Crissis

Algunos muertos andan de prisa. Otros viven la vida de los vivos. Y la viven de puta madre.

Capítulo 51. Destapando

—No será un montaje, ¿verdad? Mira que nos jugamos las pelotas. O mejor dicho mira que te juegas las pelotas.

Blanca García había soltado la pregunta a bocajarro, nada más llegar al lounge del aeropuerto, sin cortesías ni preguntas vacuas sobre el tiempo en Londres ni, por su parte, información tonta sobre las vicisitudes del viaje.

—Ya has visto las fotos, jefa —contestó Parker, incómodo, sin saber muy bien si ofrecerse a llevar la maleta de la redactora jefe o meterse las manos en los bolsillos del anorak. Optó por lo segundo, ya que la maleta era pequeña y con ruedines y cualquier atisbo de caballerosidad estaba fuera de sitio y además no iba con ninguno de los dos.

—¿Qué más tienes?

—Lo que ya sabes. La mujer se fue de regreso a España, supongo, tras pasar aquí un fin de semana.

—No, no volvió a España. Está en Lausana, según parece. Sigue.

—¿En Lausana? ¿Todavía sigue de moda? Yo creía que ahora lo que se estilaba eran las islas Caimán o los paraísos fiscales. Gibraltar, que está a tiro de piedra.

—Sigue —conminó Blanca García mientras los dos subían al taxi negro que los esperaba.

—El tipo no le guardó ausencia.

—¿No le guardó ausencia? ¡Qué antiguo eres, Parker! ¡Hablas como mi abuela!

—Quiero decir que la limusina de la señora encopetada no hacía ni diez minutos que se había marchado cuando llegó una lumi en un coche que debe costar lo que mi sueldo de un año.

—Una «lumi».

—O una suripanta, como les gustaba llamarlas a Oscar Lobato antes de que se convirtiera en personaje de Pérez Reverte y luego en escritor de novelas.

—No lo conozco.

—¿A Pérez Reverte?

—Menos coñas.

—Una fulanorri. Muy buena. Pero despintada, como tantas inglesas. Retocada aquí y allá, me imagino,  pero sin llegar a los extremos de la legítima, que va camino de seguir la moda calcomanía de Saritísima y otras prendas.

—¿Una prostituta o una amante?

—Yo diría que lo primero. No por nada, que lo mismo el hombre puede con todo, pero cada día ha llegado un deportivo distinto, con una lumi distinta.

—Si él usa gafas de sol y peluca, lo mismo es la misma mujer.

—Lo dudo. Mira esto.

Ilustración de Manuel Martín Morgado.

Ilustración de Manuel Martín Morgado.

Parker ofreció una imagen tomada con el teléfono móvil. O, en todo caso, trasladada a la pantallita del i-phone. Una de las clientas de postín de aquel hombre misterioso que les había hecho saltar todas las alarmas era negra.

—Comprendo. ¿El vigor de la resurrección?

—Si es Roldán, eso parece.

—No es precisamente una noticia sorpresa.

—¿Que no esté muerto?

—Que sea asiduo de putas de alto standing. Lo que pasa es que aquí parece que lo tiene más fácil. Hemos comprobado qué identidad usó para entrar en el país, y obviamente no es la suya.

—Yo también he hecho indagaciones, jefa. Aquí no es un pez gordo español. Es un pez gordo mexicano. Como no habla bien el idioma, pero paga en buenas libras, a los ingleses les da lo mismo.

El taxi se detuvo. Parker pagó la cuenta, añadió la propina sin rechistar y siguió a su jefa. Entraron los dos en el hotel de lujo. Se dirigieron al bar y se sentaron en una mesa que les permitía controlar la puerta de entrada.

Fue una hora más tarde, y sólo una hora más tarde, cuando Blanca admitió que Parker no le estaba intentando colar un montaje fotográfico. El hombre que bajaba las escaleras, con las gafas de sol que ocultaba su ojo vacío y la peluca que lo rejuvenecía un tanto era, indiscutiblemente, Trajano Roldán, asesinado y mártir. Las balas de Isidoro, al parecer, no eran tan letales como parecían. O al menos no lo habían sido en este caso.

Un taxi del hotel, de lujo también, lo esperaba en la acera. Blanca agradeció la desconfianza de la hostelería británica (cuanto más rico, más rata) de tener que pagar la consumición en el momento en que te la servían, y se levantó como un resorte en cuanto Roldán atravesó la cristalera. Parker lo siguió.

Inmediatamente los dos subieron a un taxi más modesto.

—Siga a ese taxi —dijo Parker en inglés. Se volvió sonriente hacia la redactora jefe—. ¿Has oído, jefa? ¡Por primera vez en mi vida he dicho la frase típica de las películas!

El taxi siguió al otro taxi. El conductor,  un muchacho iraní que pretendió ocultar su etnia diciéndoles que era persa, tuvo la pericia suficiente para ir dejando uno o dos coches de distancia. Salieron de la city y se encaminaron hacia las afueras.

El edificio se alzaba en la campiña, imponente como una catedral de cristal y cromo. El sueño futurista de Un mundo feliz.

—Prepara la cámara, Parker —dijo Blanca.

—La cámara siempre está preparada, jefa.

El taxi de lujo se detuvo en la entrada, donde un hombre joven elegantemente vestido con un traje de tres piezas y dos enfermeras esperaban a Roldán. Lo saludaron con esa cortés efusividad que los británicos muestran cuando se encuentran con alguien de su misma clase. Es decir, con alguien que tiene dinero y sabe utilizarlo.

—La madre que lo parió —murmuró Blanca desde el asiento trasero del taxi, que tuvo por fuerza que seguir su camino.

Parker disparó una ráfaga tras otra. La exclusiva, de pronto, se convirtió en una necesidad de informar.

El hermoso edificio de cristal y cromo era, en efecto, una clínica privada. Especializada en cirugía plástica.

Rafael Marín

Autor/a: Rafael Marín

Novelista, articulista, traductor, guionista y teórico de historieta. Hombre orquesta, bullita. Además canto bien.

Comparte en
468 ad

Envía un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *