¿Qué hubiera ocurrido en España si hubiera ganado la guerra civil el Gobierno de la II República? En el día de hoy del periodista y escritor leonés Jesús Torbado propone una respuesta que sorprende e inquieta por su vigencia aún hoy a pesar de los 42 años trascurridos desde que fuera dada a la imprenta.
La novela está escrita desde un punto de vista neutral, dice el autor en el epílogo. Un epílogo que parece una rareza hoy día si se interpreta como una justificación o incluso una prevención ante las circunstancias de la época: el dictador Francisco Franco había muerto en 1975 y el libro se publicó en 1976 —ganó el Premio Planeta ese curso—, cuando aún no se había aprobado la Ley para la Reforma Política que vino a derogar el sistema político imperante hasta entonces. Unos años de incertidumbre y miedo en los que hablar claro y alto era un riesgo y un desafío a quienes habían cubierto de gris ceniza las vías respiratorias del país.
Esa declaración de neutralidad no le impide —así lo reconoce él mismo— incluir varios pasajes realmente sarcásticos, algunos de ellos hilarantes como el destino final del Castillo de la Mota convertido en lupanar, otros más trágicos. Por ejemplo, la discusión del Gobierno de la República sobre si deben condenar a muerte al escritor falangista Dionisio Ridruejo por traición al Estado. Uno de los ministros del gabinete, el periodista Julián Zugazagoitia, dice estar convencido de que si el ejercito rebelde hubiera ganado la guerra, a él no le hubieran fusilado. En la historia de Torbado el personaje declara abiertamente que «si Franco hubiera ganado la guerra y yo hubiera caído en sus manos, estoy seguro de que no sería fusilado. Sencillamente porque yo no maté a nadie, porque no cometí más delito que el de creer en unas ideas y defenderlas». Lo cierto es que el ministro socialista fue pasado por las armas. Y el mismo destino le espera a Ridruejo en la versión ficticia de esta historia.
Teniendo en cuenta que Torbado fue siempre un destacado periodista —baste recordar Los topos escrita en comandita con Manu Leguineche— pero también un ingenioso autor, no puede causar extrañeza que haya situado como principal protagonista de la novela a un personaje tan novelesco como el escritor Ernest Hemingway, cronista a su vez de la guerra civil española, y a un fotógrafo inventado, Alejo Rubio. A través de la mirada de ambos el lector va descubriendo un paisaje de la España de posguerra que en algunos aspectos difiere poco de lo que realmente ocurrió: los falangistas reconvertidos o camuflados como republicanos, los exiliados, los maquis (aunque en esta historia sean fascistas), el estremecedor campo de refugiados de Collioure, el hambre omnipresente, los huérfanos de guerra, la prostitución para sobrevivir, la política de no intervención en la segunda guerra mundial, el dolor traumático de la pérdida.
Muchos de los personajes que aparecen En el día de hoy se enfrentan a un destino radicalmente distinto del que tuvieron en vida: Franco acaba exiliado en Cuba con Carrero Blanco y otros generales —aunque varios se integran en el ejercito nazi y combaten en la recién comenzada segunda guerra mundial—, Indalecio Prieto convertido en primer ministro y Julian Besteiro en presidente de la República, el poeta Rafael Alberti ejerciendo como ministro de Propaganda, el poeta José Bergamín como ministro de Cultos, José María Pemán ya cercano al rey en el exilio, aunque hay más que no cito por no destripar del todo la historia.
Son jugosas, por su contraste con la novela de Camilo José Cela, las escenas que se desarrollan en el café La Colmena, con la eterna Doña Rosa avizorando la sala apostada junto al cajón de la recaudación. El café tiene un aire más alegre y socarrón, menos lúgubre que el relatado en la novela homónima. Un guiño u homenaje de Torbado a la obra del escritor gallego, que en 1976 publicaba su Enciclopedia del Erotismo y Rol de cornudos y que seguramente fue uno de los autores que más libros vendía en España en aquellos años.
Aunque deseaba leer este libro desde hace tiempo, me frenaba la idea de encontrarme una novela desfasada y vencida por el tiempo. Sin embargo, me he encontrado una ficción entretenida y ágil, llena de guiños históricos y sugerencias entre líneas, con la narración de unos hechos imposibles que inducen a la reflexión, que invitan a consultar los manuales de historia, a recordarla y aprender de ella.