Eduardo Flores: «Al final somos niños perdidos en un bosque»

La última novela de Eduardo Flores (Cádiz, 1981), Lejos y nunca, en cuyo título dos adverbios –el espacio y el tiempo– delimitan con inquietante tino las circunstancias en que se ven sus cuatro protagonistas, es –lo diré pronto– una pequeña gran maravilla.

El planteamiento literario es simple: recluir a una familia media, urbana (en la que una gran mayoría podremos reconocernos), en un entorno natural, salvaje (un bosque mediterráneo) y observar –y contar– cómo salen adelante. El plan funciona. La pluma certera de Flores basa su construcción narrativa –y poética– en una extraordinaria ambientación, por un lado, de la selva mediterránea –todo un mapa de alcornoques, frondas de helechos, rocas, musgo, arroyos, el río, el refugio, el pueblo, la ciudad, el mar…–.  Por otro, unos personajes de carne y hueso (dos adultos, un profesor de humanidades universitario y una periodista y escritora, y sus dos hijos, un adolescente y un niño), cercanos, un espejo casi de muchos de nosotros mismos, no solo bien construidos, sino vivos, a los que conoceremos tanto exterior como interiormente y cuyos diferentes puntos de vista nos ofrecerán una visión global (humanamente global) de las circunstancias en que se ven. Y un argumento, una historia, que «está en todas las otras historias, pues todas las historias son la misma historia«: una guerra mundial, de la que apenas se nos dan detalles, crea una situación socialmente insostenible que obliga a los protagonistas a huir a la naturaleza, donde hallan un destartalado refugio.

Hay mucho amor, con mayúsculas, en esta novela. Por las personas. Por la naturaleza. Por la vida.  Sin embargo, sus páginas se hallan atravesadas por el frío filo de una desesperanza, si no resignada del todo, sí muy cercana a ello. Un aroma a distopía la transita también, si bien, a lo largo de su lectura, comprobaremos que esa «sociedad ficticia indeseable en sí misma» que se sugiere, que se insinúa, quizás no lo sea tanto (ficticia). Ni –tampoco– tan lejana.

Como no podría ser de otro modo tratándose de este autor, las referencias literarias abundan en el libro. Algunas vienen de la mano del Viejo –personaje secundario, aunque clave, desde mi punto de vista, en el devenir de la historia–, como Whitman, Steinbeck, Tolstoi o Thoreau. Otras –Conrad, Hemingway, Faulkner– son apreciaciones propias del lector, en este caso yo. Varias son también las interpretaciones, las lecturas, que puede originar Lejos y nunca. Y nadie mejor que el propio Eduardo Flores para aclararnos dudas.

Ejemplares de ‘Lejos y nunca’ en la librería gaditana Manuel de Falla.

¿Es Lejos y nunca un canto a la vuelta a la naturaleza como única solución? ¿Una constatación de que no existe, en realidad, eso que llamamos libre albedrío?  ¿Una llamada para que despertemos ante el desastre inminente?

Tal vez un canto a la naturaleza sí. Solución o no, y, además, única, es algo que no puedo tener claro. Hay aquí un mensaje ecologista, es cierto. Una especie de demanda. Se trata de la relación que la sociedad «civilizada» del siglo XXI mantiene con el mundo natural. Nuestros niños apenas pueden conectar con esos bosques que aquí se describen, por ejemplo. Si tirarse al monte no es una solución, sí puede ayudar mucho volver a entrar en la senda que tan acertadamente abrió Alexander Von Humboldt a nuestros ojos. Creo aclarar bastante si digo que hoy por hoy solo acepto la política liderada por ecologistas y feministas. La solución única, en abstracto, esa teoría del todo, llegaría sola.

El libre albedrío no existe. No al menos tal y como se suele entender. Es simplista. Schopenhauer dedicó mucha de su tinta a debatir sobre cómo se limitan necesidad y libertad. Hay un poquito de eso en esta historia. Si a eso sumamos una predisposición genética –algo más que demostrado científicamente–, nos queda un libre albedrío que, sin alcanzar el determinismo, se antoja estrecho. Al final somos niños perdidos en un bosque. Desgraciadamente el desastre ya está aquí. No sé en qué momento de nuestra evolución como especie tomamos la decisión final. Sin embargo, la naturaleza no se equivoca. Esa decisión fue, y resumiendo argumentos, primo hermano del meteorito de diez kilómetros que cayó para tragedia de muchas especies y como favor para otras tantas.

¿Somos todos insurgencia? ¿Qué «horizonte de sucesos» tenemos ante nosotros?

Deberíamos. Es un concepto que le robé a la guerra de Irak. Todos veíamos en los informativos o leíamos en periódicos cómo las fuerzas del bien «desarticulaban» fuerzas insurgentes. Nos tiembla el pulso al hablar de terrorismo. Cuando es algo tan fácil de diferenciar. La insurgencia es otra cosa. Un culo de saco en el que yo, personalmente, siento mi identidad frente a lo mucho que no me gusta del mundo creado por las fuerzas del bien.

Cabría explicar que un “horizonte de sucesos” es la línea difusa a nuestro entendimiento a partir de la cual ya somos presas insalvables de un agujero negro. Como decía antes, nuestro horizonte de sucesos, para verlo y entenderlo, se antoja tanto en el futuro como en el pasado. Tal vez, y solo tal vez, haciendo mayor esfuerzo en comprender la parte que le corresponde en nuestro pasado.

Entre Villa en Fort–Liberté y Lejos y nunca aprecio en esta última un esfuerzo de contención narrativa por su parte…

Aprecias bien. Es intencionado. Cada una de mis tres novelitas son bien diferentes. No es tanto la búsqueda de una voz narrativa como un empeño de dar al lector algo distinto. Es un lugar común aquello de que la forma lo es todo. Y no por ello es menos cierto. En mi caso temas y argumentos dan la forma. Es un proceso inconsciente. Cada proyecto de novela ha de ser una apuesta a doble o nada. La mayoría de los lectores que dedicaron su tiempo a Villa en Fort-Liberté, los que han tenido a bien ofrecerme su opinión, señalaban la densidad en forma, en temas y argumentos. Caben dos posibilidades: la primera es que no han leído lo suficiente; la segunda es asumir la derrota en mi proyecto personal. No obstante, mi valoración es que se trata de una novela de la que me siento muy satisfecho, una novela para la que tal vez no estaba lo suficientemente maduro como autor. Pero ahí está, para bien o para mal, para el doble o para la nada. Yo la quiero igual.

¿Algún proyecto que pueda adelantarnos?

Proyectos. Mil y uno. Tiempo: cero. Es lo que hace soportable el oficio. No ganarme la vida escribiendo supone un reto maravilloso. Uno que me proporciona la libertad que me enseñaron mis maestros. Estoy con algo que no es novela; relacionado con el flamenco. Vete tú a saber. También una novela terminada que no supera el juicio del horneado. Quién sabe. Lo mismo la presento al Planeta.

José Rasero Balón

Autor/a: José Rasero Balón

José Rasero Balón (Alhucemas, 1962). Soy autor de los blogs 'E la nave va!' y 'Humanos' (www.joserasero1.com) con fotografías realizadas en Holanda, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Austria, Italia, Alemania y diversas poblaciones de la geografía española. He publicado las novelas 'Laila' (1997), 'Badián no es un anís' (2012) y 'Áticos y viento' (Ediciones Mayi. 2015), así como el poemario 'Brochazos' (2001). Vivo en La Viña.

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