A comienzos de la década de los ochenta del pasado siglo, el rock norteamericano buscaba ansiosamente vías de expansión que consolidaran los buenos presagios planteados en el cambio de década. Entre vehementes estallidos de furia y ecos regeneracionistas de raíz clásica como principales modelos de desarrollo, la cotización de la singularidad subía enteros para revalorizarse de la mano de propuestas conectadas antes al matiz que al trazo grueso. En uno de aquellos recodos, The Feelies concibieron un singular universo que prefería una locura que entusiasme a una verdad que aburra. La culpa de tan certera sentencia la tuvo un álbum titulado… The Feelies. Crazy Rhythms. Stiff, 1980.
Su portada mostraba a cuatro jovencitos de mirada lúcida y astuta dispuestos a corroborar aquello que escribió un periodista del Village Voice cuando, a finales de 1978, se presentaron en el Max’s Kansas ante poco más de media docena de personas: “The Feelies son la mejor banda de Nueva York”. Las nueve canciones contenidas en el álbum de debut de este cuarteto formado en Haledon, Nueva Jersey, no se detuvieron en esa aseveración sino que abrieron al mundo la puerta de una noción colmada de identidad e ideas.
Su camino se había iniciado en 1975, cuando Glenn Mercer y Bill Million entablaron amistad en una fiesta y comenzaron a planificar una aventura compartida a partir de gustos comunes que iban de Velvet Underground a Stooges. El catálogo inicial de versiones dio paso paulatino a una tanda de composiciones propias como “Fa Ce La” o “Raised Eyebrows” donde latían los argumentos creativos de una banda que, tras algunos cambios, había terminado de conformarse con las incorporaciones del bajista Keith Clayton y la batería de un Anton Fier, más tarde conectado a proyectos de espíritu más jazzístico como The Lounge Lizards o Golden Palominos. El, a la postre, coproductor del álbum, Mark Abel, también percibió con claridad los propósitos de un grupo necesitado de autonomía y dispuesto a volcarse en un primer álbum que la certificara. Stiff desenfundó más rápido que ningún otro sello discográfico, les dio carta blanca y terminó llevándose al huerto a un cuarteto que había estado madurando su música durante los cuatro años precedentes.
Partiendo de una noción esquemática y casi minimalista del formato canción, sustentada, a su vez, en un nervioso pulso rítmico atestado de recursos, en un certero juego armónico definido por su peculiar manejo de los planos de guitarras y en un sobrio tono melódico, los temas de Mercer y Million mostraban un jugoso equilibrio entre corazón y cerebro que los ligaba a otros referentes como Television o Talking Heads. Agarrado a una penetrante combinación de tensiones y silencios y rematado por una adaptación del “Everybody’s Got Something To Hide” de Lennon & McCartney, que ponía de manifiesto aquella máxima de que no importa lo que tocas sino cómo lo tocas, la energía e inteligencia de Crazy Rhythms marcaron un antes y un después en la crónica del rock norteamericano de culto de aquellos años.
Tras una momentánea disolución del grupo motivada tanto por la escasa repercusión del álbum como por presiones de Stiff relacionadas con el contenido de su segundo álbum, The Feelies recuperaron protagonismo a finales de 1983 con nuevos componentes en la sección rítmica –Brenda Sauter y Stan Demeski– y con el tándem Mercer / Million de nuevo en la cabina de mandos. Tres entregas posteriores –The Good Earth (1986), Only Life (1988) y Time For A Witness (1991)– llegaron entonces para ratificar las coordenadas del proyecto, puntualmente respaldadas por aventuras paralelas como Yung Wu, The Trypes o Willies. Pese a su innegable valía, ninguna pudo alcanzar la intensidad y dimensión de aquel portentoso arranque.
4+
- R.E.M.. ‘Murmur’ (IRS; 1983).
- The Trypes. ‘The Explorers Hold EP’ (Coyote; 1984).
- Yung Wu. ‘Shore Leave’ (Coyote; 1987).
- Luna. ‘Rendezvous’ (Jetset; 2004).