El pasado 9 de junio moría en el hospital de Jerez de la Frontera el pintor ubriqueño Pedro Lobato Hoyos, demasiado pronto, a los cincuenta y cinco años. Sus compañeros, sus amigos, han sentido su pérdida como un zarpazo irreparable del destino. Trazamos el perfil de este artista personal e incansable con la ayuda de dos pintores paisanos suyos: José Antonio Martel y José Luis Mancilla.
Pedro Lobato Hoyos era conocido y querido: pintor autodidacta, paisajista original, cosechador de premios más allá de las fronteras de su querida geografía serrana. Cualquiera que frecuentara los muchos concursos y certámenes que se celebran a lo largo y ancho de Andalucía podía reconocer su obra entre la de otros muchos. Había conseguido crear un estilo propio, y lo había hecho experimentando con valentía hasta dar con lo que buscaba.
Al pintor ubriqueño José Antonio Martel todavía le parece “imposible creer que Pedro no esté entre nosotros” porque “son tantos recuerdos e imágenes asociadas a él que no parece real su fallecimiento”.
Martel recuerda que en el último concurso de pintura rápida de Grazalema, que se celebró el pasado sábado 18 de junio, él “y la mayoría de los pintores y aficionados que allí se reunieron» lo echaban de menos. “Daba la impresión que en cualquier momento Pedro pudiera aparecer con su caballete y su cuadro”, explica. La obra que realizó Martel para presentar a este concurso quiso ser “un homenaje a su pintura, a su labor y a su persona”.
José Antonio Martel es profesor en el I.E.S Las Cumbres de Ubrique. El día que se enteró del fallecimiento de Lobato Hoyos estaba trabajando en el instituto, “fue un palo grande, todos teníamos esperanza de que se curara. El pintor y profesor asegura que solo atinó “a colocar un cuadro de Pedro en la entrada del centro para que todos los alumnos pudieran contemplarlo. Fue un momento muy emocionante”, dice.
Martel vive y tiene su estudio en Benaocaz, a tan solo cinco kilómetros de Ubrique. La última vez que vio a Pedro Lobato Hoyos fue precisamente allí: “Estaba alegre y en forma, venía de dar uno de esos grandes paseos por la sierra rodeado de amigos, tomó cerveza sin alcohol… Hablamos de su hijo Juan Jesús y de las oposiciones a las que quería presentarse. Yo fui tutor de sus dos hijos en el instituto. Pedro ha sido un magnífico padre, exigente, que pedía resultados. ¡Ya le hubiera gustado a él tener estudios!”.
Ambos pintores se conocían desde hacía mucho tiempo, “aproximadamente treinta y cinco años”. Se encontraron por primera vez en una exposición “que hizo Pedro de animales dibujados a bolígrafo” que a Martel le resultó «impactante”. “Todavía la recuerdo. Me gustaría mucho volver a ver algunos de esos dibujos”, comenta.
La primera exposición de José Antonio Martel fue, precisamente, junto a Pedro Lobato Hoyos. Lo recuerda muy bien: fue el 8 de septiembre de 1987 en la calle Rosario en Ubrique. Los dos eran muy jóvenes. Para Martel era su “estreno en el mundo del arte” y tuvo la oportunidad de compartir con Lobato Hoyos, “en esa feria, mucho tiempo de conversación, opiniones, ideas…”
Martel coincide con otros pintores que conocieron bien a Lobato Hoyos en que era un artista que siempre “quiso preguntar, aprender, investigar, innovar”. “Siempre que nos encontrábamos, me preguntaba qué me parecía su obra: ‘dime algo, critica, qué es lo que no te gusta….’”, recuerda.
En los últimos concursos donde coincidieron, Martel le comentó que le gustaba lo que estaba haciendo, “que merecía premio». “Parecía haber evolucionado un poco más su estilo y resultaba original y novedoso». El pintor y profesor insiste en “destacar su empeño, esa lucha interior por conseguir resultados mejores, el afán por evolucionar, la intensa búsqueda de un lenguaje personal”.
José Antonio Martel asegura que aún no puede creer que “Pedro no esté con nosotros”, aunque tiene el consuelo de que “siempre quedará su pintura”.
El también pintor ubriqueño José Luis Mancilla, que compartió con Pedro Lobato Hoyos maestro en sus inicios, ya que ambos acudían a las clases de Francisco Peña, coincide con José Antonio Martel en destacar el afán del pintor desaparecido por experimentar y lograr un estilo personal: “Su pintura reflejaba su carácter dinámico y vital. Cumplía un principio básico para afrontar cualquier actividad creativa, la pasión. Pedro era un torbellino como persona y como pintor. Tuvo, desde el principio, un sello particular. A pesar de que fue evolucionando desde la espátula al pincel; desde una amplia gama cromática a las grisallas y desde el óleo al acrílico, sus obras eran reconocibles desde lejos.
Mancilla recuerda que Pedro tenía “un carácter muy fuerte y competitivo, lo que hacía muy difícil en determinados momentos tener relación con él”. “Te veía como un competidor y eso no le gustaba. Tuve un período de alejamiento que terminó, afortunadamente, hace dos años. Cuando teníamos relación era muy buena”, comenta.
Las vivencias profesionales y personales de ambos pintores venían de lejos, ya que Mancilla conocía a Lobato Hoyos “desde que empezó a pintar”: “Yo ya pintaba cuando le conocí, soy tres años mayor que él. Comenzó a frecuentar a Francisco Peña Corrales, que era mi profesor de pintura y lo había sido también de Agüera. Con Francisco Peña conoció a Matheu y empezó a utilizar la espátula”, explica.
José Luis Mancilla, que es también profesor en el I.E.S. Nuestra Señora de los Remedios de Ubrique, asegura que Pedro Lobato Hoyos “es y será un referente, junto a Matheu, Francisco García, Juan Carrasco y Agüera”. “Hay que tener en cuenta que durante muchos años impartió clases de pintura a un gran número de ubriqueños”, comenta.
Mancilla recuerda que, “de todos los pintores ubriqueños es quien tiene, sin duda, la mayor cantidad de premios y reconocimientos” y aunque no se atreve a valorar su transcendencia fuera de las fronteras serranas, está seguro de que es “el que más galardones tenía de toda la provincia”.
“La verdad es que por donde iba era reconocido”, concluye.
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