A favor del John Wayne que llevamos dentro

El otro día volvía a ver Río Lobo de Howard Hawks, la última mirada del cineasta de Indiana. En ella salía un John Wayne casi crepuscular que durante aquel rodaje celebró su Oscar por Valor de ley. No siendo el mejor de los Ríos de Hawks palpita en Río Lobo el espíritu del mejor western, su épica y también su lírica, y en el rostro de Wayne lo que se trasluce es sencillamente el cansancio del héroe.

Circula por esos mundos de los demasiados libros, que teorizó Zaid de nombre Gabriel, un ensayo titulado John Wayne que estás en los cielos que firma Octavio Salazar y prologa Leticia Dolera. El libro- se lee en la sinopsis- invita a superar el John Wayne que llevamos dentro. A estas alturas de la película la invitación resulta absurda y anacrónica, insertada en ese revisionismo perverso que padece una total falta de contextualización en todo lo que cae en sus manos.

John Wayne y Jorge Rivero en una escena de ‘Río Lobo’.

Joan Didion, que también era mujer como Dolera, pero que escribía bastante mejor que ella, escribió un hermoso texto titulado “John Wayne: Canción de amor” que puede leerse en su libro Los que sueñan el sueño dorado. Hágase un ejercicio comparativo entre superar a John Wayne y considerarlo parte de un cine que se habitó y se amó. Escribió Didion: «cuando John Wayne pasó cabalgando por mi infancia, y tal vez por la de ustedes, determinó para siempre la forma de algunos de nuestros sueños».

Algunos como el que esto escribe nunca quiso ser John Wayne, pero amó sus películas con Ford y Hawks, parte del espíritu que mueve el mejor cine. Por tanto, no tengo que prevenirme de la masculinidad tóxica que supuestamente irradian esas películas y que el comité de la nueva moral determina, y que sale a tu encuentro en libros como el escrito por Vicente Monroy, Contra la cinefilia, que recuerda a aquellos antiguos fumadores que al dejar el pernicioso hábito se convierten en los peores cruzados de una religión sin tabaco. Monroy fue cinéfilo y de pronto cayó del caballo y escribe contra ella y abraza postulados revisionistas como el de una tal Laura Mulvey que ataca el cine por misógino y llega a decir que para destruir el placer masculino habría que destruir el lenguaje cinematográfico y que la muerte del cine se revela necesaria para la liberación de la mujer. Se imagina uno a Mulvey destruyendo las cinematecas del mundo para construir su nueva e inquietante era.

John Wayne como el coronel Cord McNally.

El libro de Monroy es tan tramposo que para deslegitimar por machista a la Nouvelle Vague dice que en ese movimiento de críticos cinematográficos que precedió al movimiento fílmico no hubo mujeres. Aparte de obviar a Agnès Varda omite algo fundamental, que en los años cincuenta, y lamentablemente, la mujer estaba desplazada en muchos ámbitos de la vida. Por tanto, no hay que echarle la culpa al cine, reflejo de la realidad, y bálsamo de tantos hombres y mujeres que encontraban en la sala de cine su refugio. Pero esto debe importarle poco al arrepentido Monroy o a Mulvey.

Uno vuelve a Río Lobo con orgullo, a lo que tiene de melancolía por un cine y una época dorada que ya se iba desvaneciendo en los albores de los años setenta. Y se acuerda del canto al cine y a la vida que Didion hizo de John Wayne al que terminó conociendo en un encuentro en el que percibió que conocía mejor al actor que a su propio marido. El milagro del séptimo arte, ese milagro que los ojos venenosos de los gurús del presente nos quieren hacer mirar con los ojos revisionistas de la culpabilidad.

Luis García Gil

Autor/a: Luis García Gil

Luis García Gil (Cádiz, 1974) une en su ya amplia obra editada la literatura, el cine y la canción de autor. Poeta y ensayista, en su obra se han cruzado Woody Allen, François Truffaut, Joan Manuel Serrat y Clint Eastwood.

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