Con el amigo Fela

Empezaré esta crónica con un reconocimiento: conozco al músico nigeriano Fela Kuti (1938-1997) gracias al programa dominical Sonideros de Radio 3, y en concreto a la sección que en él presenta el locutor que se hace llamar “Dj Floro”, que en la selección musical de una hora que corre a su cargo presta especial atención a la música que se ha hecho en África en el último medio siglo. Gracias a él, este artista singular se ha convertido en uno de los que con más frecuencia suele acompañarme en los ratos en los que, a solas o en compañía, me apetece escuchar música, y en concreto un tipo muy particular de música: la que infunde en el ánimo energía y optimismo, aportando además al oído una constante impresión de frescura y novedad, muy alejada de la que produce el ruido adocenado, repetitivo y vulgar que suelen prodigar las radio-fórmulas.

Fela Kuti.

Ha coincidido, además, mi creciente fervor por este músico con una también renovada curiosidad, por mi parte, hacia las realidades sociales y políticas del África negra desde los tiempos de la descolonización hasta hoy. No sabría explicar el motivo de este sostenido interés por las cosas de África: algunas lecturas, quizá, y también un cierto hartazgo del protagonismo que la crónica cotidiana de actualidad concede a las preocupaciones y realidades de los países que habitualmente englobamos bajo el marbete de “mundo desarrollado”, y que normalmente no son otra cosa que una traslación a los titulares periodísticos de las preocupaciones e intereses de su clase dirigente, que es también la culpable de buena parte de los males que todavía se ceban con el inmenso, riquísimo y violentamente desigual continente africano. La descolonización del África subsahariana, en un largo proceso que comenzó en 1957 con la independencia de Ghana y terminó casi cuarenta años después con el fin del dominio de la minoría blanca en Suráfrica, puede verse como una larga sucesión de promesas e ilusiones que, en su mayor parte, han quedado defraudadas, pero que han dejado en el observador crítico la idea de que, con mayor apoyo de los países responsables de la devastación de África durante el dominio colonial y sin injerencias desestabilizadoras, algunas de esas promesas e ilusiones podrían haber incluso servido de inspiración a sociedades que, como las de la Europa occidental de hoy, afrontan una profunda crisis moral y asisten impotentes al deterioro de los principios políticos y sociales en los que se ha basado hasta ahora su alto grado de cohesión social y su envidiable bienestar.

Traigo todo esto a colación porque el pasado viernes 26 de abril se inauguró el 16 Festival de Cine Africano de Tarifa y Tánger con la proyección del largometraje documental Mi amigo Fela (Meu amigo Fela, 2019), que se ocupa precisamente de la vida y legado del genial músico nigeriano, y lo hace desde una perspectiva que incluye la consideración seria y rigurosa de esas promesas e ilusiones que irradiaron desde África al resto del mundo durante un periodo que coincide con los años que determinaron el carácter y personalidad de Kuti y las obsesiones que, para bien o para mal, marcaron su vida. El director de este documental, el brasileño Joel Zito Araújo, presente en la inauguración, comentó luego, durante el primero de los distendidos “aperitivos de cine” que tienen lugar al mediodía y en los que periodistas y público tienen ocasión de charlar con los realizadores, que una de las críticas, creo que no del todo infundada, que le habían hecho alguna vez a propósito de su película era el tiempo que dedicaba a explicar ese trasfondo.

No es que Araújo descuide otras cuestiones que el espectador puede considerar más pertinentes en la biografía fílmica de un músico y de una estrella de la cultura popular: por ejemplo, el valor de su aportación artística, o las razones del progresivo endiosamiento del músico y de su perceptible pérdida del sentido de la realidad, similar al que padecieron otros artistas del momento, como Jim Morrison. En esos aspectos, la película de Araújo no defrauda. Respecto a lo primero, por ejemplo, el documental asigna a alguno de los músicos que formaron parte de la banda de Kuti el papel de explicar en qué consiste la especificidad africana del llamado afro-beat, el tipo de música del que Kuti fue creador y que, más allá de los elementos comunes que pueda tener con el jazz occidental y sus derivados, se atiene escrupulosamente a los fundamentos de la música africana tradicional, basada en la escala pentatónica, en el protagonismo de las percusiones y en cierto tipo de fórmulas cantables que Kuti trasladó a sus letras en inglés pidgin, la variedad que hablan las clases populares en los países africanos angloparlantes.

De cómo funciona ese complejo dan expresiva cuenta las imágenes de archivo que el documental ofrece de diversas actuaciones del propio Kuti, tanto en sus giras internacionales como en su propio club en Lagos, la capital nigeriana. Y hay una relación directa entre el hipnótico personaje que aparece en estas escenas, en las que se le ve sumido en una especie de contagioso trance que electriza al público y refuerza el elemental pero efectivo mensaje sociopolítico de sus letras, en muchas ocasiones referidas a vicisitudes de su propia vida como personaje acosado por los brutales gobiernos militares de su país, y el progresivo endiosamiento que lo llevará, con los años, a convivir con hasta veintisiete esposas, a rodearse de guardaespaldas y a seguir las enseñanzas de cierto dudoso santón hindú que, entre otras cosas, inculcó en el desorientado músico la idea de poseer atributos sobrehumanos.

Joel Zito Araújo.

En ese aspecto, la película de Araújo es implacable. Pero lo curioso es, decíamos, cómo, a diferencia de tantas biopics sobre vidas de músicos que acabaron mal, evita los aspectos más sensacionalistas de su asunto y logra establecer un tono convincente de veracidad mediante el recurso de encomendar la dirección de su pesquisa a quien fue amigo íntimo del músico y, al mismo tiempo, uno de sus vínculos más claros con el trasfondo panafricanista y reivindicativo al que aludíamos antes: nos referimos al siempre sonriente y ecuánime profesor y activista afrocubano Carlos Moore, a quien vemos, en unas imágenes de archivo, participando en la protesta que destacados representantes de la cultura afroamericana llevaron a cabo ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tras el derrocamiento y asesinato del primer ministro congoleño Patrice Lumumba en 1961, tras un golpe de estado orquestado, y luego negado cínicamente, por la CIA y la antigua potencia colonial, Bélgica. Si Fela Kuti es el asunto de este documental, Carlos Moore es su verdadero protagonista, en cuanto que comparece en los escenarios de la vida de su amigo y se erige en hilo conductor entre las diversas facetas, un tanto descabaladas, de su vida pública y algún que otro controvertido aspecto de la privada. Es Carlos Moore, en efecto, quien entrevista a la cantante y activista norteamericana Sandra Izsadore (entonces Smith), que fue amante de Kuti durante la estancia de éste en los Estados Unidos a principios de los años 60 e inició al hasta entonces despolitizado músico en el espíritu de militante conciencia racial que caracterizaba entonces a los Panteras Negras. Izsadore llegó a vivir con Kuti en la comuna polígama que éste tenía en Nigeria y fue testigo de lo que podríamos describir como comienzo de la desintegración del ego desmedido del personaje, acentuada por el brutal acoso del que fue objeto por parte de las autoridades nigerianas, que asaltaron varias veces su “comuna” de Kalakuta, en las afueras de Lagos, y fueron los responsables de la muerte de la madre del cantante, que cayó o fue arrojada desde una ventana en uno de esos asaltos.

Una escena de ‘Mi amigo Fela’.

La realidad de Nigeria y del África poscolonial en general ocupa un lugar importante en el documental de Araújo, que también pudo transmitir a sus interlocutores en el mencionado “aperitivo” con periodistas y espectadores su propia experiencia de rodaje en el país africano y algún que otro atropello policial del que fue objeto. Sobre ese trasfondo brutal, que se extiende al presente, así como sobre el de una época que pareció vislumbrar la posibilidad de que las cosas fueran de otro modo, se alza la controvertida existencia de Fela Kuti. De algún modo, la película de Araújo no solo apela a la conexión existente entre su personaje y las circunstancias históricas que lo moldearon, sino también a nuestra propia conexión con el pasado del que venimos. Siempre he pensado que mi propia curiosidad hacia la historia reciente de África y hacia su realidad presente tiene que ver con eso. Por eso aplaudí Mi amigo Fela y di por bien comenzado un festival que todavía tenía otras gratísimas sorpresas que ofrecerme.

José Manuel Benítez Ariza

Autor/a: José Manuel Benítez Ariza

José Manuel Benítez Ariza (Cádiz, 1963) vive escribiendo y escribe sobre la vida: un poco cada día, un poco de todo, en una profusión hecha de muchas brevedades. Narrador, poeta, traductor y articulista, el hilo conductor de esta aparente dispersión de fuerzas es su "diario abierto" Columna de humo, en el que trata de explicarse.

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