‘Los amores sucios’. Juan José Téllez. Aguilar. Madrid, 2021. 104 pp.
Con motivo de la celebración del Día Mundial de la Poesía leí a cierto poeta afirmar que la poesía está fuera del poema, a salvo de los poetas. Siempre hay frases ocurrentes que parecen olvidar que la poesía también está dentro del poema y se nutre de lo que pasa fuera. Es decir, está dentro y fuera. Los grandes poemas que se han escrito a lo largo de la historia nos enseñan que ese latigazo de emoción y estremecimiento habita dentro del poema y conviene recordarlo entre tanto negacionista, también de la poesía, que si empapara nuestra cotidianeidad nos haría mejores de lo que somos y nos ayudaría a interrogar mejor el mundo y a interrogarnos a nosotros mismos. Claro que para ello es preciso distinguir voces de ecos y huir de los malos poetas como de la peste.
En esa línea de poesía necesaria está la voz imprescindible de Juan José Téllez que ha regresado al don de la ebriedad del verso con Los amores sucios. Ya nos advirtió Cernuda que el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe. Téllez parece conocer todas las respuestas amatorias que giran en torno del deseo habitado. Lo escribe con la tinta febril de los grandes poetas. Subrayo: “Hay un lobo que acecha en las calles del tiempo” y “Vengo sucio de amar lleno de lluvia”. Son versos de dos poemas inaugurales del libro que dan medida del recuento amoroso que el poeta nos va a ir proponiendo a lo largo de las páginas que conforman Los amores sucios.
Téllez dice tristura y la palabra nos envuelve con todo su romanticismo. El poeta sabe que la nostalgia es parte de quienes inevitablemente tenemos más pasado que futuro. “No somos los de antes ni somos los de ahora”. Lapidario alejandrino para habitar la niebla. Téllez nos pinta la soledad, la melancolía, pero lo hace sin subrayados innecesarios, como si tal cosa, con elegancia y naturalidad suprema. Cita al pintor Hopper, pero a un tiempo invoca a la vida misma, los placeres y los días, y escribe que “muera la muerte y que se abra el día”. Porque en todo el quehacer lírico de Téllez hay como una melancolía luminosa y un perfume de canción vitalista en la fluidez del verso que Los amores sucios reafirma.
Los amores sucios de Téllez callejea por nuestra alma, serpentea por nuestras emociones. Son poemas profundamente urbanos en torno a la propia experiencia del amor como flor estallante y como rutina, como fogonazo y como evocación, como suspiro y como arrebato. Subrayo: “Dame una cita al sur, de tarde en tarde/ para que huela las flores de tu sombra/ y admire la belleza que he perdido”.
Llueve en Los amores sucios como en una película francesa. Se canta al amor y al paso del tiempo. Se desgranan las pérdidas, los cuerpos memorables, pero con el escepticismo y la ironía del sabio. El poema «1977» es un himno de nostalgia (“No éramos aún jóvenes, pero éramos eternos…”) como también lo es «Polvo serás» (“Yo fui ese fulano de la foto sin brillo/ en una playa joven de hace ya treinta y tantos…).
Téllez es ese jinete pálido de los amores sucios con el infierno dentro que escupe palabras como balas. Sabe que el verso importa y fija un autorretrato en el papel por donde se cuelan los cigarros consumidos en los bares, las caricias marcadas en la piel y las noches de sábanas blancas en cuartos remotos. Como nos canta en Retornos del amor juvenil: “Siempre hay muchachas parecidas a entonces/ que vuelven tercamente a rondar mis días/ con nombres distintos y en distintas ciudades/ con el mismo rostro sin manchas de tiempo”. Los amores sucios es Téllez en estado puro, el reencuentro que esperábamos con su poesía.