La red de terroristas anónimos ha sido desarticulada y sus cabecillas detenidos o neutralizados. En medio del estupor de la sociedad, llega el momento de rendir cuentas.
Capítulo 60. El perro y la rabia.
Galiardo se sentó sin mediar palabra y Blanca García dejó de consultar el iPad. Se miraron los dos, como dos pistoleros cansados que se miden mutuamente para cerciorar cuál de los dos va a intentar desenfundar primero. El camarero les interrumpió, colocando ante Galiardo una taza de café humeante y, con cierto aspaviento, dos sobrecitos de edulcorante.
—Descafeinado para el señor, como todas las mañanas. Con su estevia correspondiente —ofreció, con ese acento cantarín de quien hace creer al público que está encantado con su oficio.
Blanca enarcó una ceja.
—¿Descafeinado, tú? ¿A estas alturas?
—Precisamente. Uno llega a esas edades en las que hay que empezar a cuidarse.
Blanca torció una sonrisa algo cansada. Encendió un cigarrillo y le tendió el paquete, comprado en Londres a precio prohibitivo. Pero Galiardo negó con la cabeza.
—No me digas que tampoco fumas.
—Hace tres años —confesó el policía. Se señaló la zona derecha del pecho, a salvo tras la chaqueta y la camisa—. Me pegaron un tiro aquí. Por poco me lleva al otro barrio. Lo superé, pero tuve que dejar el tabaco y la mala vida. No te creas, se vive mejor. Y te ahorras una pasta.
—Dímelo a mí.
—Además, debe de ser contagioso, porque entre una cosa y otra, las prohibiciones que nos inundan en todas partes y la edad provecta que vamos teniendo ya, hay lo menos media docena de compañeros que también han dejado el tabaco.
—No tenía ni idea de lo de tu… herida.
—Una misión encubierta, de esas a las que no hay que darles publicidad.
—Como la operación Isidoro.
—Como esa misma. En realidad, la llamábamos operación Zombi.
Ella no tuvo tiempo a preguntar. Galiardo ofreció la respuesta un segundo después de quemarse la lengua con el café hirviendo.
—Porque los que quitaban de en medio eran todos unos corruptos.
—Algún corrupto ha sobrevivido, ¿no?
—Fue parte del plan. Logramos infiltrar a un hombre, como ya sabes, en el grupo. Y la manera de hacerles creer que era leal fue fingir que asesinaba a Trajano Roldán.
—¿Y Roldán se prestó a eso?
—Hay inmunidades que valen su precio en oro. Como tus exclusivas.
—¿Estás diciendo que me habrías contado la historia antes si te hubiera prometido una pasta? ¿Cómo Paquirrín y el Hola?
—No. Te estoy diciendo que tu exclusiva estuvo a punto de echar por tierra toda la operación. Casi matan a uno de nuestros muchachos. ¿Era mucho pedir que lo consultaras conmigo antes?
—Quizá lo habría hecho si me hubieses devuelto las llamadas.
—Demasiado trabajo.
—Sí, esa ha sido tu excusa siempre.
Galiardo sorbió el café. Esta vez, preparado para el shock, ya no se quemó la lengua. Blanca pidió un nuevo té, apagó el cigarrillo.
—¿Cómo está tu mujer?
Le tocó ahora a Galiardo la hora de torcer el gesto.
—Me dejó hará cosa de tres años. Antes de lo del tiro en el pecho, incluso.
—El trabajo.
—Sí, el trabajo. Hay algunos que lo llevamos a cuestas como una religión. Tú entiendes mejor que nadie de lo que hablo.
—¿No has vuelto a saber de ella?
—No. Sé que se largó con un funcionario de correos, nada menos, y ahora vive feliz en un pueblo de León. Creo. No me gusta mirar atrás.
—A mí tampoco.
Llegó el té, y un vaso de agua helada para Galiardo. Como todas las mañanas. La rutina del camarero en su devoción, fingida o falsa, por su trabajo.
—¿Qué va a pasar ahora?
—Muerto el perro… Isidoro se pegó un tiro. Su primer accionista nos plantó cara y lo pagó caro. Hemos detenido a un par de cómplices, chorizos de poca monta, pobres desgraciados. Les caerán treinta años y el mundo seguirá su curso.
—¿Sabéis quién era? ¿Quiénes eran todos?
—Lo describes muy bien en tu artículo de esta semana —dijo Galiardo, con tono que parecía acusador, aunque no lo era—. Era la revolución de los don nadie. Gente corriente que se hartó. Y decidió tomar cartas en el asunto. Es un buen título para un libro, ¿sabes? No, no “Gente corriente”, que es una película aburridísima de Robert Redford. Lo de los don nadie.
—Ya. No te creas que no lo he pensado.
—Por eso lo digo, Blancanieves. Porque te conozco.
—Y Roldán saldrá de rositas.
—Ese fue el trato. Los jueces dirán que se ofreció a colaborar, la fiscalía pondrá el énfasis en otra cosa, y podrá largarse otra vez a las Caimán o a Panamá a seguir haciendo de las suyas.
—Lo dices con pesar.
—Lo digo con sinceridad. Isidoro eliminó a mucha gente. Todos en la escala intermedia de la corrupción.
—Por algo se empieza, ¿no?
—Es curioso. Como está el patio desde hace un puñado de años, me extraña que este tipo de cosas no haya pasado antes. No, no me refiero a que un grupo de tarados organice un grupo terrorista como antes podrían haberse reunido en una peña para hacer quinielas. Pero con la que está cayendo, me extraña que solo de vez en cuando alguien reviente un mítin o le de una bofetada a un candidato.
—¿Lo lamentas?
—No, claro que no. Soy un funcionario del orden público. Mi misión es que estas cosas no sucedan. Impedirlas. Por eso me extraña que no sucedan más a menudo. Sin embargo…
—¿Sí? —Blanca García se inclinó hacia delante, los codos sobre la mesa. El instinto periodístico iluminaba sus ojos como un tigre cuando avista a su presa indefensa.
—Antes de pegarse un tiro, Isidoro, el jefe del grupo, le hizo una revelación a Castro, el compañero que teníamos infiltrado. Dijo que su ejemplo era ya imparable. Que otros vendrían. Que la gente, gracias a ellos, ya sabía lo que había que hacer.
—¿Y crees que sucederá?
—Me temo que volverá a suceder, tarde o temprano, Blanca. «Copycat», lo llaman en Scotland Yard y en las películas de Hollywood. Uno hace, luego la gente imita. Volveremos a tener muertes casuales. Asesinatos sin motivación. Ejecuciones disfrazadas. Va a pasar, Blanca. Tarde o temprano.
—Estás muy seguro.
—Sabes que no me equivoco.
—No, sé que no te equivocas. Te apuesto a que uno de los primeros en pagarlo va a ser Trajano Roldán.
—Estás pensando lo mismo que yo pienso, sí. Paga la cuenta, ¿quieres, Blanca? Nunca te gustó que intentara hacerme el caballero.