–Hija, deberías salir más, no es bueno que te pases todo el día aquí parada…
–No, mamá, que no me gusta nada lo que me veo por ahí…
–Pues qué vas a ver, hija, la vida, con sus gentes, con sus cosas…
–Eso es lo que no me gusta…
–¿Qué?
–La gente, mamá, la gente.
–¿Por…?
–Es mala, me miran mal…
–¡Va! ¡Cosas tuyas! ¡Qué te van a mirar mal, con lo requeteguapa que tú eres, mi amor! ¡Y no habrá por ahí mozalbetes que mueran por tus aires! Si lo sabré yo. Tú lo que tienes que hacer es…
–¡¡¡Pues me miran mal!!! Y además…
–¿Qué, mi cielito?
–Me dicen cosas…
–¿Qué cosas?
–Antigua…
–Bueno…
–…y fría…
–¡Pues no siempre, caray! ¡Estos días, sin ir más lejos, estamos pero que bien calentitas…!
–…y ayer me dijeron, me dijeron… ¡Hierática!
–¡Oh, vaya!… ¡Esa es una palabra muy fea! ¡Pero esto lo soluciono yo…! ¡Ya verás tú! Anda, dime, ¿quién ha sido el bonito que…?
–Pero mamá, ¿qué vas a solucionar tú? ¡Maldita sea!, ¿cuándo vas a aceptar de una vez por todas que somos lo que somos? ¡¡Que vestimos como las cigarreras de hace un siglo, mamá!!
–Bueno… eso no es malo…
–Mamá, ¡¡que llevamos unos peinados que ni siquiera se llevaban entonces!!
–Nena… yo…
–…¡¡¡que somos de bronce, mamá!!!…
–Nadie es perfecto, hija…
–¡Y que somos estatuas, mamá! ¡¡¡Es-ta-tuaaaas!!!