Tratado contra los libros (que nos hacen libres)

‘Tratado contra los libros’. José-Reyes Fernández. Imágica Ediciones. Madrid, 2020. 278 p.p.

No reseño habitualmente,  pero tras leer este libro con deleite, expectación y cierta envidia sana —me suele ocurrir cuando leo algo que me hubiera gustado escribir a mí—, no he podido evitar hablarles de este Tratado contra los libros de José-Reyes Fernández.

Confieso que no conocía a este escritor sanroqueño premiado en multitud de certámenes (Premio Armengot y Ciudad de Algeciras en novela corta. Premio Ciudad de Aguilar, de Irún, Ángel María de Lera, Ateneo Cultural 1º de Mayo, Isabel Ovín, Fundación Gaceta Regional, Villa de Estepona y Unicaja en relatos) y autor de Paisaje de Fondo (2001), Guimarán (2003), La casa de los crisantemos (2007) y El hombre que discutía con el perchero (2017), pero les aseguro que lo seguiré en lo sucesivo.

El libro que hoy comento es un libro de amor; de amor a los libros. Un amor desarrollado en quince relatos divididos en tres partes.

En la primera, ambientada en la aldea de Guimarán, que no es sino la evocación de la aldea de pescadores en la que el autor se crió, los libros protagonizan cuatro relatos: «La pesca prodigiosa», «La rendición de Breda», «El naufragio» y «La fiesta de los ahogados». Este último, a mi entender, es el mejor de la serie, digno heredero del más puro realismo mágico, aunque todos lo son porque en todos, a su manera, lo “insólito es lo cotidiano» en palabras de Carpentier. Insólito como que Lázaro, un pescador que no sabe leer, pesque una veintena de libros que le cambiarán la vida («La pesca prodigiosa») o como que el mar críe libros en lugar de zapatitos de charol para comuniones infantiles que era lo que todo el pueblo esperaba que vomitase de su vientre tras el naufragio de un carguero («El naufragio«) o que un pez luna atraviese el umbral de la ventana navegando desorientado y melancólico por el aire. Un realismo mágico perfectamente combinado con buenas dosis de memoria histórica para que no perdamos el norte de dónde venimos y dónde podemos acabar si le hacemos caso a la vieja Feliciana, medio ciega y desdentada, cuando afirma que “los libros solo traen desgracias”.

Una segunda compuesta por siete relatos donde los libros y sus lectores irredentos protagonizan un futuro distópico, entre terrorífico y cómico, tal es la habilidad del autor para recrear escenas desasosegantes con un toque de humor capaz de arrancar una carcajada para sobrellevar el espanto. El espanto de un mundo en el que los libros están prohibidos y, consecuentemente, se huye de ellos “como de la peste, porque perjudican la salud y malogran la felicidad. Si veis un libro, no os acerquéis, dad un rodeo, huid mientras podáis. Armaos contra él, actuad en defensa propia, no olvidéis que a los libros los carga el diablo” («La epidemia»). Tan hipotético como parecido al actual en el que estos no se prohíben sino que enmudecen víctimas de una realidad chabacana, zafia y petulante en la que se idolatra al ignorante y se ignora al sabio porque sus consejos duelen, complican la vida, traen quebraderos de cabeza y muy pocos quieren renunciar a “la vulgaridad de una felicidad sin complejos” («Melancolía«). Volviendo al libro, en este futuro distópico al más puro estilo Black Mirror, los amantes de los libros han de vivir en la clandestinidad, so pena de ser detenidos y sometidos a angustiosos programas de reeducación y reinserción social “porque los libros son un obstáculo para la felicidad” como le cuenta su hijo a Juan Horcajo Reinante, el hombre que tras pasar veinte años en coma, despierta en un mundo donde es obligatorio ir en chándal, con el Marca bajo el brazo y una perpetua cara de felicidad para no parecer sospecoso («El Ministerio de Fomento del Consumo y de la Felicidad«, hilarante y magistral relato).

José-Reyes Fernández.

Y la tercera, para mí la mejor, compuesta por cuatro relatos: «El robo imperceptible», «La Quimera», «Sophocracia» y «El libro: instrucciones de uso», en los que el autor hace un alarde de maestría en el manejo del lenguaje verdaderamente extraordinario y de una originalidad en el planteamiento digna de los mejores cuentistas actuales (Tizón, Bolaño, Luján, Schwebling…). Así, en El robo imperceptible, José-Reyes nos propone una especie de adivinanza sobre la que construye un relato en torno al robo de un instrumento imprescindible para el oficio del protagonista, el escritor Onofre Próculo Presedo, cuya ausencia es el soporte de una trama ingeniosísima. ¿Y qué decir de «Sophocracia»? Platón esbozaría una sonrisa satisfecha al ver cómo el pueblo, harto de la descomposición general del Estado y del vaciamiento de la Democracia, aúpa a los sabios al poder para constituir una especia de República de cuáqueros de la lengua en la que no hay gimnasios, ni discotecas, ni locales de apuestas, ni prostíbulos y en su lugar “fueron apareciendo academias de Oratoria, Retórica y Elocuencia, bibliotecas públicas (…) un servicios público de Poeta de Guardia (…)” y en la que se incentiva fiscalmente la adquisición de libros y las visitas a las bibliotecas. ¿Dónde hay que firmar para alcanzar esa tierra prometida?

José-Reyes confiesa que escribió este libro porque los relatos no lo dejaban dormir. Y lo entiendo, porque alguien que es capaz de manejar la palabra con tal maestría, de encauzar su desbordante creatividad de ese modo y de plantear unos temas tan serios con un toque de humor y sarcasmo tan notables, no puede alcanzar la paz hasta que no vea la luz aquello que escribe para rendir homenaje a los libros, “esos cofres de palabras que salvaguardan la memoria de quienes nos preceden”, según Irene Vallejo. Una luz que, a pesar de tantos obstáculos, aún ilumina a quienes nos acercamos a sus páginas en un afán perentorio de encontrar la belleza. Y preguntas, muchas preguntas sin las cuales moriríamos de conformismo y de burda felicidad.

Sigan mi consejo y acérquense a este Tratado contra los libros.  Y si no me hacen caso a mí, háganselo al autor: “Amad a los libros sobre todas las cosas, porque todas las cosas están en los libros (…) Mientras tanto, sean ustedes libres, o libros, que es lo mismo”.

Alicia Domínguez

Autor/a: Alicia Domínguez

Gaditana nacida en Madrid. Doctora en Historia por la Universidad de Cádiz y Máster en Gestión y Resolución de Conflictos por la UOC. 'Autora de 'El Verano que trajo un largo invierno' (Quorum Editores, 2005), 'Viaje al centro de mis mujeres' (Editorial Proust, 2015), 'Memorial a Ellas. Que su rastro no se borre' (Ed. Proust, 2018), 'La culpa la tuvo Eva' (Ed. Olé libros, 2020), 'Memorial a Ellas. Que su luz no se apague' (Olé libros, 2022), 'La ecuación de Dirac y De memoria, perdón y otros conjuros', de próxima publicación, así como coautora de '65 Salvocheas' (Quorum Editores, 2011) y 'El libro del mal amor. Caigo y renazco' (La Quinta Rosa Editorial, 2021). Articulista en el periódico 'La Voz del Sur' y en el 'Grupo Editorial Prensa Ibérica' con la columna ‘El oso cavernario’ y colaboradora habitual de las revistas literarias '142' y 'CaoCultura'.

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