Una indiscreción de la prensa, que cree haber destapado un nuevo chanchullo de corrupción, desbarata el plan de infiltración de Jimmy Castro en el grupo terrorista que se hace llamar “Isidoro”. El policía tiene los minutos contados.
Capítulo 58. El momento Scooby-Doo.
Jimmy Castro ya se las había visto canutas un par de veces. Eran los gajes del oficio. Manolete, si no sabes torear… Recordó aquella vez que tuvo que salir por ruedas cuando el clan que se dedicaba a robar coches de lujo para venderlos luego a Marruecos lo pilló, y cómo tuvo que marcarse un Fast and Furious donde no se estampó contra la Cibeles de milagro, él que era del Atleti, mismamente. O el mal rato que tuvo que pasar cuando la mafia de los rumanos dedicados a la trata de blancas (ya podían haberse dedicado al cobre, como todo el mundo), le puso en bandeja a dos lumis que no hablaban ni papa de español y que estaban lampando por ensayar con él las posturas censuradas en el Kama Sutra. Castro, un profesional, tuvo que hacerse pasar por gay, para no perder el respeto al cuerpo, pero ni por esas.
Ahora era distinto. O no. Lo habían pillado de pardillo, sin posibilidad de escape, en el quinto pino, lejos de toda ruta de navegación conocida. Sin teléfono, sin coche, sin manera ninguna de avisar a los compañeros para que vinieran en plan séptimo de caballería al rescate. Y sin ropa. Esta gente había visto muchas pelis y lo primero que el jefe de Isidoro hizo fue mandarle que se quitara hasta los calcetines que una novia le había comprado en H&M. Menos mal que la ropa interior estaba limpia.
—No lleva nada —anunció el Morsa, casi con desilusión.
—¿Qué esperabais? ¿Un micrófono?
—Eso pasa en las películas —dijo Isidoro, se llamara como se llamase, el hombre que estaba al mando de todo esto—. Hoy en día basta con un teléfono.
—También pasa en las películas. Pero no, no llevo teléfono. Vosotros mismos os encargasteis de requisármelo hace tiempo.
—¿Me estás queriendo decir que nadie sabe que estás aquí, chaval?
—Te estoy queriendo decir que la policía os sigue los pasos desde hace tiempo. Otros vendrán detrás de mí.
—Pero no saben exactamente dónde estás.
Castro se encogió de hombros, eludiendo la pregunta. No, maldición, no lo sabía nadie.
—¿Por qué?
—¿Esa pregunta no tendría que hacerla yo? —intentó bromear Castro, mientras se ponía los vaqueros, olvidados los calzoncillos allá donde el Morsa los había arrojado.
—Es posible. Pero la pistola la tengo yo.
—Mi pistola, por cierto.
—No te entiendo.
—Vuestro chico me la robó en una manifa. No es que tenga importancia, pero vas a pegarme un tiro con mi propia arma reglamentaria.
—Justicia poética. ¿No se trata precisamente de eso?
—No lo sé. Explícamelo tú, Isidoro.
—El nombre es González.
—Y el del otro es Márquez. Justicia poética, en efecto.
—¿Qué sabes?
—Lo sé todo.
—¿Seguro?
—Sé lo suficiente para que un juez os meta entre rejas y tire luego la llave al Manzanares.
—Pero no has dado un paso.
—Oh, he dado muchos. Pero las normas del cuerpo nos exigen que vayamos sobre seguro.
—¿Y no tienes pruebas suficientes? ¿Después de haber “asesinado” a Roldán?
—Supongo que eso bastaría, sí. Pero, como acabáis de descubrir, Roldán está vivo. No os caerán los años suficientes solo por instigar al asesinato. Además, quería saber.
—¿Saber qué?
—Saberlo todo. No entiendo los motivos de toda esta película.
—¿Qué hay que entender, muchacho?
—Castro. Jimmy Castro.
—¿Qué hay que entender, Jimmy? ¿No miras a tu alrededor? No, claro, no hace falta. Tú eres uno de los perros de presa del estado. Tu misión es preservar el status quo.
—Te sorprendería saber a quién voto.
—Votar ya no es suficiente. Siempre ganan los mismos.
—Eso se llama fascismo, González. Vale que estamos en crisis, pero las dos eses de la maldita palabra no son la cruz gamada. Aunque parezca que eso es lo que pretendéis.
—Pretendemos que la gente despierte.
—Haciendo que otra gente duerma para siempre. No me pongas excusas, González. Te gusta esto. Disfrutas pretendiendo a ser el Doctor No. Juegas al rol en vivo. Y otros tontos matan por ti. No buscas justicia. Te vengas de las putadas que te ha hecho la vida. Lo que no quieres admitir es que las putadas de la vida las sufrimos todos. Nadie está a salvo.
—Piensa lo que quieras, Castro. Pero la gente está despertando ya. ¿Crees que los perros de presa nos vais a detener? Podréis acabar con nosotros. Tarde o temprano, lo sé. Es un riesgo asumido. Pero otros vendrán. Ya ha pasado el tiempo del miedo. O, más bien, el miedo se dirigirá ahora contra otros. La masa sin rostro es inaprensible.
—Hydra inmortal Hydra, ¿no?
—Bromea todo lo que quieras. La revolución sin rostro es imparable.
González quitó el seguro del arma. Miró a los ojos a Jimmy Castro. Un segundo de vacilación. Entonces disparó.