mejor diríamos categorizarla. Esta no va a ser una excepción: a los términos de “novela total” (Eloy Fernández Porta), “ciudad mundo” (Alice Pantel) o “rizoma textual” (Marco Kunz), vamos a añadir otro más. Novela TAC. Porque Circular 22 intenta ser una tomografía axial computerizada (textualizada mejor) de la existencia contemporánea situada en el marco difuso de una gran ciudad, Madrid, que en esta última entrega de esta obra en marcha se extiende a otros continentes, países y ciudades. Casi nada.

Y al mismo tiempo, como el propio Mora sugiere, un relato que incorpore su propia crítica, su propia interpretación. La esquizofrenia del autor hace que se desdoble en narrador y en teórico de su propia narración. Cito a modo de ejemplo: “Un amigo mío escribe un libro sobre el mundo, donde no intenta reflejarlo, sino crearlo, multiplicar sus capas, añadir dimensiones. Y ha encontrado el camino de evitar esos límites que comentaba. Simplemente, utiliza un cambio asistemático de sistema. Él escribe y, sin buscarlo, deja que se rompan el tema, el tono, la forma, o incluso el género. No decide cuándo ocurre la mutación: puede acaecer cada equis páginas, o cambiar dos veces en el mismo fragmento. No está encima del proceso. No controla el crecimiento del libro”. El libro se desarrolla como un tumor, lo que nos lleva de nuevo al TAC: el texto como multitud de imágenes (textuales, en palabras) de la realidad, de una realidad posible. En este sentido, aunque aparecen algunas imágenes dispersas en el libro, yo habría esperado una mayor ruptura de lo literario, una mayor hibridación con la imagen tal como Mora postula en su ensayo El lectoespectador, donde interpreta la comunicación contemporánea como textovisual. Sin embargo, su sintaxis, su deuda con el idioma, su sentimiento de pertenencia a una tradición, son patentes, diferenciándolo radicalmente de otros compañeros de generación posmoderna, lo cual se agradece.

Circular 22 también es una novela, y no sin cierta sorpresa, sobre Madrid. La disposición estructural de los capítulos del libro como calles de la gran ciudad remite a La ciudad del hombre de Jose María Follonosa, enorme libro de poemas donde los títulos son calles de Barcelona (en una edición anterior, de Nueva York). Como novela sobre Madrid entronca con los grandes narradores españoles que acudieron a su Trántor particular para, desde allí, reflejar una realidad más extensa e inaprensible que la de “provincias”: Galdós, Baroja, Martín-Santos o Umbral. También como algunos de ellos, el autor parece haber viajado a Madrid exclusivamente con el propósito de buscar el centro ontológico desde el que intentar aprehender la proteica realidad. El texto se articula así siempre de forma dicotómica (y también dialógica) entre interior y exterior, entre centro y afueras, pero no es una recherche du centre perdu porque se es consciente de que ese centro de la Modernidad nunca ha existido. Al igual que obtenemos siempre una circunferencia si manipulamos una línea recta sin quebrarla, Mora construye una narración circular operando sobre la tradicional narración lineal sin doblarla.

De forma paralela (otro plano de la imagen obtenida en el TAC, otra capa del programa de diseño), constituye un conjunto de reflexiones sobre urbanismo siguiendo a reputados arquitectos y teóricos contemporáneos de esa disciplina. Mora tiene claro que la vida es una consecuencia de vivir en la ciudad y se interroga de manera sistemática sobre qué es lo que entendemos por vivir en grandes grupos, pero a la vez en soledad, aislados. La pléyade de personajes, donde el propio autor hace cameos, que van apareciendo en las páginas son habitantes de la ciudad. Existen en tanto que existen en los límites de la ciudad. No se pierdan las historias intercaladas sobre algunos de ellos a los que el autor concede una existencia mayor, una pertenencia a una subtrama del relato (sin duda la favorita pueda ser la de la extraña pareja de agente inmobiliario y chica invitada a pernoctar en inmuebles vacíos a la venta de Manhattan, quizás por la delicadeza con la que los trata).

Pero no se lleven a error: Circular 22 no les va a dar tregua. No les va a proporcionar asideros como lectores, es una permanente caída en el vacío hacia el agujero negro, hacia el centro negativo de la existencia contemporánea. Es más, me atrevería a decir que no les va a gustar, que a la mayoría no le va a gustar porque está pensada al margen del gusto que hemos desarrollado como lectores. Vicente Luis Mora no pretende “gustar”, intenta interpelar, tensar, llevarnos más allá. A veces tiene uno la sensación de estar leyendo un ensayo novelado, una proyección de las inquietudes del autor sobre el damero de la ciudad. Un nuevo lector para una nueva literatura.

Vicente Luir Mora. (Foto Proyecto ILICIA)

También es una novela trampa. Es divertido intentar advertir las que Mora va situando aquí y allá y que no voy a desvelar por razones evidentes. Trampas metaliterarias a la manera del Pierre Menard de Borges, literatura apócrifa como el experimento real que perpetró en la revista Quimera. En estos tiempos posmodernos o pangeicos de confusión, los personajes inventados tienen tanta verdad literaria como los otros porque a fin de cuentas toda la literatura es invención y al autor le parece más honesto (sin duda la honestidad es una de las coordenadas de su creación) dejarlo claro introduciendo la ficción en la realidad y viceversa. No puedo evitar recordar aquí las últimas colecciones de relatos de Cortázar o aquellos falsamente científicos de Bioy Casares al leer «Ciempozuelos. Polígono industrial de la Sendilla» o «Roma, villa celimontana o società geográfica italiana». El Boom pero también OuLipo, Perec (La vida instrucciones de uso, esa variante culta y matemática del magistral tebeo 13, Rue del Percebe), Houellebecq, Barth… (sin olvidar los pensadores de la posmodernidad). En algunos de los relatos paralelos rinde tributo al género fantástico, relatos que perfectamente podrían haber formado un libro aparte. Desde el microrrelato hasta el de cierta entidad son piezas del puzle completamente autónomas. Destacan: «Metropolitano. Línea 6, circular»; «Benicàssim, Alicante»; «Calle Ildefonso González Valencia. Cementerio municipal sur»; «Varsovia, avenida ostrobranska»; «Salamanca, calle S. Pablo»; «Barrio de Valdebebas»…

Ese carácter fragmentario de la realidad, de la escritura de la realidad, que valida una lectura por qué no también fragmentaria. “El fragmento fue un género muy cultivado en la Antigüedad” decía Monterroso y, ya sin ironía, nos encontramos que también lo va a ser en estos tiempos de la posmodernidad. Pero la entropía fragmentaria de Circular 22 tiende a la unidad. Ya no es posible escribir una novela monolítica, lineal, como antes se pensaba; mas no por ello hay que renunciar a la tensión de novela total fragmentaria cuyas piezas tengan algún tipo de ordenación, aunque sea cuando la lectura tiende al infinito. Esa puede ser una de las razones del proyecto de reflejar años y años de escritura y del experimento final que cierra el libro, «Derb», un diario no selectivo, aunque al final siempre se impone alguna selección. Circular 22 parece una gigantesca tercera parte de Rayuela cuyo apéndice, «Derb» (callejuela en dariya), correspondiese a las dos primeras partes, fuese una narración lineal de protagonista y afanes reconocibles. He disfrutado también este cambio de orientación narrativo de este pequeño tratado sobre el nomadismo lingüístico y cultural.

En un estudio sobre la novela podríamos tratar el prurito filológico de Mora (presente en todo el libro, pero de manera abierta en esa última parte) que va creciendo hasta proponer un juego de codificación de las palabras a la manera de Eco al final de Opera aperta, tras dejarnos una buena lista de neologismos morenses (DLEØ). Podríamos hablar de la insistencia de citar el pensamiento de otros, citas siempre pertinentes: la novela como “casa de citas” en palabras del propio autor. Entre ellas decenas de citas sobre la circularidad y lo circular, sobre la ciudad, sobre Madrid, sobre teoría literaria. Las citas reflejan la tarea permanente del autor que se ha propuesto leerlo casi todo («Derb» también es la noticia de un mes sin libros, de un lector voraz desnudo en un nuevo continente, como náufrago cultural, un escalón por encima de nómada). Y entre otros muchos aspectos no mencionados aquí, la sospecha de que la narrativa multigénero de Mora es indiferente al placer estético del lector, responde más bien a un plan trazado, a un planteamiento teórico, casi científico. Frente a tantas novelas concebidas como producto estético para ser disfrutadas, Circular 22 se configura como una tesis sobre la posibilidad de narrar y cómo hacerlo tras —no solo Auschwitz—, sino Trump y Tik Tok. No solo una piedra sobre el tranquilo estanque de la narrativa española que origina ondas concéntricas, también una carga de profundidad que provoca otro tipo de ondas. Canadasi.

Antonio Alcaide Soler

Autor/a: Antonio Alcaide Soler

Antonio Alcaide Soler (Granada, 1967) fue un lector precoz, está siendo un crítico tardío y siempre ha sido un poeta margina(l)do. Muy inquieto para las etiquetas. Orgulloso de ser profesor de lengua de instituto, desarrolla en los últimos años un curioso sistema de representación de la rima: 'La música de las esferas'.

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