‘Vagalume’. Julio Llamazares. Alfaguara. Madrid, 2023. 224 pp.
Mientras que las librerías se llenan de libros escritos por personas que no son escritores, Julio Llamazares publica una novela que habla de la pasión y del oficio de escribir. Vagalume (Alfaguara, 2023) parece –para quien haga una lectura epidérmica- un eficaz relato de misterio en la que un escritor-detective hurga en el pasado de otro escritor –y de paso en su propio pasado- para intentar averiguar cuál fue la causa de que éste ocultara su creación literaria. Sin embargo, en la lectura de quien quiera sumergirse en la cálida calima de las reflexiones de Llamazares, en su palabra lenta y precisa, Vagalume deviene en un magistral ensayo acerca de los extraños porqués que tiene un escritor para pasar las noches en vela construyendo ficciones: «Lo llamaron así [Vagalume, luciérnaga en gallego] porque escribía siempre de noche y la luz estaba permanentemente encendida en su habitación, lo que le convirtió en luciérnaga. Y porque como las luciérnagas vivió en la oscuridad toda su vida sin poder disfrutar de la luz del sol, esto es, de la normalidad».
Advertiré, no obstante, que no estamos ante un romántico elogio del escritor lunático que consagra su vida a la creación y vive ajeno a todo, también a sus lectores. Ni mucho menos. Más bien todo lo contrario, pues Vagalume es, también, un homenaje a los escritores de oficio, y en concreto a aquéllos autores silenciados o represaliados por el franquismo que sacaron adelante a sus familias, y a su pasión creativa, publicando, bajo seudónimos, novelitas del Oeste, de misterio, policíacas o de amor. Los que nutrieron, pues, con toda esa literatura de quiosco, las fantasías imprescindibles de todo un país, forzado durante cuarenta años a no imaginar: «Porque de tanto alumbrar la noche ellos mismos se volvieron luz, esa luz tan necesaria para iluminar el mundo cuando la soledad de la gente se hace invivible y necesita que alguien le hable y exprese lo que le pasa…»
Como toda la obra de Llamazares, Vagalume es también escritura de la memoria: de la propia y sentimental y de la colectiva y cultural. Los escenarios y el tiempo de la novela se desenvuelven en un flashback tremendamente evocador, el protagonista-narrador comienza su relato a partir de un regreso (a la ciudad donde se nació como escritor treinta años atrás) y es el volver lo que activa el camino de la narración, muy cinematográfica en ese sentido: las primeras páginas atrapan al lector como ese «Anoche soñé que volvía a Manderley», y la melancolía del hombre adulto que recuerda a su maestro en la escritura y en la vida es la misma que la del niño-hombre de Cinema Paradiso: «Vete de aquí, no te quedes. Aquí nunca llegarás a nada».
Como toda la obra de Llamazares, Vagalume es también poesía, ahora canción. Más que un observador que escudriña (lectura epidérmica), el autor es un ser que contempla, con extrema y bondadosa indulgencia, los rumbos de las vidas que fueron y que son. La contemplación detiene el tiempo, de manera que se narra desde un no-tiempo, igual que ese no-tiempo invocado en las catedrales contempladas en Las rosas de piedra o Las rosas del sur. Como balada se construye la novela, y como balada apoya la memoria del lector en dos ritornelos: uno para la soledad del que escribe (el puente de hierro por el que ya no pasa el río) y otro para la pasión que supone escribir («entre la pena y la nada elegí la pena»).
Pasión por escribir y sed de lectura, escritores y lectores mirándose a los ojos constantemente: César lee lo que escribe Manolo Castro, quien lee lo que escribe su padre a la vez que escribe sobre su padre, Vagalume quien, ya anciano, se lee a sí mismo para no olvidar quién es. Y Julio Llamazares –laboriosamente perdido en la frontera entre realidad y ficción («Escribir me expulsaba de la vida pero a la vez me sumergía en su misterio»)- escribe lo que César escribe y lo que César lee en la escritura de Manolo Castro para que los lectores sigamos sin sentirnos solos: «Tras cada ventana iluminada hay un alma semejante a nuestra alma, un náufrago del sueño y un superviviente del día que se termina o que va a empezar que está esperando que alguien le hable para responder… Son luciérnagas también».