Henrietta escucha la chicharra

Las chicharras no cantan: estridulan y, al igual que los grillos, solo lo hacen los machos; el sonido proviene de unos sacos de aire situados en el abdomen que inflan y desinflan a través de unas membranas llamadas timbales, un rechinar que se acelera cuando hace calor. La comunidad indígena mexicana de Corapán celebra, desde hace miles de primaveras, la Fiesta de la Chicharra, en la que el canto y la percusión de timbales eleva a categoría de magia el sonido del insecto, sonido de buenos augurios porque presagia la estación de lluvias y, con ella, la posibilidad de que los campos se hagan fértiles y la vida apacible.

La chicharra de Corapán es un canto tribal, precristiano, naturalmente precolonial, y delata la identidad sostenida  durante siglos por el ser humano entre la palabra y la naturaleza: decir es ver, cantar es invocar, invocar es hacer presente el deseo; cantar la chicharra convoca la lluvia.

Henrietta Waiss Yurchenko (1916-2007) llegó a México a principios de los años cuarenta del pasado siglo enamorada de oídas por ese sentido primordial del canto indígena y allí, en Corapán, escuchó y grabó la chicharra. Lo hizo utilizando discos de aluminio con cubierta de laca y dejó así impresas, por primera vez, las voces y la música indígena, un regalo del pasado para el futuro que, en su momento, causó una tremenda incomodidad para los musicólogos e intelectuales norteamericanos de oído más intransigente.

El encuentro entre Henrietta y la música tradicional tenía su sentido. Nacida en Estados Unidos en el seno de una familia proveniente de Ucrania, su educación musical se nutrió tanto de sonidos cultos como populares; además, a la aventura de México seguramente la impulsaron los tiempos, la hostilidad que su alma judía apreciaba en un país obsesionado entonces por la amenaza del comunismo y por las sospechas de judaísmo. Así que cuando Yurchenko llegó hacia 1942 a Michoacán su viaje supuso, a un tiempo, el exilio y la búsqueda de raíces.

Henrietta Yurchenko durante una de sus grabaciones en México en los años 40 del pasado siglo.

Pero Henrietta ya sabía mucho de música antes de escuchar la chicharra. Muy joven, había acometido la producción de programas musicales en la emisora WNYC, perteneciente a la alcaldía de Nueva York, y desde allí había evidenciado su talento heterodoxo promoviendo a novatos de la creación musical como Leonard Bernstein, dando a conocer a autores marginales como Béla Bartók, o creando el primer programa radiofónico de música que acogía sonidos folklóricos de los cinco continentes, “Aventuras en la música”.

Las grabaciones de campo de Henrietta Waiss Yurchenko se extendieron hasta casi el final de su larga vida: sin interrumpir nunca los trabajos en México y Guatemala, viajó con frecuencia al norte de África, las Islas Baleares e Israel para documentar la música judeo-sefardí, y realizó recorridos etnomusicológicos por Austria, Checoslovaquia, Alemania e Italia. Todo su legado sonoro (más de una tonelada según sus gestores) está depositado en la Fonoteca Nacional de México y en la Universidad Nacional Autónoma de México, a buen recaudo y a disposición de los investigadores y de quienes quieran oír la música primordial que el Gobierno actual de los Estados Unidos quiere exterminar para siempre.

Hay personas que escuchan un rato y son buenas; hay personas que escuchan toda la vida y son mejores; hay personas que escuchan la chicharra: esas son las imprescindibles.

María Jesús Ruiz

Autor/a: María Jesús Ruiz

María Jesús Ruiz es doctora en Filología Hispánica, profesora de la Universidad de Cádiz, ensayista y narradora. Es especialista en literatura de tradición oral y patrimonio cultural inmaterial. Sus últimos libros publicados sobre el tema son 'El mundo sin libros', ensayos de cultura popular (2018) y 'Lo contrario al olvido', de memoria y patrimonio (2020).

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