Abriendo caminos: en el 40 aniversario de ‘Bilbao’ de Bigas Luna

Como la propia Constitución española aprobada en 1978, la película Bilbao del cineasta catalán Bigas Luna (1946-2013) ha cumplido también cuarenta años, y no parece del todo irrelevante poner en relación lo uno con lo otro: sin una coyuntura política y social decididamente aperturista no habría sido posible que se hubiera filmado y estrenado una película como aquella. Es más: cabe pensar que lo que fue posible en aquellas circunstancias quizá no lo habría sido hoy. Y no porque entonces la censura estatal, todavía obediente a las inercias del pasado, no hiciera su trabajo: apenas unos meses antes del estreno de Bilbao, recuérdese, la obra de teatro La Torna del grupo catalán Els Joglars había sido prohibida por las autoridades militares y su director, Albert Boadella, detenido y encarcelado. Pero lo que sí existía entonces, y quizá no existe hoy, era una firme voluntad, por parte de los creadores, de no ceder ni un milímetro del terreno que, paso a paso, habían ido ganando en cuanto a la posibilidad de abordar temas comprometidos o vencer viejos tabúes. Hoy ocurre más bien lo contrario: se da por sentado que existe plena libertad de expresión, pero es la propia sociedad la que se muestra pronta a denunciar cualquier manifestación artística que conculque la corrección política imperante u ofenda las susceptibilidades de tal o cual grupo.

Bilbao conculcaba todos los tabúes; y, lo que es más, no se acogía a ninguna clase de discurso atenuante, no juzgaba el anómalo proceder de su protagonista ni aventuraba la posibilidad de que alguna instancia superior –la ley, la medicina, la familia, la gente normal– interviniera finalmente para llamarlo al orden. Como en La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974) de Tobe Hooper, los procedimientos del cine independiente –el rodaje cámara en mano, un montaje anticonvencional, el empleo de actores no profesionales– creaban una calculada impresión de distanciamiento y objetividad, por la que el espectador era puesto en el ingrato trance de afrontar realidades que le obligaban a tomar conciencia de su propia respuesta emocional ante ellas, antes de entregarse al placer de ver cómo otros resolvían las anomalías y restauraban la normalidad.

Imagen promocional de la película ‘Bilbao’.

Leo (interpretado por el artista conceptual Ángel Jové), el protagonista de Bilbao, es –digámoslo ya– un psicópata. Bigas Luna, guionista de la película y autor del relato en el que está basada, se toma la molestia de dar al espectador unos pocos someros antecedentes: los padres del joven han muerto y la herencia familiar la administra un tío que lo ha puesto bajo la tutela de una mujer madura, María (interpretada por la veterana actriz María Martín) que no solo se ocupa de su manutención, sino que también parece entender algunas de las obsesiones sexuales de su tutelado y se presta a satisfacerlas. “Estoy bien con ella”, reconoce la voz en off en la que oímos los pensamientos del protagonista, antes de añadir que no la soporta y que quisiera matarla. María, además de prestarse a las fantasías sexuales de Leo e incluso de alentarlas, es la amante del tío: característicamente, Bigas Luna diseña un entorno familiar y/o sentimental absolutamente opresivo y que parece conspirar en contra de su personaje. Pero éste tiene fantasías de la que no hace partícipes a su amante y guardiana: ahora colecciona “cosas” –recortes, páginas de guías telefónicas, fotos, etcétera– relacionadas con una tal “Bilbao” (Isabel Pisano), que pronto sabremos que es una bailarina de striptease en un club nocturno y prostituta callejera. El propio Leo requerirá sus servicios alguna vez: el rápido encuentro, en el que la prostituta le hace una felación, le hace pensar en la imagen de un pez que traga una salchicha. Al día siguiente comprará los ingredientes necesarios para materializar esa extravagante imagen, que añadirá a su colección de fotografías y demás “cosas” de Bilbao. Este grosero chiste visual es importante porque parece aludir al procedimiento asociativo que Bigas Luna aplica a su propio lenguaje visual: por lo mismo que el mencionado acto sexual con la prostituta evoca la figura de una boca de pez engullendo una salchicha, la imagen de un pubis femenino se fundirá, en el montaje, con la de la cara de Leo mientras se afeita, lo que, a su vez, será un anticipo de una de las perversas manipulaciones a las que éste someterá a Bilbao cuando finalmente se decida a secuestrarla… Cine y fantasías eróticas, parece decirnos el director, se rigen por una misma lógica asociativa, al margen de la razón: en eso, Bigas Luna reactualiza los procedimientos de Buñuel y del surrealismo y abrirá la puerta a que otros –Iván Zulueta, por ejemplo, en su película Arrebato (1979)– sigan ese camino.

Ángel Jové e Isabel Pisano en una imagen de la película.

Pero Buñuel no es el único antecedente que cabe alegar. Bilbao es, ante todo, un thriller urbano, es decir, una película que pone al espectador en el trance de interesarse –es decir, de implicarse emocionalmente– en la concepción y ejecución de un crimen cuyo objeto intuye desde el principio, pero cuyas verdaderas ramificaciones habrá de ir averiguando a lo largo del proceso; y ocurre en un escenario determinado: las calles de mala nota de Barcelona, con sus tugurios de striptease y sus rincones donde ejercen las prostitutas. Es posible que la propia María, en su aparente condición de mantenida del tío de Leo, sea también parte de ese ambiente; y no deja de ser significativo que la actriz que la encarna, María Martín, hubiera desempeñado papeles similares en el cine policiaco español –barcelonés, principalmente– de los años 50, para el que no era desconocido ese mundo sórdido de mujeres dudosas, empresarios de poca monta con un pie puesto en los bajos fondos y seres marginales que, como el propio Leo, de algún modo desencadenan las crisis que desmontan esas existencias precarias. También en la película de Bigas Luna veremos cómo, sorprendentemente, el comportamiento de Leo no solo no es denunciado o reprobado por María y su tío –presuntas personas “normales”–, sino que forzará a éstos a ponerse de su lado y convertirse, de algún modo, en sus cómplices activos.

Bigas Luna.

Bilbao podría entenderse, pues, como el penúltimo hito del thriller barcelonés, en la tradición de El cerco (1955) de Miguel Iglesias, El ojo de cristal (1956) de Antonio Santillán, Distrito Quinto (1957) de Julio Coll, Los atracadores (1961) de Rovira Beleta, A tiro limpio (1963) de Francisco Pérez Dolz, etcétera. Digo el penúltimo porque, apenas tres años después del estreno de Bilbao, una nueva película vino a añadirse a la serie: nos referimos a Barcelona Sur (1981) de Jordi Cadena, en la que ya se aprecia que la coyuntura era otra: si a Bigas Luna y a otros de su generación les tocó moverse a tientas en un terreno todavía por desbrozar, la de Cadena asumía ya sin rebozo los signos de identidad de los nuevos tiempos, que eran los de la movida, los bares con luces de neón y la noche como escenario trepidante de aventuras que podían ser desaconsejables o peligrosas, pero que en todo caso no ocurrían ya en el territorio ensimismado en el que se ubicaba Bilbao. La transgresión empezaba a convertirse en norma. Y algunos caminos que parecían despejados empezaron, curiosamente, a cerrarse.

José Manuel Benítez Ariza

Autor/a: José Manuel Benítez Ariza

José Manuel Benítez Ariza (Cádiz, 1963) vive escribiendo y escribe sobre la vida: un poco cada día, un poco de todo, en una profusión hecha de muchas brevedades. Narrador, poeta, traductor y articulista, el hilo conductor de esta aparente dispersión de fuerzas es su "diario abierto" Columna de humo, en el que trata de explicarse.

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