Una librería de viejo. Un Azul como la Mar de Cádiz. Del anaquel sobresale una obra. La alcanzo. Novela negra. Libro amigo. Bruguera. Año 1981. Días de guardar. Carlos Pérez Merinero.
Me hice con el ejemplar. Sería 2014. O 15. De vuelta a casa, ante mi sorpresa por no conocer ni al autor ni el título, rememoré mis lecturas de género negro español de aquella época. Manuel Vázquez Montalbán y su culto, desencantado y gastrónomo detective Pepe Carvalho de Tatuaje, La soledad del mánager o Los mares del Sur; Un beso de amigo, con el exboxeador y expolicía Toni Romano, de Juan Madrid; Las calles de nuestros padres, Crónica sentimental en rojo, del viejo y desubicado inspector Méndez, en la Barcelona de Francisco González Ledesma; Prótesis, de Andreu Martín; La triple dama, de Julián Ibáñez … O el periodista Julio Gálvez, en Demasiado para Gálvez, de Jorge M. Reverte…
Todos excelentes, sin duda, excelentísimos, cada autor con su particular visión del género, con su toque intransferible.
Nada, sin embargo, como la novela que tenía entre manos.
Tras la lectura de sus 234 páginas pasé a formar parte, ipso facto, ad aeternum y sin remedio ni cura, del selecto club de los merineros.
En Días de guardar no encontré ni policías, ni periodistas, ni detectives. Colisioné, eso sí, con Antonio Domínguez, el protagonista. Un atracador de bancos despreciable, machista, soberbio y una larga retahíla de adjetivos nada amables. Un auténtico psicópata que se jactaba en primera persona de sus aventuras, pillajes, sexos y violencias. Un monólogo —con continuas apelaciones al lector, ¡a mí!— anonadante.
¿Que por qué diablos me cautivó, y tanto, un tipo de tal calaña, una novela con ese tono y calibre?
La exquisita calidad de la escritura, en la que ni sobraba ni faltaba nada, lo transgresor del planteamiento, y, sobre todo, constatar que Días de guardar me dejó —literal y literariamente— grogui, eran, y son, la respuesta.
Se trataba, encima, de la primera de Carlos Pérez Merinero (Écija, 1950 — Madrid, 2012), a la par poeta, guionista y director de cine. Después vendrían Las reglas del juego (divertidísima, situada en el mundial de fútbol del 82), la maravillosa El ángel triste, la tremebunda La mano armada… hasta los doce títulos que publicó el ecijano antes de morir.
Lo excepcional de su literatura, fresca, iconoclasta, sus personajes outsiders —que lo emparentan con Jim Thompson o con el Ned Beaumont de Dashiell Hammett—, su particular sentido del humor, su antológica mala leche, su dominio de los recursos narrativos y el brillantísimo empleo del lenguaje, es comprensible, me hicieron plantearme ciertas cosas.
¿Cómo era posible no haber sabido nada antes de este escritor? Es más, ¿cómo es posible que la repercusión de su obra—por otra parte, amplia y variada— haya sido tan escasa?
Hay quien dice que al lector español —esa especie en peligro de extinción— le parece bien que los argumentos escabrosos que nos plantea Merinero sucedan en el extranjero. Pero no aquí. Porque en España esas cosas no pasan.
Otros lo achacan a la “cultura oficial” —tan extendida en el tiempo y en el espacio en este país— que desprecia y oculta todo lo que no se amolde a su norma.
En cualquier caso, lo único indiscutible de todo esto es que yo llegué tarde al club Merinero. Gracias a lo socorrido de nuestro rico refranero, en cambio, puedo afirmar que tarde nunca es, si la dicha es buena.
Y tanto que lo ha sido.
Escribía M. Ángeles Robles en una reseña de El ángel triste en Diario de Sevilla:
Los merineristas son discretos, apenas destacan en público, pero a ciertas horas de la tarde se ponen a leer alguno de los títulos de Carlos y pronto pierden la compostura. Pérez Merinero les ha enseñado a disfrutar con el policiaco más feroz y desinhibido que han dado las letras españolas y los ha acostumbrado a pasarlo bien con asesinos sin escrúpulos que pierden la cabeza con el sexo.
Imaginen mi alborozo (de discreto merinerista) cuando Ana Mayi y David Pérez Merinero —que lleva años recuperando y publicando la obra de su hermano mayor, junto a quien escribió diversos trabajos sobre cine— me informan de que Ediciones Mayi —a la que algo me une— va a reeditar la novela ¡Bang! ¡Bang! y que han pensado en mí (¡bang!) para escribir unas palabras sobre la obra de CPM, en la que ya es (cuando tú, desocupado lector, leas esto) la primera novela merinera editada en Cádiz.
¡Bang! ¡Bang! es una novela corta que primero fue cine, concretamente el cortometraje Estación de Chamartín (De Manuel Vidal Estévez y Carlos Pérez Merinero; ganador en 1981 de La Espiga de Oro de la Semana de Cine de Valladolid).
Fue escrita en 1982, pero no se publica hasta 2013, en la Colección Carlos Pérez Merinero (edición no venal dirigida por su hermano David).
Novela —que no conocía tampoco, merinero de mí— de palpable calidad, original, con personajes que se salen de las páginas, diálogos que escuchas, trama que te acaricia, leve, pero no te suelta el pescuezo hasta el final, se aleja, sin embargo —¿ya dije que la literatura de Pérez Merinero es muy variada?—, del tono brutal y rompedor de Días de guardar o La mano armada. Nos encontramos ante una obra más contenida. Sutil. Pero con una carga de profundidad (recuerden, 1982) devastadora, premonitoria.
Básicamente, nos cuenta la historia de una amistad. De las esperanzas de prosperidad que esta concita. De la decepción y el desencanto a los que, finalmente, conduce. De las ansias de venganza que, inevitablemente, acarrea. Una venganza, una trama, que bebe, por un lado, de los clásicos (La Ilíada, El conde de Montecristo, Hamlet…), y por otro, nos lanza una metáfora, nada oculta, clara, respirable, de la Transición española.
Una pequeña novela mayor.
Permítanme, para concluir —un detective, muy real, razonable, que aparece hacia el final de ¡Bang! ¡Bang!, me lleva a ello— elucubrar acerca de un tal Benito Bram… Qué cosas no sucedieran si tuviera que dar caza, el bueno de Benito, al atracador sin escrúpulos Antonio Domínguez…
Y, como Post data, una petición.
Lean a Carlos Pérez Merinero. Lo que puedan. Lo que encuentren. Por su propio bien. Róbenlo, si es necesario.
Y búsquense, eso sí, una buena coartada.
Prólogo para ¡Bang! ¡Bang! de Carlos Pérez Merinero (Ediciones Mayi. 2020. Cádiz).