Utopías y otros frutos amargos

Miguel, Alonso, SanchoLa utopía es un dedo que señala el camino hacia la libertad. Alonso Quijano (o Quijada o Quesada) tomó ese camino cuando decidió convertirse en Don Quijote, poner nombre a su rocín, limpiar de orín las armas de su abuelo y elegir señora a quien amar (“porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma”), pasar de ser persona a ser personaje, elegir su destino. Desde el Humanismo, Utopía es una isla y Barataria su apodo familiar, como lo quiso Sancho.

Maravall interpretó la novela de Cervantes como una contrautopía. Se rindió a la evidencia. Como Cervantes, vio que los duques y los bachilleres no permitirían jamás un paso en falso (un paso libre) y como Vargas Llosa, admitió que el Quijote ponía fin a un sueño.

Siempre visionario, Cervantes no escribió ni una utopía ni una contrautopía, sino una distopía, ese género que pusieron de moda el siglo XX y el cine. Lo que Orwell planteara en 1984, lo que todos temimos al ver Fahrenheit 451, todo eso, está minuciosamente avisado en Don Quijote, en El Licenciado Vidriera, en El coloquio de los perros y en los propios huesos de Cervantes, ese polvo enamorado hoy sepultado bajo una lápida infame manchada de la saliva parlera y analfabeta de Segismunda Botella.

Convertido en cristal por obra y gracia de un membrillo y de un mal amor, Tomás Rodaja, el Licenciado Vidriera, dio al traste con su ansiado libre albedrío y encontró en la lucidez y la cordura su mayor desgracia. Por ser de vidrio su cuerpo, el entendimiento de su alma era superdotado y así pudo ver en quienes le rodeaban las mentiras, vicios y pecados que la hipocresía social -el cuerpo- cubre. Tomás Rodaja es la mirada distópica de Cervantes sobre una sociedad que seguramente sería así, pero que sobre todo se preparaba para llegar a ser así, como es hoy: esposas abandonadas, hijos castigados, mujeres feas, cristianos viejos y mezquinos, doncellas casadas por interés, ancianos de barbas teñidas, alcahuetas y ladrones, y sobre todo aquellos que son víctimas de la intriga y la maledicencia, lacras de una sociedad en la que la supervivencia exige incluso atentar contra la propia dignidad.

Ilustración de Antonio Santos para 'El coloquio de los perros'.

Ilustración de Antonio Santos para ‘El coloquio de los perros’.

Más verosímil como distopía es, si cabe, El coloquio de los perros, esa extraña novela-diálogo en la que Cipión y Berganza (perro-libro el primero, perro-vida el segundo) dialogan sobre los extremos aventureros de la existencia, poniendo igualmente el acento -como el hombre de vidrio- sobre un desfile de tipos sociales que especulan sobre su incierta honra. Rememora Berganza desde su inocencia de perro (la inocencia genera la utopía) el perverso contraste entre lo que él imaginaba que sería el mundo de pastores que había oído de los libros y el mundo rudo, tosco e impío en el que le había tocado bregar. Y en sus conclusiones encarna Berganza otro alter ego de Cervantes y plantea de nuevo la distopía de la comunidad humana maleducada, cruel e insolidaria que es la España actual.

La distopía nace de la utopía contrariada, de la utopía hecha verbo sepultado. Nace cuando ni la palabra queda y el sueño humanista de que la historia puede progresar y de que la diversidad es legítima se desvanece. La engendra el desencanto y esa certeza de que tras la próxima curva del camino no va a aparecer un enemigo a quien derrotar, o de que en el Toboso no queda doncella honrada alguna. Después, en otros momentos de la historia, aparecen locas fantasías de orates desatinados, cuyo propio destino vuelve a actualizar la distopía cervantina. Léase León Felipe. Léase su ansia dislocada por cabalgar, en un país fascista, a lomos de una montura libre: “… hazme un sitio en tu montura, / caballero derrotado, / hazme un sitio en tu montura / que yo también voy cargado / de amargura… / Ponme a la grupa contigo, / caballero del honor, / ponme a la grupa contigo, / y llévame a ser contigo / pastor”.

La distopía es cosa de vencidos.

Imagen Cervantes 400: Manuel Martín Morgado.
María Jesús Ruiz

Autor/a: María Jesús Ruiz

María Jesús Ruiz es doctora en Filología Hispánica, profesora de la Universidad de Cádiz, ensayista y narradora. Es especialista en literatura de tradición oral y patrimonio cultural inmaterial. Sus últimos libros publicados sobre el tema son 'El mundo sin libros', ensayos de cultura popular (2018) y 'Lo contrario al olvido', de memoria y patrimonio (2020).

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