–¿Me amas?
–Más que a mi vida.
–¿Y eso… cuánto es?
–Pssh, poca cosa.
–Pues vamos bien.
–No, vamos fatal.
–Era una forma de hablar.
–Ya, ya… Es tan corto el amor y es tan largo el olvido…
–Bonita canción.
–No es la canción. Es el 20.
–¿Qué hablas?
–Ese es nuestro problema.
–¿Cuál?
–Que no nos entendemos.
–Yo te entiendo.
–¿Qué entiendes?
–No es qué, sino a quién.
–Lo ves.
–¿Qué veo?
–Aquel rayo verde en lontananza.
–¿Y eso?
–¿No lo entiendes?
–¿Qué no entiendo?
–A mí.
–Explícate.
–Básicamente soy dos. Te amo. Y no lo entiendo.
–Haz un esfuerzo.
–Ya lo hago, y no hay forma de besarte tras la oreja.
–Son los pelos.
–Ese es nuestro problema.
–¿Los pelos?
–Son pelillos.
–¿A la mar?
–¿Lo ves?
–¿Qué?
–La risa.
–Anda, trae la mano. Córtalos.
–Pero…
–Y deja el móvil. ¿A quién escribes?
–¿A los pelos?
–No sé. Tú sabrás.
–Te dejaré sin.
–Yo también podría hacértelo.
–Yo no tengo.
–Alguno habrá. Lo buscaré.
–Perderé la fuerza.
–Corta.
–Cambio.