Dos metros de melancolía

‘Cerveza y aceitunas’. José Antonio Martel.

S. no lo soporta. No le importa trabajar desde casa y tiene recursos suficientes para entretenerse de sobra entre las cuatro paredes de un hogar que se ha trabajado a pulso: libros y cuadros –y más libros y más cuadros–, música y películas. Pero no entiende la vida sin tocar, sin sentir la palpable cercanía de los suyos, sin los besos y los abrazos, sin la mano que acuna a la de la persona con la que conversa, sin ese dedo astuto que separa el mechón de la frente de una amiga afligida, como para espantar con ese gesto un sombrío pensamiento.

Tomo el té con T.. Ella está en su cocina y yo en la mía. Necesitamos ese espacio íntimo aunque sea en la distancia. Apartadas de las quedadas virtuales de los sábados por la tarde con el resto de la familia. No veo más que su cara en la pequeña pantalla del teléfono. Adivino sus gestos, más que los veo, porque conozco cada una de sus expresiones: hemos crecido juntas. Este distanciamiento impuesto está siendo especialmente duro porque nos ha llegado ahora, que necesitamos más que nunca ese té de los martes. En su cara me miro como en un espejo acogedor. Y su risa de niña obra el poder de espantar el miedo.

Mi madre se niega a vernos a través de un cristal. Ha oído en la tele que en algunos centro residenciales, como en el que ella vive, están colocando mamparas para que los familiares puedan visitar a los mayores de manera protegida. No quiere. Prefiere esperar, llegado el caso, a que vuelva la “normalidad normal”. No sé si lo resistiríamos.

‘Manzanilla y gambas’. José Antonio Martel.

Los amigos se asoman por la pantalla del ordenador. Con M. y S. quedamos todos los domingos. Nos hacemos a la idea de que tomamos con ellos el aperitivo sentados en su cocina, como tantas veces. Hacemos repaso de la semana: casi siempre alguna mala noticia durante nuestra charla, pero continuamos haciendo planes disparatados, riéndonos de la vida, mientras llenamos nuestras copas y fingimos el choque del cristal en honor al pronto reencuentro sin besos ni abrazos.

José Antonio Martel ha pintado muchas veces la vida: las montañas que lo rodean, los animales domésticos que forman parte de su entorno, los tomates de su huerto, la lámina de agua que deja la lluvia en un camino bordeado de encinas, los juegos infantiles quizás perdidos para siempre en los tiempos lejanos de la infancia. Durante su reclusión con vistas al paraíso ha pintado esta elocuente serie de bebidas y tapas.

Estos luminosos bodegones representan, en su quietud interrogante, la amistad, los momentos compartidos; las mañanas de primavera de cañas interminables en una terraza soleada; las bullas en la barra de bar en la que nos resguardamos de los primeros fríos brindando con manzanilla. También las charlas inagotables, la mano en el hombro, el gesto cariñoso, en las largas noches de verano reflejadas en una copa larga. Todo lo que se nos ha negado durante estos días sigue ahí, como estas pinturas, esperando a que alarguemos la mano y nada nos detenga. ¿Volverá a ser posible?

‘Gin tonic con almendritas’. José Antonio Martel.

 

Imagen de portada: Gin tonic con almendritas. José Antonio Martel.
Mª Ángeles Robles

Autor/a: Mª Ángeles Robles

Soy periodista especializada en temas culturales. He trabajado en Diario de Cádiz, en la agencia de noticias Europa Press y he sido redactora y fundadora del periódico El Independiente Cádiz. Colaboradora habitual de diversas publicaciones culturales en las que he escrito de teatro, cine y literatura.

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