José Mateos: “La mayoría de lo que hoy se entiende por arte no existe”

El escritor jerezano reflexiona sobre la tecnología y el arte en su último libro ‘El ojo que escucha’.

Todos los libros comunican algo a quien los lee, ¿qué van a descubrir los lectores de El ojo que escucha?

Depende de la información y de la cultura de cada lector. Mi idea es compensar lo que nos están transmitiendo a través de los medios de comunicación, que las nuevas tecnologías nos van a llevar a una especie de paraíso en el que estamos progresando.

Es verdad que las tecnologías tienen una gran parte de avance, de progreso, pero también una gran parte de barbarie. Para compensar ese aspecto positivo mi libro trata un poco de ver dónde están las grietas y los peligros, entre ellos la falta de atención a que nos acostumbran las nuevas tecnologías. La atención es fundamental para el conocimiento.

Ha dicho usted en alguna ocasión que el detonante de este libro fue a su vez otro libro,  La sociedad del espectáculo de Guy Debord. ¿Qué vió en esta obra que le impulsó a escribir el suyo?

Me gustó sobre todo la forma en que estaba escrito, sin ninguna concesión al lector, de una manera muy seca y eso me atrajo como fórmula para desarrollar lo que yo quería.

Y porque al releerlo me parecía que había cosas que habían avanzado mucho. Debord escribe su libro en la década de los sesenta, antes de internet. Me parecía que había muchas cosas que estaban ahí medio apuntadas pero que se habían desarrollado de otra manera.

Es también un libro que arrastra una terminología marxista, muy de la época, que a mi modo de ver deforma la realidad tal y como yo la veo. De hecho Marx fue uno de los que vio en la máquina algo que iba a liberar al obrero del esfuerzo y de su vida alienada. Hoy vemos que es verdad que le ha quitado esfuerzo, pero para que el poder lo lleve hacia una zona de ocio donde sigue estando tan alienado, ya no el obrero sino el consumidor.

José Mateos en la biblioteca de su casa jerezana.                                                              Foto: Santiago Pérez Malvido.

«El ojo que escucha» es una de las frases incluidas en el libro, ¿por qué le pareció atractiva como título?

En realidad es una referencia al escritor francés Paul Claudel, «el ojo que oye» escribe, algo que representa la mirada pero al mismo tiempo una mirada que está atenta a algo que es más que ella, que va más allá de lo visual.

¿Cuanto hay de provocación en este libro, si es que la pretendía?

Algo hay, supongo, espero que sí, que provoque algo. El escritor tiene que ser como ese tábano del que hablaba Sócrates. Cuando hablo con amigos del gremio que se quejan de que no se gana, de que hay muy poco dinero… Creo que no nos deben pagar nada porque realmente no estamos favoreciendo, yo por lo menos con lo que escribo no estoy favoreciendo en absoluto a la sociedad en la que vivo, todo lo contrario, lo que intento es crear hombres solitarios, críticos y poco conformistas.

¿Una persona crítica no contribuye a hacer una sociedad mejor?

Sí, sin duda, pero no son los parámetros en los que estamos. A todas las sociedades no les gusta el personaje que piensa por sí mismo. No es tanto una posición política como una posición en la que las empresas venden menos, si tu piensas por ti mismo la publicidad va a tener mucho menos efecto en ti.

En realidad no somos nada, los hombres somos muy poca cosa, somos una gran fragilidad. Necesitamos crear ídolos para llenar ese vacío, esa fragilidad, para sobrevivir, para poder darle un sentido a todo. Los que tienen poder, los que nos venden, saben que el hombre es ese intento de ocultar lo que es, que en realidad es muy poca cosa. Y nos venden ídolos que vayan llenando ese vacío.

En el momento en el que aceptas que no eres nada, eso te hace un outsider. Yo creo que la poesía, en el sentido más amplio de la palabra, lo que toca es eso, esa interioridad  en la que el ser humano es puramente un misterio, algo muy vacío, muy frágil. Desde ahí es muy difícil crear consumidores, crear gente que se sume a ese ruido. Yo intento, en lo que escribo, minar eso.

¿Y cuanto hay de mal humor en este libro?

Mal humor en el sentido de que quizá en otros libros míos está ausente el tono de cierta ironía, ciertas palabras más gruesas y en este quizás haya un poco más de rabia porque veo que la realidad cada vez se afea más, se deshumaniza más.

Portada de ‘El ojo que escucha’.

Leyendo éste y algún otro libro suyo de prosa se podría deducir que José Mateos prefiere escribir textos breves. ¿No le atrae la escritura de textos más extensos?

Es que, en realidad, hace tiempo que no tengo  la sensación de sentarme a escribir. Voy cogiendo apuntes, mientras paseo generalmente, a veces mientras leo, y esos apuntes después van cogiendo forma cuando veo que hay unas obsesiones comunes y las ordeno, pero no hay una pretensión de decir «voy a escribir sobre esto».

Es el caso de este libro, pero usted también ha escrito aforismos, poesía, cuentos cortos, pero hasta ahí.

Me parece una convención lo del discurso continuado. Creo que en realidad pensamos fragmentariamente. Lo que realmente es convencional y artificioso es el discurso, el ensayo de una hora, dos horas, porque no se da en la vida real, nadie está pensando durante dos horas seguidas sin interrupción.

Intento que mi literatura transmita sobre todo verdad. Y creo que es una cortesía hacia el lector no darle todo hecho, que sea también capaz de pensar y que uno simplemente le dé una especie de esbozo para que el lector continúe.

Como autor no se limita a escribir o pintar. Leyendo El ojo que escucha parece que considera necesaria una reflexión sobre la creación artística. ¿Por qué cree necesaria esta reflexión y por qué hacerla pública y no limitarse a aplicarla a la tarea propia?

En el hecho mismo de escribir está el pensar. La modernidad nace reflexionando sobre el hecho artístico. Bécquer en España, Baudelaire, Poe, se dan cuenta de eso, reflexionan sobre el mismo hecho artístico porque éste se convierte en un problema. Por ejemplo, en poesía, escribo porque veo algo que me emociona o que me llena de plenitud o de tristeza y mi respuesta como ser humano ante eso, o de agradecer, es cantándolo, escribiéndolo o pintándolo.

Después lo que me hace reflexionar es que ahí hay una experiencia estética que para mí es una experiencia fundamental en el ser humano porque me pone en contacto con una realidad, con un misterio que me sobrepasa, no sé como llamarlo, algo que noto que está por encima de mí.

Ese asombro me hace preguntarme, pero sin afán de encontrar respuestas. No es la curiosidad del científico que tiene un impulso racional de encontrar una respuesta. Puedes vivir permanentemente en el asombro, pero siempre vas a estar haciéndote preguntas. Esas preguntas no tienen contestación y, de hecho, tampoco la necesitan, es la pregunta misma  la que está creando esa especie de emoción, de misterio. Lo importante es la pregunta.

¿La sociedad actual ha perdido el respeto a la cultura?

La palabra cultura ha dejado de gustarme porque se utiliza de una manera muy ligera, se ha banalizado mucho. Si hablamos en el sentido de cultivarse, de alguien que intenta mejorarse a sí mismo, en ese sentido ahora mismo la cultura no tiene cabida en ningún lado.

Una de las formas de vencer a la cultura, de acabar con ella, ha sido extender la cultura a algo que no lo era, que no lo ha sido nunca, que es el estímulo de ciertos instintos, la excitación de lo corporal… Para mí eso no es cultura. El hecho de que le den un premio Nobel a Bob Dylan, que a mí me encanta, me parece una forma de banalizar la cultura.

La cultura tiene que suponer un esfuerzo para el que se acerque a ella, no es algo que te halague, que te excite a bailar…  La cultura no es evasión,  es otra cosa, te exige de ti mismo y te arrastra a mejorarte y eso cuesta.

El autor jerezano en un rincón de su espacio de trabajo.                                                             Foto: Santiago Pérez Malvido.

¿Cree que es necesaria una definición más precisa del arte, en general, y de la literatura en particular?

Sí, claro. De alguna forma eso es lo que intento en el libro, definir y acotar espacios. Para mí el arte es belleza. Para mí la belleza no es el lujo, no es lo bonito, no es algo que me gusta más o menos como el chocolate. Es una experiencia trascendente y que llega a lo más hondo del ser humano.

Desde ese concepto, la mayoría de lo que hoy se entiende por arte no existe, la mayoría de lo que hoy entendemos por arte y todo lo que es performance, vídeo instalaciones… tienen otra función, social, política, empresarial, pero tiene muy poco que ver con la belleza, con ese tocar lo más íntimo del ser humano, se queda mucho en la superficie y requiere de un discurso filosófico, político, que le de sentido a esa obra de arte, cuando la obra de arte no necesita de ningún discurso para llegar.

Hay una ambigüedad interesada en las definiciones, al poder le interesa acabar con algo que es peligroso para el poder y, en ese sentido, está muy bien banalizarlo y trivializarlo.

Ha escrito usted aquí: «La fragilidad es lo más digno de amor que posee un hombre. Solo nuestra propia fragilidad y el respeto a la fragilidad de todo lo que nos rodea, salvan al mundo. Sin fragilidad no hay, no puede haber belleza». Su obra transmite una religiosidad muy natural, para nada dogmática. Para usted debe existir una relación muy estrecha entre literatura y religión ¿no es así?

Sí, creo que mi escritura es religiosa en ese sentido, no es una religiosidad concreta pero sí hay un aspecto religioso, sagrado, que me parece fundamental.

Es algo que aparece con la modernidad. Kepler y todos los que vienen después acaban con la idea de que la tierra es el centro del universo y nos damos cuenta que la tierra en realidad ocupa un rinconcito insignificante dentro del universo, con lo cual empiezan a socavar nuestra arrogancia metafísica. Pero después viene Darwin y dice que somos mero producto de unas mutaciones biológicas. Después vienen Nieztsche, Marx, Freud y, total, que acabamos siendo poquísima cosa.

Toda esa arrogancia queda en nada y todo eso creo que ha servido para decir que somos muy poco, esa fragilidad nada más. Somos realmente insignificantes pero, sin embargo, somos los únicos seres de la creación que pueden tocarse a sí mismos, que pueden pensar que están aquí, que son conscientes de que son, y eso para mí es algo que me conecta con algo que está más allá de mí, sobre todo a través de la belleza, del amor. Creo que ese poder que tiene el ser humano dentro, esa especie de fuerza, es algo que va más allá de él y en ese sentido es en el que hablo de religioso, de sagrado, porque es algo que me religa, que me une a algo que desconozco y que no sé qué nombre darle y que es impensable, inconcebible, que está más allá de mí, y ese es el límite, la frontera que hace que la poesía balbucee, cante y se quede en ese límite siempre, pero asomándose a él.

Santiago Pérez Malvido

Autor/a: Santiago Pérez Malvido

Santiago Pérez Malvido nació en Cádiz en 1968. Es periodista. Ha trabajado para la Agencia Efe y para la Junta de Andalucía. Puedes encontrarlo en https://sperezm.wordpress.com/.

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