Antonio Serrano Cueto: “Espero que el lector encuentre musicalidad y emoción”

El autor gaditano publica su tercer libro de poemas, ‘Aún trémulo el ramaje’, en la editorial La isla de Siltolá, una colección de versos de amor de madurez escritos desde la memoria de paisajes y ciudades que forman parte del patrimonio emocional de los amantes.
La búsqueda de la palabra precisa y la influencia de la cultura clásica en su escritura y en sus lecturas son, según expone en esta entrevista, algunos rasgos de la personalidad literaria de Antonio Serrano Cueto.

¿Por qué eligió éste título “Aún trémulo el ramaje”?

El título es un verso de Cernuda, de una égloga, y en contra de lo que se pueda pensar no está elegido porque el libro tenga tono cernudiano, para nada. Está elegido porque tiene mucho que ver con la tercera parte del libro, que se titula “Fuga y memoria”, y con la idea, porque es un libro de amor, de que el amor al final, pese a que pueda llegar a una edad en la que ya es mucho más recuerdo o mucho más vida pasada que vida por delante, aún sigue vibrando. Y esa imagen de “Aún trémulo el ramaje” me gustaba.

Hay una presencia muy fuerte de la naturaleza en éste libro. ¿Cuál es el origen o la motivación de esa atracción por los temas naturales? ¿Es quizá una influencia de su cultura clásica, de su formación clásica?

Me lo han comentado en alguna que en otra ocasión y debo reconocer que, del mismo modo que hay temas y motivos en el libro que sí están buscados, este no lo está. Me ha sorprendido a posteriori ver que hay muchas referencias a la naturaleza, al paisaje. Posiblemente tenga que ver con mi influencia clásica y quizás porque en los últimos años me he estado dedicando de una manera un poco más especial, tanto desde el punto de vista docente como incluso en la investigación, a algunos géneros relacionados con el paisaje, como por ejemplo la égloga, la bucólica, la poesía pastoril. Puede que mis lecturas de la poesía pastoril en el mundo clásico y no solo en el mundo clásico, incluso en el Renacimiento, de autores como Sannazaro o como Petrarca, me haya influido. Pero me sorprende que la gente perciba esta influencia de la naturaleza que a mí en un principio no se me ocurrió para nada utilizarla. Sí es cierto que siempre he creído, y eso además está recogido en algún que otro poema, que la naturaleza muchas veces es un magnífico escenario para el amor. Quizás haya jugado un poco en el subconsciente la idea de que dónde mejor se puede desarrollar el amor que en contacto con la naturaleza.

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En el libro tienen una presencia importante los poemas de amor. Hay uno en el que usted escribe que “Con tal de humanizar la antropofagia / los dioses nos regalan el amor”. ¿También nos regalan la poesía?

La idea de que nos regalan el amor para de alguna manera humanizar la antropofagia es porque, claro, uno piensa en aquello que consiste un abrazo o un beso a un ser muy amado y estarás de acuerdo conmigo que en buena medida hay ganas de comerse al otro, lo mismo si es una amante, me da igual que sea mujer o que sea hombre, o lo mismo si es un crío como tu hijo o tu hija. Yo creo que los mortales tenemos una cierta tentación a la voracidad, a morder, y a partir de ahí surge esta idea de que, efectivamente, para que no nos comamos al otro, nos regalan el amor que, de alguna manera hace que lo mantengamos. ¿La poesía? Sin lugar a dudas. Si hay dos grandes temas universales en la poesía, y no solo en la poesía, en todas las artes,  son el amor y la muerte, y la muerte más incluso que el amor, y a fin de cuentas los dos coinciden en algo, y es que cuesta explicarlos, pero la muerte cuesta mucho más y por tanto está mucho más presente. Y además, regalo de los dioses, sin duda, a través de las musas, eso está clarísimo.

En alguna entrevista ha dicho usted, o me ha parecido entender al leerle, que dar por acabados los poemas que escribe le cuesta bastante en su taller ¿Por qué? ¿A qué se debe?

Eso puede ser un defecto o una virtud. Habrá gente que piense que al final el resultado tiene muchísimo de laboratorio, muchísimo de taller, pero yo no sé si eso se debe a mi formación, a las muchas horas que dedico a la otra faceta, que es la investigación universitaria, que es verdad que le echo muchas horas de taller. Pero también, si tiene algo bueno, puede ser que no me conformo con la primera idea, la primera palabra, la primera imagen, sino que hasta que no veo la imagen absolutamente resuelta no paro. La palabra precisa, yo creo que eso es fundamental. Para poner un sujeto, un verbo y un objeto directo, para eso no hace falta ni ser poeta ni ser nada, simplemente haber ido a la escuela primaria. Yo creo que la poesía es algo más. A mí como lector no me gusta la poesía en la que la forma, por ejemplo, no la veo cuidada. Y cuando hablo de la forma no estoy pensando en la rima, no estoy pensando en que sean necesariamente versos medidos, no estoy pensando en nada de eso, estoy pensando en la música que tiene que tener la poesía. Si algo tiene la poesía que la distingue de la prosa es una cierta musicalidad. La elección de las palabras, la elección e las sílabas y la colocación generan un efecto en el lector y creo que eso es importante. Esa es mi visión de la poesía, que alguien dirá, sobre todo los poetas más modernos, más jóvenes, dirán que eso es muy tradicional, que es muy clásico. Bueno, pero esa es mi visión. Igualmente que yo respeto la visión de los más jóvenes con esos poemas que son post-post-modernistas. Muchas veces los leo y me dejan frío, en cambio sigo disfrutando con la poesía de García Baena, de Antonio Colinas, con la poesía de otros poetas que rozan más lo tradicional y, más que lo tradicional, lo clásico.

Esa dificultad de dar por cerrados los poemas es muy cernudiana, ¿no?

Sí, pero en Cernuda tiene que ver más con su carácter de hombre descontento que le costaba mucho sentirse satisfecho de lo que iba haciendo. En mi caso creo que es simplemente una búsqueda de que la última lectura que yo haga, aunque sea cuatro meses después de haber empezado el poema o un año después de haberlo empezado, sea la que me diga: “¡Ya! Ciérralo ya, porque si no lo cierras ahora no lo vas a cerrar nunca”, que es lo que le pasaba un poco a Juan Ramón Jiménez, que estaba dándole vueltas continuamente a todo. Eso tiene una parte negativa, y es que si tú eres un insatisfecho o un perfeccionista, llámalo como quieras, ni siquiera cuando lo cierres lo vas a dar por acabado. Yo esto lo leo ahora tiempo después y encuentro poemas en los que digo: “Éste verso lo podía haber resuelto de otra forma”, pero eso es inevitable. Esto también es fruto de su momento, no de ahora, sino de cuándo salió.

¿Qué siente cuando ve sus poemas publicados en papel?

Con los poemas, y los cuentos, lo que sientes es un poco de vértigo, pero eso me pasa también cuando veo un articulo mío universitario publicado en una revista de prestigio, y en una revista de prestigio ha pasado sus filtros, pero aún así lo que está escrito queda ahí y no sabes quién va a ser tu lector. Cuando tú ves ahí un poema, al leerlo de alguna manera revives la emoción que pusiste en su momento. Tengo ahí un poema, una elegía a un amigo muerto, por ejemplo, y lo leo y me sigo emocionando, pero al mismo tiempo me pongo en la piel de otro lector y digo: “¿Hasta qué punto tiene uno en estos casos que abrir su corazón en un poema?”. En otros puedo pensar que no está bien resuelto este verso y llegará un lector que tenga tablas, que sea ducho en la poesía y diga: “Vaya forma más prosaica tiene este hombre de cerrar el poema o de abrirlo”. Uno no siempre alcanza a escribir lo que realmente pretendía. Creo que era Machado el que decía que era un juez tremendo de sus propios escritos porque cuando los leía nunca se daba cuenta del esfuerzo que puso y de la emoción que puso, sino de lo poco que había logrado. Eso es la botella medio llena, medio vacía. A lo mejor hay que empezar a verlo como botella medio llena, no lo que podría haber hecho, sino lo que hizo en su momento.

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Antonio Serrano Cueto.

Hay versos en este libro referidos a ciudades como París, Berlín o Lisboa en las que usted ha vivido o que ha visitado y junto a esos poemas hay uno titulado “Flores de un día” dedicado a la esencia de la vida en las ciudades que escapa un poco al visitante efímero, a esa ciudad invisible. ¿Ese enigma le motiva para evocarlas y escribir sobre ellas?

Sí y además no es la primera vez que escribo sobre esto. Tengo un libro de cuentos publicado hace algunos años en los que también hay ciudades. La idea de la invisibilidad de las ciudades me gusta, pero no porque soy un fan desde hace años de Italo Calvino y sus ciudades invisibles, un libro precioso, sino porque estoy convencido de que vivimos en las ciudades o visitamos las ciudades sin mirar o, mejor dicho, mirando pero no viendo. Me explico: mi suegro decía que a las ciudades había que mirarlas de cintura para arriba, porque para mirarlas de cintura para abajo siempre estamos mirándolas. Y es verdad, la gente por la ciudad, si te fijas, va o mirando al frente o mirando hacia abajo, nunca mirando un poquito más hacia arriba y cuando uno mira un poco más hacia arriba descubre, por ejemplo, cierres, herrajes preciosos en los balcones, descubre ribetes o molduras preciosos en las cornisas, descubre estatuillas como la del Arcángel San Miguel en la Calle San Miguel de Cádiz, o descubre lápidas, inscripciones. Esa idea de que las ciudades esconden mucho más de lo que vemos es una idea que siempre me ha atraído, me ha atraído bastante, la he tocado en algún que otro texto y aquí quería tocarla de manera especial dentro del marco de este poema amoroso, en el sentido de que para una pareja, si se mueve y es una pareja que viaja, las ciudades que recorre pasan a formar parte de su patrimonio emocional. Las ciudades que están aquí son ciudades normalmente que yo he visitado  y en las que he vivido incluso, en París viví tres meses. Te das cuenta cuando te vas de la ciudad y dices: «Bueno, me he quedado sin conocer prácticamente nada», y ya no estoy hablando de museos ni estoy hablando de monumentos, estoy hablando del pulso de la ciudad, el pulso de la gente. Cuando tú vives largo tiempo en una ciudad lo palpas, tú vas a París cinco días y no lo palpas, yo viví tres meses en París y además estaba solo y yo me sentaba en una terraza y estaba tres horas leyendo un libro, tomándome una cerveza, un café, y viendo a la gente pasar; eso, si vas cinco días, no lo haces y ahí es dónde se palpa la ciudad. Y esa idea me gustaba mucho, y  también un poco la idea de que las ciudades te ofrecen mucho y a veces nosotros le damos muy poco, de ahí el final del poema. Si al final eres capaz de llegar a la esencia no eres tú quien se va a acordar de la ciudad, sino la ciudad de ti.

 ¿A qué poetas le gusta a usted leer de forma habitual?

Yo releo mucho. Lo último que estoy releyendo es a Odysseas Elytis. De la generación del cincuenta en España me gusta mucho y leo con frecuencia a Claudio Rodriguez, a Antonio Colinas, a García Baena. Leo también con cierta frecuencia poesía francesa, por ejemplo a Baudelaire o a poetas más contemporáneos como Philippe Jaccottet, o a poetas del siglo veinte como Paul Eluard. Me gusta la poesía francesa, me gusta en la poesía española Cernuda, por ejemplo; Ocnos es un libro que visito con cierta frecuencia. Y luego también leo y releo a poetas clásicos, poetas grecolatinos, Virgilio u Horacio. Horacio es un poeta muy poco conocido del gran público a pesar de que hay magníficas traducciones y es uno de los grandes poetas del mundo latino. Hay un poco de todo. También leo a poetas jóvenes, me mandan libros de poetas, algunos que no conozco, algunos leo y me asombran, otros me dejan igual.

Y a sus alumnos ¿qué poetas recomienda?

Depende de la asignatura y del contexto. Por ejemplo, yo doy clases a partir de febrero de poesía latina de época imperial. Como en esa asignatura hay una parte que yo he enfocado para hablarles de la pervivencia y de las conexiones de la poesía latina con la literatura española e incluso con el arte, a ellos, que leen poco y que lo que leen es normalmente lo que les obligan a leer para conseguir los créditos, les digo que lean poesía clásica española, a Garcilaso, a Fray Luis de León, porque eso es fundamental.  No creo que sea adecuado para un chaval que se está formando leer mucho poesía contemporánea y no conocer a Garcilaso, no conocer a Quevedo. Uno de los poemas de amor más hermosos que se han escrito lo escribió Quevedo, el famoso poema que termina “serán cenizas, más tendrán sentido. / Polvo serán, mas polvo enamorado”. Ese soneto, les digo a ellos: “Es que esto tenéis que conocerlo”. Yo lo habré leído veinte, veinticinco veces, y no me canso de leerlo. Tienen que leer la poesía del Renacimiento, la poesía del Barroco español y a partir de ahí hablamos.

¿Qué piensa usted que va a encontrar el lector que lea su libro?

Creo que lo que puede encontrar son poemas con los que se puede sentir de alguna manera vinculado, de alguna manera identificado, en el sentido en que hay una imagen del amor que yo creo que es bastante frecuente, bastante generalizada, sobre todo en la segunda y tercera parte. En la segunda parte, que se llama “Un Dios amordazado”, están las vivencias del amor, y ahí puede encontrar imágenes que le pueden parecer familiares. En la parte final, en “Fuga de memoria”, va a encontrar poemas en los que el amor, no es que esté en decadencia, sino que ha alcanzado una madurez, posiblemente por la edad, en la que hay más tiempo vivido que tiempos por vivir y es un amor que se vuelca mucho en la memoria, en el tiempo pasado, en escenas vividas de la vida cotidiana con las que se puede sentir perfectamente identificado.

La primera parte, “Epifanía”, quizá es un poco más compleja en el sentido de que es un poco más metafísica, es una idea del amor que quizá le cueste un poco más al lector medio, a un lector quizá más cultivado sí, que es la idea del amor como revelación. Antes de tener el contacto físico y el contacto individual con un amor, de alguna manera se te está revelando en señales, en la naturaleza por ejemplo.

Por otra parte yo espero que encuentre musicalidad, y espero que encuentre también sobre todo emoción porque un poema si al final no te emociona algo… Un poema solamente intelectual puede gustar, pero no emocionar. Si el poema emociona por lo menos se consigue una segunda lectura.

Santiago Pérez Malvido

Autor/a: Santiago Pérez Malvido

Santiago Pérez Malvido nació en Cádiz en 1968. Es periodista. Ha trabajado para la Agencia Efe y para la Junta de Andalucía. Puedes encontrarlo en https://sperezm.wordpress.com/.

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