Devuélveme la voz

Nuestros padres recordaron siempre el hambre, nosotros el silencio. Los que llegamos a ser niños de Franco vivíamos en hogares silenciosos e íbamos a una escuela silenciosa en la que la algarabía del patio quedaba amortiguada por lo que no se podía decir o por lo que obligatoriamente había que cantar. Nadie nos llevó nunca a conocer el hielo.

En casa sonaba la radio, luego la televisión, pero una y otra imponían aún más silencio y la música sacra de las cartas de ajuste durante la semana santa hacía el silencio tan espeso como el arroz con leche cuaresmal.

Devuélveme la voz es uno de los proyectos puestos en marcha por la Universidad de Alicante para recuperar los sonidos que nos negaron, las voces que nos prohibieron, los mensajes que –de haberlos oído- nos habrían acercado a la felicidad: todo ese material radiofónico emitido durante los años del franquismo desde emisoras francesas en las que las voces de Alberti, Berlanga, Paco Rabal o Picasso hablaban de una patria que no podíamos reconocer y de unos anhelos de patria que –quizás por no imaginados- nunca llegaron a realizarse. Más allá del rescate del pasado, el proyecto se explica por la trascendencia de la memoria histórica en nuestro presente: “El proceso de cambio político no se fundamentó sobre el conocimiento oficial de las responsabilidades y sobre la asunción moral de las culpas, pues ni el arrepentimiento ni la reconciliación articularon la memoria y la reconstrucción de la identidad social durante la transición en España. En su lugar, la memoria social se formó sobre un deseo de olvido para superar un pasado traumático y favorecer la convivencia en el presente, procurando el mayor consenso político en el proceso de transición a la democracia. La política de la memoria no ha reconstruido el pasado desde la verdad y el respeto de las diversas memorias colectivas que coexisten, sino desde la utilidad inmediata del olvido evasivo, que supone el silencio en la vida pública acerca de la guerra civil y, sobre todo, de la dictadura franquista… Si la memoria social precisa el olvido del pasado reciente en aras de la convivencia, el problema es cuando el discurso del olvido permanece y supone la desmemoria del pasado reciente para las nuevas generaciones”.

Alejandro Casona.

Las voces radiofónicas de los exiliados ni tan siquiera pertenecen a nuestro olvido porque ni tan siquiera alcanzamos a escucharlas. Se perdieron en las ondas sin más, burlando la esperanza de todos aquellos hombres y mujeres que se acercaban al micrófono como quien se asoma a una ventana que da a la patria.

Fueron muchos los exiliados que –criados en el mundo del teatro– encontraron en la radio un lugar en el que seguir hablando libremente a la vez que un medio de subsistencia. Alejandro Casona –arrojado de España en 1937, en una de las primeras oleadas del exilio americano– realizó más de cuatrocientos programas de sus “Charlas de un fumador”, emitidas en distintas emisoras de Argentina, Chile y Uruguay entre la década de los cincuenta y los sesenta. María Lejárraga (exiliada también y además silenciada en su creación por el apellido conyugal) rememoraría así aquellos programas de Casona: “Recuerdo unas charlas que dio hace algunos años por Radio Belgrano… No perdí ni una… ¿De qué hablaban? ¡Qué importa! Eran para mí como agua de lluvia en sofocante atardecer de canícula”.

Las charlas de Casona hablaban, seguían hablando, de lo que en España se había dejado de hablar: de pedagogía libertaria, de los derechos de la mujer, del amor, de los sueños, de la libertad… Y se articulaban de un modo diametralmente opuesto a los discursos sermonarios, solemnes y casposos con los que nos llenaban el silencio del invierno las emisoras españolas. Son textos extremadamente subjetivos, radicalmente personales, intencionadamente libres, que ponen en duda, a cada paso, cualquier idea que huela a doctrina.

Qué añoranza de nosotros mismos –de lo que no pudimos ser– sentimos los niños de Franco ante palabras como estas, dichas a ocho mil kilómetros de distancia, ahogadas en el tiempo que muchos siguen prohibiendo recuperar: “Ayer, el más pequeño de mis vecinos, un arrapiezo de siete años, llegó del colegio llorando porque la maestra le había reñido enojadísima y le había puesto la peor nota de su corta carrera: un cero en castellano, por haber escrito la palabra flor con “h”. Reconozco que como iniciativa es un poco atrevida. Lo que no he conseguido averiguar es dónde diablos acertó a encajarle una “h” a una flor. Son hazañas ortográficas reservadas a esos niños de ojos de asombro que tienen el alma llena de cuentos y los dedos llenos de duendes. Gramaticalmente estoy con la maestra y con el cero; pero con el enojo no. No comprendo por qué cierta gente tiene que escandalizarse tanto ante una simple cuestión de forma, como si la deficiencia ortográfica fuera un delito contra la seguridad gramatical del Estado y un índice de peligrosidad para el futuro: ‘Ese ha sido. ¡Ese!’ ¿Y qué no será capaz de hacer el día de mañana un niño que empieza atropellando así las haches y las flores?”.

María Jesús Ruiz

Autor/a: María Jesús Ruiz

María Jesús Ruiz es doctora en Filología Hispánica, profesora de la Universidad de Cádiz, ensayista y narradora. Es especialista en literatura de tradición oral y patrimonio cultural inmaterial. Sus últimos libros publicados sobre el tema son 'El mundo sin libros', ensayos de cultura popular (2018) y 'Lo contrario al olvido', de memoria y patrimonio (2020).

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