Hace algunos años, disfrutaba con películas en las que la sexualidad, la violencia y las drogas se entrelazaban, todo situado en un ambiente marginal. La misma época en la que gozaba con Burroughs y, posteriormente, con Jean Genet. Pero no es el caso ahora, ya no disfruto con lo que no me resulta agradable. El dolor ya no tiene morbo para mí, aunque sí interés . Quizás por eso he podido disfrutar de algunos detalles de Un año con trece lunas que hace algunos años hubiesen quedado eclipsados por los aspectos más superficiales. De esta película me llaman sobre todo la atención sus planos poco convencionales y los largos y numerosos monólogos de sus personajes.
Podría decirse que la obra es una sucesión de discursos (Douglas Crimp cuenta que, la primera vez que vio esta película, le dio la impresión de estar viendo una sucesión de fragmentos), de donde podemos intuir los orígenes teatrales del director: el largo discurrir del personaje que mira hacia arriba, mientras el protagonista se embriaga de valor para subir a disculparse ante su amor del pasado; el largo monólogo de la monja que crió a Erwin en el convento donde lo dejó su madre, o los dilatados soliloquios del propio protagonista a lo largo de todo el film.
Rainer Werner Fassbinder es un director de los que te cuentan diferentes historias siempre con una misma mirada: la suya. La homosexualidad, las relaciones sentimentales y el ambiente de postguerra, acompañados de esa presentación tan teatral de sus escenas, son a mi parecer los pilares de algunas de sus obras. Concretamente, la película que aquí nos ocupa me recordó en todo momento –guardando las distancias– al cine de Brian de Palma, que también es amante de dotar a sus personajes de una dualidad interna, que provoca la lucha consigo mismo del que la posee. Así lo hace en Hermanas o en Vestida para matar. Eso sí, el thriller característico de De Palma no está presente en el melodrama de Fassbinder.
Hitchcock y Brecht son dos influencias que marcan la diferencia. Fassbinder es uno de los muchos autores que se dejó seducir por el boom brechtiano que sucedió a los artistas de la posguerra. Tomó de este su manera de entender las secuencias situando al espectador lejos de la pantalla, promoviendo así la opinión crítica. En Un año con trece lunas hay numerosas escenas que lo ejemplifican. Cuando la amiga de Erwin está tumbada en la cama de éste, cuidándolo mientras duerme, el director nos muestra la escena desde fuera de la habitación y con el marco de la puerta de por medio, casi haciéndonos sentir unos voyeurs de lo que allí está sucediendo. De la misma manera ocurre cuando Erwin despierta en la oficina abandonada y se encuentra con un personaje que ha decidido ahorcarse. Durante gran parte del tiempo solo vemos los pies descalzos y parte de las piernas de Erwin y, de nuevo, desde fuera de la habitación. Esta manera de mostrarnos las escenas es, a mi parecer, un arma de doble filo ya que, efectivamente, hace que el espectador se distancie de lo que ve, pero también provoca que sus películas estén bailando en la cuerda floja del cinismo.
De todas maneras, a pesar de ser Fassbinder un autor brechtiano, su entendimiento del discurso del dramaturgo alemán es diferente al que éste le dio en su momento, ya que ambos se situaban en contextos diferentes y que implicaban perspectivas muy distintas: preguerra y segunda guerra mundial, en el caso de Brecht, y posguerra , en el caso de Fassbinder. Además, Brecht tenía una visión mucho más positivista del arte, viendo en éste un instrumento para cambiar el pensamiento de la sociedad. Fassbinder es más negativo en su visión y no cree posible el cambio en la política, que dificulta la vida humana.
En general, el nuevo cine alemán comparte una visión áspera de la vida, que es impregnada con los colores saturados propios de la época. Paris Texas (Wim Wenders, 1984), Yo Cristina F (Uli Edel, 1981) y Un año con 13 lunas comparten entre sí sus naranjas chillones y la desgracia de sus protagonistas. Incluso Alicia en las ciudades, a pesar de ser en blanco y negro. En general, las películas del nuevo cine alemán transmiten muy bien lo decadente de la cultura pop, desenmascarando toda la desgracia humana que ésta contenía, más aún en un país como Alemania que se encontraba en plena Guerra Fría. El Nuevo cine alemán construye sobre ruinas y esto no pasa desapercibido. Quizás lo que me llega a molestar de Fassbinder es la poca compasión que tiene por sus personajes o quizás por sus espectadores, que nos sentimos identificados con los protagonistas de sus obras. No es frivolidad lo que me transmite esta película sino rabia por lo que el director no tiene reparos en mostrarnos. Como cuando queremos volver la cara ante algo que no nos gusta, pero sin querer lo vemos.
Por si no fueran suficientes los sucesos trágicos que acontecen en los últimos días de Erwin, Fassbinder ubica el homenaje que hace a Goethe en un largo paseo por un matadero, en el que vemos de manera explícita toda la labor que allí se desempeña. Son imágenes –como las del caballo de The Turin Horse de Bela Tarr– que me sacan por completo de la película y de su diégesis y me hacen plantearme si tan necesarias eran para el correcto desarrollo del film. Quizás con los años me he vuelto mucho más hedonista.
13 mayo, 2021
Me ha gustado mucho tu revisión de Fassbinder, para mí es una devoción, sigo teniendo en la retina imágenes de una de las películas que más me ha impresionado en mi vida, El matrimonio de Maria Broun. Besos