La prematura e inesperada desaparición del pintor ubriqueño Pedro Lobato Hoyos (1960-2016) ha creado un enorme vacío en el rico e inquieto mundillo pictórico que desde hace unos años ha convertido Ubrique en un referente en el panorama artístico no solo de la provincia, sino de la región y más allá. “Se nos ha marchado uno de los grandes pintores de Ubrique y una gran persona”. Con esas escuetas pero exactas palabras despedía la página web Pintores de Ubrique a Pedro Lobato Hoyos, fallecido el pasado nueve de junio en Jerez.
Pedro Lobato Hoyos pertenece a la última generación de pintores de la localidad de formación autodidacta. Recibió enseñanzas en su temprana juventud de la mano de Francisco Peña Corrales, Francisquito, que le transmitió, como lo hizo con otros compañeros de generación, la técnica de la espátula tal como la practicaba el pintor salvadoreño de raíces hispánicas –concretamente gaditanas– y formación francesa, Pierre de Matheu.
Pedro Lobato se dedicó desde muy temprano a la pintura y fue –tras las huellas de Antonio Rodríguez Agüera– uno de los primeros pintores jóvenes que contribuyó a la proyección de la pintura ubriqueña más allá de las fronteras locales. Sus exposiciones por toda la geografía española certifican la voluntad del pintor de abrirse paso y dar a conocer sin limitaciones localistas su obra, que hunde sus raíces en el paisajismo con vocación universal.
Su currículum está jalonado de numerosas exposiciones que dan cuenta de su entrega total a una vocación y de una enorme y sorprendente capacidad de trabajo y fertilidad artística. Desde 1980, en que data su primera exposición en Ubrique, sus muestras se fueron sucediendo a un ritmo regular (en algunas ocasiones intensificado con varias al año) en ciudades como Ronda, Jerez, Granada, Cádiz, Sanlúcar, Rota, Chiclana, San Fernando, Marbella, Almería, Sevilla, Jaén, Valencia, Zaragoza, etcétera.
En 1987, junto a otro pintor ubriqueño, Joaquín Domínguez, fue becado en Italia como ganador del certamen “Artistas Jóvenes: Intercambio cultural: Andalucía-Veneto”. Siete años más tarde su obra volvió a estar presente en Venecia como participante en la Mostra Internacional de Arte, que se celebra en la ciudad de los canales. Fue galardonado en certámenes de prestigio como la Exposición de Otoño de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, el premio “Blanco y Negro” organizado por el diario ABC de Madrid, el concurso de artes plásticas “Carlos Haes” del colegio de Ingenieros, Caminos y Puertos de Madrid, el Certamen Nacional de Pintura “Ciudad de Antequera” (en varias ocasiones), Premio de Pintura “Fermín Santos” de Sigüenza (Guadalajara), el “Virgen de las Viñas” de Tomelloso, el Certamen Nacional de Pintura Ciudad Autónoma de Melilla, el Certamen Nacional de Doñana, entre otros muchos, el Regional de Pintura de su pueblo natal incluido.
Un compañero pintor, Rafael Domínguez, de generación posterior, resaltó hace ya algún tiempo con motivo de una exposición conjunta realizada por ambos en Ubrique durante la navidad de 2001, que Pedro Lobato “es un pintor en constante evolución” y señaló como prueba de ese continua búsqueda, que lo preservaba del estancamiento y la repetición, «la calidad de su pintura”.
En 2007, a raíz de obtener el Primer Premio de la XVI edición del premio Fermín Santos de Sigüenza, Lobato resumió en una entrevista su “momento pictórico” con una frase que define su talante artístico, lejos de cualquier engreimiento: “aprendiendo como siempre”.
Fiel a la temática en torno a la que siempre giró su pintura –el campo abierto y el aire libre– su pintura supo abrirse a otras realidades: temas nuevos, el mundo urbano, para las nuevas técnicas que iba ensayando, destacando sobre todo la combinación de la espátula, el acrílico y la aguada. Su figurativismo de corte impresionista en sus orígenes fue evolucionando hacia una estilización de las formas –Pedro Lobato fue también un reconocido dibujante– y la exploración del color, con predilección hacia las tonalidades ocres. En su última etapa se declaraba “profundo admirador de Turner”, al que intentaba llevar –decía en unas declaraciones– a “mi terreno gaditano”.
La muerte de Pedro trunca una carrera en plena madurez, que prometía frutos mayores. Con todo, su legado –me atrevo a pronosticar– irá adquiriendo valor con el paso del tiempo.
La energía y la alegría que desplegaba en su quehacer durante el concurso de pintura rápida de Ubrique (y en otros muchos que se diseminan por media Piel de Toro y a los que acudía puntual) será echada de menos por sus compañeros de oficio y los muchos aficionados que lo admirábamos.