Un hacker no es un pirata, ni siquiera un delincuente. Es una persona muy inquieta, amante de la experimentación y de la mejora, con visión social y una gran imaginación para transformar programas y distribuirlos en espacios sociales de libertad. Un hacker es un idealista del procomún que conquista un espacio público a través del código, con visión política construye redes y comunidades para usar libremente la tecnología, tomar decisiones y defender la libertad. Así visto, no extraña que las grandes corporaciones del software, como Microsoft o Yahoo!, Apple o Intel fueran las que usaran esa definición para los hackers y que el discurso haya calado de tal modo que hasta la Real Academia Española de la Lengua lo ha incorporado al diccionario.
El desarrollo colaborativo, la apertura del código y la cesión de su conocimiento son las bases de una de las empresas más revolucionarias de la humanidad: la cooperación sin mando de miles de personas ha demostrado que el modelo colaborativo supera a la producción propietaria. El ecosistema de la transformación se apoya en la libertad de información, en la libertad para reclamar igualdad social, trabaja por la creatividad con pasión y criterios de verdad, transparencia y accesibilidad. De ahí el rechazo a la privatización de cualquier uso de la informática: “Allí donde una empresa emplea el poder, hay una función espía”, que diría Stallman, el gran padre del software libre quien concretó la acepción de libre como en «libertad de expresión» y no como en «barra libre de cerveza».
La cultura libre mantiene que el conocimiento solo tiene valor si está a disposición de las personas, porque aporta innovación a partir de una filosofía ecológica cuya máxima es “ningún problema debería responderse dos veces”. Los hackers son enamorados del hacer, del crear, de la tecnología y de sus posibilidades. A partir del derecho al código de libre acceso, el hacker emplea su actitud generosa y su capacidad técnica, con preocupación responsable y de valor social de reconocimiento entre iguales, orientando su curiosidad a la resolución de problemas. Por ello, el sistema operativo GNU mantiene sus posiciones con el espíritu original de las comunidades de desarrolladores, en el respeto a las personas y observando los mismos protocolos que permiten el funcionamiento de Internet.
Contra la cultura de control y la resistencia a las propuestas de libertad, los hackers siguen en su defensa de un mundo abierto, sin vallas, sin fronteras, como es el ecosistema de la innovación disruptiva. El mejor ejemplo en un hackhaton como Hack for Good, donde los hackers se reúnen para responder a desafíos y retos, y terminan desarrollando soluciones para construir un mundo mejor.
La ética hacker se fundamenta en la libertad, en todas las facetas, por lo que además de la del código reclama la libertad de acceso a la información, que conduce a la accesibilidad y transparencia y a una comprensión política de su quehacer cotidiano. Los hackers con su hacer así como son su ética finalmente son grandes constructores de espacios políticos democráticos, construidos por la participación y la negociación de los procesos de modo equivalente al que les ha permitido el desarrollo del código.