María Zambrano: un ángel recorre el bosque
Araceli y María caminan bajo el sol de La Habana. Hay un deje andaluz en la humedad que llega del mar acumulando salitre sobre las azoteas. Caminan agarradas del brazo, mirando las cortinas blancas que tratan de huir, sin éxito, a través de las ventanas abiertas de un viejo palacio colonial. Las dos están cansadas, las guerras han sido largas, el exilio empieza a serlo más. En la rama más alta de una ceiba podrían tener algún reposo, un sueño a plena luz, sin perder el contacto troncal con las raíces, con la savia que procede del mundo subterráneo. María Araceli pasean inseparables; acaban de llegar de París, dónde han enterrado a su madre, y algo más. Tal vez un rastro de amor que no fue. Se oye la música de un piano, apenas escondida tras las ventanas abiertas de la ciudad. La estancia será breve. María tendrá que seguir contactando con los amigos mediante servicio postal, el hilo conector del exiliado con un mundo estable. Con los años acabará asumiendo que «el exilio ha sido como mi patria» y le costará volver a España. La vida es dura entonces para las dos hermanas, un continuo peregrinar por ciudades y continentes, entre América y Europa. Francia, México, Cuba, Italia, luego otra vez a Europa: París, Roma. Vida emigrante, olvido e indiferencia de tu país, permisos de residencia que caducan y cuesta renovar, problemas económicos, el imprescindible mecenazgo de los amigos, el odio de los enemigos. Un vecino romano nostálgico del fascismo las denuncia por tener muchos gatos en la casa. Una orden les conmina a salir del país en doce horas. Antonio Segni, presidente de la república italiana, tiene que intervenir personalmente para evitar el ridículo que trae consigo la historia. Y entre obstáculos y peregrinajes, la escritura siempre presente, el pensamiento y la poesía convertidos en tinta que permanece y se expande, un árbol que sigue creciendo con los años, impregnando poco a poco, como una llovizna persistente, la España que se empeña en salir de la ignorancia. «El exilio ha sido como mi patria» dejó escrito en uno de sus artículos, pero la frase no acaba ahí, continúa «o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez que se conoce, es irrenunciable». España, en 1984, acogió su regreso con los brazos abiertos. Y aquí...
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