CriSSis

En un tugurio abandonado, el policía encubierto Jimmy Castro se enfrenta por fin al objeto de su investigación, pero quizá ya sea demasiado tarde para detener el caos sembrado.

Capítulo 52. Isidoro.

El hombre se sentó frente a Castro, con parsimonia, como si gozara de este momento de revelación. Casi decepcionado, el policía encubierto comprobó que parecía un tipo normal y corriente, tirando a anodino, sin blazer de brillo ni chaqueta Mao ni gato blanco en el regazo. Traía, el colmo de la incongruencia, un botellín de agua mineral sin gas que depositó sobre la mesa como en cualquier película al uso habrían colocado una Magnum 44.

—¿Usted es Isidoro, entonces? —preguntó Castro—. ¿Usted es el que está detrás de todo el cotarro?

—En realidad, no —contestó el hombre, observándolo con unos ojos claros, llenos de inteligencia y también, Jimmy Castro lo sabía, de suspicacia—. Isidoro somos todos.

—¿Como Espartaco?

Una sonrisa complaciente, como si el juego de alusiones no le sorprendiera.

—Como Espartaco, sí. Todos somos Isidoro. El Morsa, Márquez, tú mismo. Y muchos más.

—Arriba parias de la tierra.

—¿No lo crees?

—Claro que lo creo. Estoy aquí, ¿no? Me he cargado a un tipo por la causa.

—Pero no sabías que hubiera ninguna causa.

—No soy tonto. Algo me olía. Además, me parece bien. Cuando no hay justicia en el mundo, alguien tiene que tomársela por su mano.

—En eso andamos.

—Pero ahora la prensa lo sabe. La opinión pública. La policía.

—Digamos que hemos pasado de ser un grupo anónimo…

—A ser un grupo terrorista.

—A ser un grupo conocido —corrigió Isidoro, o como en realidad se llamase—. Era imposible mantener la charada por más tiempo. Tarde o temprano, si no lo han hecho ya, saltarían las alarmas.

Ilustración de Manuel Martín Morgado.

Ilustración de Manuel Martín Morgado.

—¿Entonces ya se ha terminado todo?

—Al contrario. Ahora es cuando empieza.

—Pero no podremos acercarnos a nadie. No como hasta ahora. No con sorpresa.

—No, no con nocturnidad y alevosía. Pero ahora seremos muchos más.

—¿Y eso?

—Porque habrá quien quiera unirse a nuestra causa. Y quien inicie causas similares por su cuenta.

—¿De justicieros a virus?

—De justicieros a «memes».

—¿A qué?

—A ideas que se contagian. Cuando la gente se conciencie, como nosotros, de que les han estado tomando el pelo, se rebelarán.

—¿No es un poco de memos creer en esos… en esos «memes»?

—Quizás. Pero acaban de atropellar a un magistrado y se han dado a la fuga. Y no lo habíamos organizado nosotros. Hay un alcalde acusado de corrupción en la zona de levante que ha ingresado esta mañana con una pedrada que le ha roto la cabeza. Nadie ha visto al agresor.

—Y no hemos sido nosotros.

—No. Ahora somos legión.

—Suena a película de miedo.

—Vivimos en una película de miedo, muchacho.

—Entonces otros van a matar por nosotros.

—No. Otros como nosotros van a seguir matando.

—Dicho así suena a retirada.

—No. Dicho así suena a complicidad. Otros harán trabajos similares. La policía no podrá contener lo que será, sin duda, una nueva forma de revolución. Todos serán sospechosos.

—¿Tanta confianza tiene en esta aventura?

—Mientras sirva para que quienes nos han gobernado y exprimido se den cuenta de que hay una línea que no se puede cruzar, porque también nosotros podemos hacerlo, será más que suficiente.

—Nos van a hacer el trabajo gratis.

—No, vamos a hacer el trabajo entre todos. Hasta que se enteren.

—¿Y si no se enteran?

El hombre, Isidoro, se encogió de hombros. Un sonrisa triste asomó entonces a su boca, un rictus de amargura quizás. Castro, que sabía leer en sus sospechosos,  supo ahora que, pese a todo, Isidoro no estaba tan seguro como aparentaba. Supo también, por la forma en que abrió el botellín de agua y engulló tres cápsulas multicolores, que era un hombre enfermo.

Rafael Marín

Autor/a: Rafael Marín

Novelista, articulista, traductor, guionista y teórico de historieta. Hombre orquesta, bullita. Además canto bien.

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